Literatura

Gorda envidiosa

Tiempo estimado de lectura: 6 min
2021-05-14 por Daniel Zárate

Esta mujer no es fea, suaves terciopelos dorados le recubren la cara de oreja a oreja, y su papada la hace ver, siendo muy joven, como una vieja; porque la juventud no está en las arrugas, está en la quijada. Y a pesar de que sus narices albergan cavernas, tiene cierta gracia, puede ser bonita, bonita a la manera de una vaca. Sus ojos saltones producen cierta ternura o compasión (difíciles de diferenciar), la misma que nace al ver un enfermito, o un moribundo. Y su bocota, plana y abierta, no le alcanza para comerse el mundo. Además, juro que tiene la lengua carrasposa.

Yo estuve enamorado de esta mujer como estoy enamorado de las vacas; me duele pensar en que las llevan al matadero, pero me trago gustoso su carne. Y después de comérmela, o que ella me comiera a mí, quedé profundamente enchochado. Pero hay situaciones que el “amor” no soporta, por grande que sea.

El cuento es que estamos en mi casa, en mi cuarto, en mi cama, bajo mis cobijas. Su abundante piel y sus desmesuradas caderas me tienen dura la verga. La gorda me provoca pegándose y besándome, retorciendo su espalda de morsa contra mi barriga peluda. Yo disfrutaba hundir mis dedos en sus grandes ubres. Hasta aquí todo bien, todo normal, las gordas tienen tetas de gorda. Pero resulta que la gorda, que hasta aquí no sabía yo que era una envidiosa de lo más pesada, decide parar de la nada, dejar de besarme y prender el televisor para ver una película. Yo quedé emparolado, furioso y ganoso, vaya cosa.

Ella parece reírse de mi calentura. Al rato llega mi hermana con mi sobrino (lo que quiere decir que ya no habría polvo), me saluda y me pide que vaya a comprar unos pañales para el niño. Yo la saludo, la gorda la mira mal, yo me extraño, pero estoy tan excitado que le digo que sí a mi hermana para que se vaya. Ella se va, e intento otra vez seducir a la gorda con mis cortejos. Pero no soy buen seductor y ella es una vaca muerta. Me dice que como mi hermana está en la casa, le da pena. Pero no le da pena tirar en la calle cuando está borracha. Vaya cosa.

Amé a esta mujer como amaría una vaca. Estoy detrás de ella como un toro. Pero entiendo que ignora que con una erección me cuesta el triple orinar, que sabe, pero pretende no saber, que perdemos la voluntad por una vagina, y que, cuando nos cansamos de arriar, dejamos escapar la vaca. Entonces le digo que todo está bien, que después me hago la paja y ya está. Le pregunto si quiere algo de comer y ella, como cosa rara, acepta gustosa. Voy a la cocina, le preparo algo de comer (y como preparo algo de comer le cocino también a mi hermana, no soy un malparido), se lo llevo a la cuarto y me recibe con esta piedra: ¿A ella también le hiciste?

Pues claro, mi amor, le dije. Y arrimé las manos bajo su cara porque parecía que sus ojos obtusos iban a caerse. Pareció molestarse, así que le pellizqué una llanta y le aclaré que era broma. Pero aparte de mal seductor soy mal bromista. Se levantó roja y la arteria de su cuello palpitaba. Se puso de mala gana la tanga y en silencio se tragó la comida, toda, hasta la mía. No sé si lo hizo de odiosa, o de gula, o de gorda.

La película se puso como buena pero la carne me llamaba. Decidí quedarme en silencio y replantear la estrategia. Empecé con miradas acechantes, luego unas caricias sigilosas, que sí por aquí, que sí por allá, de nuevo iba acercándome a sus ubres, y veía que una mueca le brotaba en la boca. Era como si rumiara una sonrisa. Le zampé un beso y concluí con un: perdón, princesa. Me volteó la cara para mi sorpresa, y declaré mi retirada, porque cuando el cazador no está seguro de la victoria se convierte en presa. Y si soy mal bromista y seductor, ya sabrán cómo es mi suerte en la caza.

Pero bueno, todavía en mi casa, pero sobre las cobijas, estoy fumándome un cigarro, pasa mi hermana y me recuerda: Los pañales, van a cerrar la droguería. Sí, sí, ya voy mona, le contesto, y pregunto a mi tiesto: ¿Me acompañas?

No se imaginan el berrinche que armó la gorda.

-¿Puede esperar a que se acabe la película? Me respondió dolida. Si quieres quédate, porque de pronto cierran la droguería, le dije en seguida. No, no, yo me voy para mi casa, que no importa. ¿Qué pasa, gorda? Cualquier cosa que le dice, y usted de una vez le corre a su hermana. Yo ya entendía por dónde iba la vaina.

Ay amor, le contesté, si quiere yo voy rápido, no me demoro.

-No, no- gritó, cómo si la estuviera marcando con hierro al rojo vivo- yo lo acompaño, porque si no se pone a ver culos.

-Cuáles culos, si la droguería queda en la esquina, no seas exagerada- le dije, para intentar calmarla, pero ya sus carnes fofas vibraban de la ira.

-Claro, me va a dejar metida por culpa de su hermana y tras del hecho va a encontrarse con la vieja de la droguería de la esquina, siempre le hace ojitos cuando le paga.

-No le puedo pagar con los ojos cerrados, y ella no trabaja los domingos.

-Ah, es que ya sabe cuándo descansa, seguro para invitarla a salir. Tranquilo, yo lo dejo solo y me voy para mi casa, para que pueda atender a su hermana como una reina y que pueda irse a ver con su moza.

Me dejó la loza sucia.

Se levantó y salió rapidísimo. Al irse, la descarada cerró de un portazo que despertó a mi sobrino. Ella sabe que a mi sobrino le cuesta dormirse, y por su culpa mi hermana me tiró la plata de los pañales encima de la cama, sin hablarme y medio ofuscada. Tampoco ella me dio las gracias por la comida. Yo, me quedé sin palabras. A la gorda, por la prisa, se le quedó el celular. Y como sabía su clave, entré a su WhatsApp. Dos cosas leí que para mí valen más que una cuca.

A su mejor amiga, por el chat, le decía: Me da una envidia que sea tan bonita, ishh, además tiene pura cara de perra. Laura le contestaba: Tú le tienes envidia a cualquier vieja que sea más bonita jajaja. La gorda, seca y salada le contestaba: Tú sabes amiga, para qué te digo mentiras. Eres la única a la que no le tengo envidia, pero a la hermana de éste hijuep***.

Y a su amante, con letras grasientas le escribía: Laura es una perra, no quiero verme con ella. Mi amor, estoy caliente, pasa a recogerme.

Me fui por los pañales y no paraba de repetirme: “Increíble, increíble, yo la cocino y otro se la come”.



Sobre el autor

Daniel Zárate

Editor, Escritor

Estudiante de periodismo de la U Central, no entiendo bien la comunicación. Parado en mis 20's. No mato zancudos. Cedo el paso. No peleo. Me han quitado novias. No me gusta la tolerancia, igual no me importa. Un ignorante. Pero como quien ríe al último escribo para burlar a los finales.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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