Solo soy el niño de casa cuando estoy en casa; fuera
comprando con mi hermana unos tenis en Adidas
soporto embestidas envidiosas
de los vendedores cuando ella paga,
se pensarán que una muchacha tan guapa, puede ser mi novia.
Por supuesto soporto tan bien sustos y tristezas,
que contrario a lo que imaginan,
no lloré el día aquel en que papá
dos cuadras atrás, veía sobre su bicicleta,
cómo un extraño se llevaba la mía,
y caminando a casa comprendí
que no existen héroes o heroínas.
Entonces ya no importa que doña Marta
me tilde de vago por marihuanero y mal vestido,
a veces, mi toser acuna su dormir
otras, sus ronquidos irrumpen mis horas de trabajo.
Dime, dulce muchacha del bus
si al espolvorear tus miradas
- a las que yo sacaba la lengua
fría, para que cayeran en ella copos de nieve-
descubriste mis pésimas dotes
de don Juan jubilado
o si me crees un Aquiles
-ambos semidioses-
en disputa a muerte
por tus tendones.
Muéstrame desconocido, niña
júzgame como la gente,
mamemos de las uñas de sus pies
ese mugre
-que nos pertenece-
si no somos más de lo que ve
sino todo lo que ella imagina
seamos solo gente, gente
como la gente que uno ve.
El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello