Literatura

Beto

Tiempo estimado de lectura: 4 min
2021-04-16 por Andrés Camacho

Me dicen el Beto y creo que soy de izquierda. No puedo pensar que los ricos no paguen sus impuestos, mientras que los pobres los pagamos hasta en el arroz. No voto por quienes tienen miles de hectáreas de tierras y yo aún tengo que pagar un arriendo que me cuesta la mitad del sueldo. Yo siempre voto por quienes piensan como nosotros, o al menos tienen la decencia de decir que se preocupan por la desigualdad. Así es siempre mi presentación.

Llevo cuatro años trabajando como portero en este centro comercial del norte de Bogotá. Me gusta mi trabajo, me da tiempo para escuchar música y chismosear sobre la vida de los otros. Aquí, en mi puesto, soy como una mirada sin cuerpo, reducida a un par de ojos y oídos. Una suerte de voz inmaterial, pero con conciencia propia. Soy invisible para quienes entran y salen. Algunos me saludan, pero no me miran. Son amables por compromiso, como todos. Otros simplemente se ocupan de su pareja o su familia, no se percatan de mi existencia.

Me limito a ver qué llevan puesto, siempre me fijo en sus zapatos. Ahí sé si tienen plata o no: si vienen a robar o no. También observo con atención sus caras, veo si tienen cicatrices. Una vecina, que es enfermera en el Hospital Samaritana, me contó que los doctores tienen el menor cuidado sobre los procedimientos y no piensan en el dolor, así las cicatrices son mucho más notorias. Esa gente que tiene heridas en la cara es porque está en una pandilla y son ladrones. A los ñeros siempre los requiso, así vayan con las novias o las familias enteras. Les he encontrado desde puñales hasta celulares caros. Creen que las gorras los hacen ver de plata, deben haberlas conseguido con mucho esfuerzo, o se las roban a sus parceros muertos. Pero llevarlas puestas solo puede decir: por la vida que me tocó, vengo a robar donde los celadores son invisibles.

A mí siempre me ha importado mi trabajo. Me siento responsable si la tranquilidad de los clientes se ve afectada. En una ocasión un culicagado entró a una tienda (no entró al centro comercial por la puerta que yo vigilo, de seguro yo lo hubiera detenido) y se guardó en el bolsillo una cadena barata y ñera (típica del gusto de ellos), pero justo antes de salir un empleado lo vio por la cámara. Me llamaron por el radio y corrí a atraparlo. Le grité desde la distancia, no me escuchó o se hizo el desinteresado. Le solté un golpe con el bolillo en la espalda y cayó al piso, parecía que por fin notó mi existencia. Se paró al verme con sorpresa, parecía perplejo, como si yo fuera un ente que apareció de la nada para perturbar su camino.

En otra ocasión llegaron dos maricas, agarrados por las manos, a la puerta que yo vigilo. Justo cuando me saludaron, les pedí una requisa. No los quería dejar entrar. Pensé en todos esos niños y sus papás: verían un espectáculo de dos tipos tocándose como los pervertidos que son. Los requisé, pero con asco. Usé el bolillo para ver si traían algo escondido en las piernas o en los brazos, lo hice con cuidado para no excitarlos demasiado. A mí sí no me confunden por marica.

No traían nada fuera de lo normal, me tocó dejarlos pasar. Hablé por radio con mis compañeros, les dije que estuvieran atentos a que estos no hicieran sus porquerías en frente de todo el mundo. No quise formar mucho escándalo. Escuché que en Centro Andino los maricas hicieron una besatón. No me imagino tener que ver a decenas de locas en frente de mi puerta, si a mí me produjo desagrado verlos tomados de las manos, no me puedo imaginar la supuesta manifestación. ¡Tienen mamás inútiles, es como no tenerlas! Les faltó correa en la casa, menos mal que a mí sí me dieron y mire lo bien que acabé: con el bolillo agarrado por ambas manos.

No soy nada sin mi bolillo. Mi bolillo me devuelve el cuerpo, porque cuando lo saco me miran por completo. Siento la autoridad en mí, la fuerza que no me dan los ojos y la boca. Yo lo domino, él no me domina. Vuelvo a ser persona y todos me miran como el héroe. Se escuchan mis palabras y todos se sienten protegidos. Es, al fin, mi existencia necesaria y avalada.



Sobre el autor

Andrés Camacho

Director General

Cofundador de la Revista Cara & Sello. Politólogo o al menos eso dice el cartón que cuelga en mi pared. Amigo de la literatura y la música. Columnista semanal: escritor desde de lo cotidiano y lo marginal.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



Cargando comentarios...
Scroll to Top