Me cuesta encontrar una escritura sincera. Ajena a las historias y enamorada de las derrotas de mi voz; de ese singular atractivo que esconde el intentarlo de nuevo. Una que soporte mi cansancio y aplomo.
Capaz de ser blando fondo
cuando la gravedad del mundo provoque mi hundimiento
y letargo sobrio para suspenderme en alto vuelo.
¡Saltarina-frenética! Espolvoreada de gestos coquetos hechos a traición – una mirada terrón de azúcar que se disuelve antes de encontrarse – experta en batir tentaciones con su cabellera que golpea la cara, criada esquivando besos en el bamboleo, fría y profunda como noche bogotana en la que se pierde la cabeza por un cielo ligeramente brumoso y negro que tiende a azul. Por una sonrisa indescifrada.
Sonrisa abismo a ningún lado que me mantiene hilado a su ardiente aliento que evapora juicios, que escapa de sus empalagosos labios chorreantes de hiel, que se eleva en mi caída. Ironía, con su beso letal en mi lengua escamada. Infinito e inexplorado cuerpo blanco, con sus picos óseos y nervios babosos, con su vientre escarpado y sus pies despellejados, con sus consuelos en forma de mordiscos en mi espalda. Y sus hoyuelos oscuros que tampoco se terminan, sus cavernas sobre las caderas, sus oquedades ocultas, sus ojos su ano, hoyos negros que me pierden dentro.
Voy tras su pista ciego-sordo-mudo, atraído por la utopía de su aroma, que huele a grietas, que perforan el cuello, que comprimen la columna, y por la intuición que despierta el recuerdo de unas manos cuyo filo helado corta a roces el humor y la elegancia enteras del pensamiento humano. Manos largas, rociadas de pequitas que yo mismo maché, con palmas de olas que arrastran un palacio de cristal sostenido por falanges ígneas. Manos ocultas en otros lados.
- ¿Un sosiego a los delirios? – No, una caricia que se interponga entre el impulso violento de la escoba y la contracción del ratón temerosa. Un par de piernas hambrientas abiertas al amor que cuestan la vida propia, un murmuro que escucha. Una huella silenciosa retumba.
“Quien algo quiere, algo le cuesta, chiquillo”. Pío Baroja
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