Literatura

El cuerpo de Cristo

Tiempo estimado de lectura: 5 min
2022-02-25 por Andrés Camacho

Los domingos es cuando más viene gente, más de estos vestiditos cortos que, por el calor, muestran las piernas y el pecho. Este curita (lo señala) es de esos que llaman del populacho. Trajo nuevas canciones para la misa, para los servicios del domingo hacen fila desde el parque y organizó el primer bazar católico de Restrepo. Un sábado, todos salieron a vender en los puestos del bazar, hasta mi mamá vendió empanadas. Yo la acompañaba, le ayudaba a servirlas llenas de grasa, las servilletas resultaban inútiles, quedaban transparentes apenas tocaban la empanada.

En el puesto de al lado me encontré con Ángela, la hija de doña Marina. Nos saludamos con un ademán de la cabeza, y en el momento en que nuestras mamás se ocuparon con los clientes, me susurró: - ¿usted qué hace aquí, en vez de andar con el culo puesto en el cura? - Lo mismo que tú, le dije, ayudando a mi mamá en el bazar. - Pero nosotros vendemos jugo de mandarina -. No supe qué responderle por unos minutos; a la final, le dije que el domingo me va a ver en altar, allá donde puedo ver a todos puestos de rodillas.

Mi mamá espera que siga los pasos del curita. Ella solo sermonea acerca de que siguiera un futuro en la capilla, que es más cómodo trabajar los domingos que trabajar con las manos. Como el futuro se piensa más de dos veces, fui a la iglesia. Le pedí a la Virgen que iluminara mi camino: trabajar en cualquier tienda del pueblo, como mis amigos hacen, o estudiar para el sacerdocio, unos 5 años estudiando y otros 5 al culo del curita.

Créanme o no, justo en el momento en que miré la cara de la virgen, sentí la tranquilidad, el silencio y la sombra que genera la iglesia. No quería trabajar bajo el sol, no quería atender borrachos o vender pendejadas a los bobos del pueblo. Soy ahora aprendiz de sacerdote, atiendo al cura en lo necesario, antes de ser aceptado en la carrera. Nos sentamos en una banca, al lado del púlpito, le dije que quería seguir su camino, que la Virgen reveló cuál era mi vocación. Susurró que estaría encantado de tenerme con él, puso su mano sobre mi nuca, y comenzó a orar por mí. Le pidió a Dios que siempre estuviera conmigo, que nunca estuviera lejos de la parroquia, ni de él.

La vida con el cura es más que un trabajo normal. Nunca he tenido problema con madrugar, pero sí cansa estar de pie por tanto tiempo. Eso es lo malo de las misas, casi no puedo estar sentado.

Lo que sí me gusta es la vista, las muchachitas de vestidos apretados y con los ojitos cerrados cuando les damos la comunión. Les digo: el cuerpo de Cristo. Les sudan los cuellos, les bajan las gotas por las tetas y les rozan los pezones. Les sudan las piernas, se les moja la cuca. Repito: El cuerpo de Cristo. Se me para la verga, me hinco hacia atrás para que no se note en la sotana. Respiro rápido, el cura se extraña (me estiro el cuello), como haciéndole entender que tengo calor. Termina la misa, salgo corriendo al baño, me masturbo rápido. Me vengo en la taza para no dejar rastro y vuelvo a la capilla para ayudar al cura a preparar la siguiente misa.

Cuando cenamos, rezamos. Sigo pensando: el cuerpo de Cristo. Se me para, mientras termino la sopa. Levanto los platos y corro a mi catre. Me masturbo suponiendo que se ponen de rodillas. Les pongo mi verga en la boca, como si fuera la comunión. Siento la saliva en la punta, mientras repite: Amén. Atragantadas por el semen que les baja por la garganta. Llego al orgasmo, termino en las sábanas y quedan manchadas. El problema del orgasmo es que viene con culpa, le tengo miedo al curita, que se dé cuenta de que me masturbo cada que estoy solo.

Disfruto cuando se confiesan conmigo, estoy en la sombra y le siento el perfume a quien conversa. Un día supe que era Ángela, la que estaba en el confesionario. Admitió que tenía novio, que se comen en el patio trasero de la casa y que hoy se iban a ver. Pude imaginarla, sudando, como el novio, que de por sí era amigo mío, mientras le daba por el culo. Preguntó por la penitencia, pensé en pedirle que nos encontráramos en el patio de su casa, pero le dije tres Padre Nuestros y dos Ave María.

Más tarde le dije al curita que iba a visitar a mi mamá. Fui hasta la casa de Ángela, me escondí en un árbol y esperé a ver si alcanzaba a pillarla con el novio. Salió la mamá a colgar ropa después de lavarla, estuve a punto de irme, ya me estaba aburriendo. Llegó mi amigo, el novio de Ángela, y saltó el muro del patio. Se hicieron en un rincón al lado del lavadero, ella se quitó los cucos y él se bajó los pantalones. Se empezaron a comer por detrás. Me saqué la verga y la empecé a jalar, me excitó ver cómo le daban duro a Ángela. Nos vinimos los 3 al tiempo, yo terminé en las hojas del árbol y me bajé sin hacer el menor ruido. Corrí hasta la iglesia, y saludé al padre con la mano.

Después de cenar, solo podía ver en mi cabeza a Ángela y su novio. Y cada vez que pensaba en eso, se me paraba la verga. Lo volví a imaginar en la noche, me masturbé dos veces.



Sobre el autor

Andrés Camacho

Director general

Cofundador de la Revista Cara & Sello. Politólogo o al menos eso dice el cartón que cuelga en mi pared. Amigo de la literatura y la música. Columnista semanal: escritor desde de lo cotidiano y lo marginal.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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