Literatura

Lejos

Tiempo estimado de lectura: 3 min
2022-03-11 por Cristian Reyes

Enumeraría las veces que me he encontrado lejos, pero descubrí mirando el camino que dejé atrás que son incontables los momentos en los que me he perdido, muy lejos de casa, muy lejos de aquellos amigos, muy lejos de ti, muy lejos de los hábitos, incluso lejos muy lejos de lo que solía ser cuando fui niño. Tomé un respiro y traté de recordar la cercanía, los cercanos que eran los abrazos de mamá, lo cerca que se posaban las caricias de mis abuelos, la cercanía de las palabras que escuché alguna vez de mi profesor favorito, lo cerca que me encontraba de la vida y lo cerca que estaban las certezas en un momento en el que los problemas no eran tantos.

Pero el tiempo pasó y ahora estoy lejos, voy caminando por un parque que queda al occidente de una ciudad de la cual no recuerdo su nombre, me fijo en los detalles y hacia un costado hay un faro de estilo barroco prendido en pleno medio día. Extrañado me concentro en sus destellos, y el calor que se produce me sofoca e incluso llega a marearme. Veo una de las sillas de madera y exhausto me siento, mi cuerpo siente un alivio, pero de nuevo esa hipótesis rodando por mi cabeza, lejos muy lejos. Me aconsejé diciendo: cálmate, cálmate, cálmate. ¡Qué locura! En este estado ni siquiera hago caso de mis propias palabras, es como si ni siquiera pudiera confiar en mí.

Pequeñas lágrimas caen por mis pómulos y así poco a poco esto se convierte en un mar inmenso de sentimentalismo, los recuerdos comienzan a aparecer y las sensaciones nuevamente me invaden, me repito: tranquilo, tranquilo, tranquilo, pero mi razón no responde, soy frágil y hay un quiebre en mi sentido de ser, la posibilidad de quitarme la vida es latente ¿para qué yo quisiera seguir situado lejos muy lejos de todo lo que me produce levedad y alivio? No pienses locuras, ¡Por favor! No pienses locuras, me grito en esos pequeños lapsus de claridad, pero todo es confuso.

Me quedé absorto, las horas pasaron y la tarde se me fue viendo hacia el horizonte, como la imagen trágica de una película, yo solo estuve allí sin nada que decir y sin nada más que pensar. Al llegar las 8:00 de la noche tomé un autobús, al subir, me fijé que los rostros de los pasajeros que casualmente me acompañaban en mi soledad, estaban agotados y ojerosos, no comprendí el valor de la vida ni de nada de lo que la compone, pues la tensión y el cansancio abundaba en la atmósfera de ese cúmulo de personas que me rodeaban.

Después de un largo trayecto, llegué a casa, encontrando mi puerta en su forma habitual, me dirijo a mi cama y me lanzo queriendo hallar suavidad, pero a decir verdad, estaba tenso, los hombros me generaban un peso antes no explorado, quiero regresar, retornar, volver a ser el que fui, pero imposible cuando todo aquello que me construyó desapareció entre las vertientes del tiempo y el espacio, demasiado complicado cuando el mundo y su dinámica me recuerda la tragedia constante de nacer, se me entrecierran los ojos y con ello susurré: descansa, descansa, descansa. Así y momentos antes de que se me agotara la poca fuerza que me quedaba, decidí aceptar mi lejanía y vivir con la constante idea de querer morir.



Sobre el autor

Cristian Reyes

Escritor

Soy profesor de filosofía de profesión, en consecuencia, escribo en función de hallar un punto de fuga ante mi propia vida, mis líneas exploran las sensaciones de incertidumbre, desasosiego y, sobretodo, de nostalgia. Prefiero que recuerden mis palabras antes que mi nombre.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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