Literatura

Impensable

Tiempo estimado de lectura: 5 min
2022-09-30 por Cristian Reyes

Siempre me he preguntado por lo que siento, por ello, suelo reflexionar sobre cada una de las cosas que me suceden y en general la mayoría de veces sacó bastante provecho de lo que la vida, sin preguntarme, me otorga, pero la noticia que recibí ayer realmente me ha dejado en un estado de shock que jamás había experimentado. Cuando recibí aquella llamada, me encontraba en el barrio Madelena con mis compañeros de trabajo: Manuel, Brandon, Edwin y Fabián, estábamos alcoholizándonos con cervezas, las cuales, después de unos instantes, acompañamos con shots de Jägermeister que se repartían cada 5 minutos. Me encontraba en un estado de comodidad, pues siempre me han encantado los diálogos sobre política, educación e incluso vínculos humanos. Todo era euforia, incluso existen un par de fotos previas que comprueban que hasta ese momento mi vida se podría haber resumido en levedad; pero, ahora comprendo cuando las personas dicen que todo pasado fue mejor, lo venidero sería una tragedia en términos de identidad, sentido y certezas para mí.

La cuestión fue que el teléfono sonó un total de tres veces, el número era desconocido, por lo cual, no contesté en los dos primeros intentos, ya que pensé que se trataba de alguien que se había equivocado o era alguno de esos asesores que suelen llamar a ofrecerte miles de productos, además, yo para ese momento no me quería distraer con nada porque eso me llevaría a perder el hilo de la conversación entablada. Sin embargo, al tercer intento pensé que de pronto me necesitaban para solucionar alguna emergencia de un familiar, de inmediato, se me pasó por la cabeza que quizás mi hermano hubiese sufrido de algún robo, tal y como había sucedido hace un mes cuando lo atracaron en el transporte público llegando al portal sur o tal vez se trataba de mi mamá que había ingresado a unas cabinas para comunicarse conmigo para preguntar por mi paradero, debido a que su celular se había quedado en casa. A decir verdad, esos interrogantes me obligaron a deslizar el botón verde por la pantalla, acercar el celular a mi oído y en una voz redoblante decir

- Aló, con quién hablo.

Del otro lado de la llamada se escuchó un suspiro largo acompañado de un silencio que anunciaba una desgracia, así que dije:

- ¿Me escuchas? ¿A quién necesitas?

Debo confesar que por un segundo me desesperé, fue inevitable que por mi cuerpo surgiera una señal que se podría traducir como un mal presentimiento. Al cabo de unos instantes, cuando yo estaba a punto de colgar la llamada, escuché una voz delgada que evidentemente estaba quebrada y me dijo:

- Hola, ¿Cómo estás?

- Yo pregunté ¿Con quién habló?

Pues en ese instante no lograba reconocer dichos vocablos susurrados, asustados, inseguros y cobardes, ella me dijo con bisbiseo:

- Hablas con Natalia Fontanilla.

Al reconocer su identidad yo me asombré, pues la última vez que la vi fue hace 4 meses, cuando le habíamos hecho una despedida en la empresa, ya que ella había decidido irse del país a explorar nuevas oportunidades, a raíz de eso, la conversación se tornó protocolaria y una vez finalizó esa etapa ella me dijo que se disculpaba por llamarme, que realmente no sabía a quién más acudir, que seguramente yo le podría ayudar con los problemas que estaba pasando, me pidió que nos viéramos de inmediato en inmediaciones de la carrera 63.

Al notar su estado de angustia, tristeza, desasosiego, tal vez agobio le dije que sí, que podía contar conmigo para lo que fuera, que yo era su amigo, por dicha razón no la abandonaría. Le pedí que me regalara unos 45 minutos mientras llegaba al lugar; después de ello, colgué y me despedí de mis amigos, ellos de inmediato se sorprendieron ante mi repentina partida, pero sin medir circunstancia alguna me fui, prometiendo una explicación futura. Al llegar a la calle principal logré tomar un taxi, durante el recorrido analizaba la situación de Natalia, realmente me había preocupado, por mi cabeza pasó la idea de que estaba a punto de suicidarse y yo era el único que podría salvarla, la cuestión es qué yo no tenía muy claro cómo actuar o qué podría llegar a decirle para evitar que cometiera una locura. Al cabo de unos 30 minutos ya estaba en el lugar, me baje del carro, le pagué al conductor y de inmediato la vi junto a un semáforo, me acerque con una sonrisa tímida, ella me saludó de manera seca, cortante, molesta, con evidentes lágrimas en sus ojos. Antes de que yo pudiera decir alguna cosa, de manera súbita me dijo, debes de saber que estoy embarazada y tú eres el padre de esta criatura.

Yo quedé totalmente pasmado, aterrado, despavorido, el corazón se aceleró tanto que creí que moriría, me empezó a sudar el cuerpo de una manera incontrolable, comencé a temblar, los ojos no parpadeaban, mi cara tomó ademanes de pánico, me sentí atacado, intente mover los labios para decir algo, pero la pusilanimidad que se apoderó de mí me lo impidió. El silencio respondió por mí y en un acto de completa agobia mental, simplemente me di la vuelta y empecé a caminar sin rumbo fijo, dejé a Natalia abandonada en una calle sin salida, la tiré a su suerte, con ello le hice comprender que no estoy listo, que no puede contar conmigo, que soy un completo medroso que le parece impensable que aquel vientre sea capaz de engendrar vida a partir de mis débiles genes. Recorrí por horas la ciudad sin finalidad, esta mañana, agotado por los pasos, llegué a mi casa e intenté buscar soluciones, así que tomé el computador, empecé a escribir para intentar comprender y asimilar que hoy es mi primer día con un rol diferente, esto es caótico, controversial, tengo miedo. No quiero, ni deseo, tener un hijo que se gestó con una total desconocida en una noche de simple furor e insignificante pasión.



Sobre el autor

Cristian Reyes

Escritor

Soy profesor de filosofía de profesión, en consecuencia, escribo en función de hallar un punto de fuga ante mi propia vida, mis líneas exploran las sensaciones de incertidumbre, desasosiego y, sobretodo, de nostalgia. Prefiero que recuerden mis palabras antes que mi nombre.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



Cargando comentarios...
Scroll to Top