
Alzó el balón del suelo con ambas manos, estiró los brazos y los puso a la altura de sus hombros. Sin mover ni un centímetro de su tronco lanzó una patada al balón, que se fue hacia la lluvia del cielo. Contracorriente a la lluvia.
Le pregunté si eso era una maniobra de gimnasia y me dijo que no y yo le dije que pudo, fácilmente, darse un auto-patadón en la cara.
J.J.: No soy gimnasta, pero sé moverme por entre los intervalos de las gotas de lluvia. No me mojo.
Luna: A mí me pican las rodillas.
J.J.: Es porque se te secó el barro
Yo: Si a uno le pica algo, se lo rasca. No quiero creerte que sabes no mojarte, J.J.
Dala: ¡Ráscate, ráscate!
Luna: ¿Si las uñas se me llenan de barro seco puedo seguir rascando mis rodillas irritadas de barro seco?
J.J.: Cada cuerpo tiene su lenguaje.
Yo: ¿Qué es eso de no mojarse? Tu cuerpo de perfil no mide menos de un centímetro de grosor. No encuentro otra explicación.
Dala: ¿Y qué importa quién se moja, si el balón sigue subiendo? ¡subiendo!
Luna: El balón sube. A mí me pican las rodillas. J.J. no se moja. Dala es un relleno en esta tarde. Y tú…
Yo: ¿Yo qué?
Dala: ¿Por qué me escogieron a mí para rellenar? ¿qué tengo que rellenar? La tarde está llena de lluvia, a Luna le pican las rodillas, J.J. parece un gimnasta. En esta tarde hay mucho (escándalo) y vas rebuscando rellenarla con cosas extranjeras. Me parece que hay alguien que no es poeta.
J.J.: Sí, alguien no es poeta…
Luna: Yo sí soy, porque el balón está subiendo y ahora cae.
Yo: Se acaba la poesía cuando el balón caiga.
J.J.: Sí, a ver quién resiste. Comienza una prueba de fuego cuando el balón caiga al barro.
Dala: Cuando caiga no va a rebotar. No hay tiempo para decir es el momento o mi momento ha llegado: Caerá y no rebotará, entonces podremos mirarnos a los ojos de verdad.
Luna: Pero nos va a salpicar de barro cuando caiga.
Yo: Sí, y hemos de abrir los brazos: recibir. Pero J.J. miente cuando dice que no se moja.
J.J.: Sí me mojo, no seas tan matemático.
Yo: Cuida tu cama, cuida a tu mamá, a tu patria. Si tienes una navaja no la saques para comer una manzana.
J.J.: Si te escupo en la cara sabrás que soy un poeta con pantalones.
Yo: Si te descuadro el tabique sabrás lo que escribo con mi puño y letra.
Luna: El balón está cayendo.
Dala: El balón representa algo. El balón tiene un significado y es subjetivo. Y no existe.
Luna: No te volveremos a invitar, pedazo de surrealista negligente.
Yo: Sí, pedazo de surrealista negligente.
Dala: Tú eres un poeta que repite.
Yo: Repite y repite que a la Dala le falta poesía, que le faltan narices, yemas de los dedos. Le falta clítoris.
J.J.: El balón cae con las lluvias que caen.
Luna: Ese balón se parece a Dala. Al principio, rebelde, con el tiempo, sigue la corriente. Todos nos parecemos a Dala, al final.
Éramos niños poetas fumando vaho. Dando órdenes con las patadas a los balones mojados. A que vuelen, a que toquen el éter y caigan, y se estrellen en la superficie de charcos de barro, para luego cargarlos en un costado del cuerpo y el antebrazo y el codo rodeándolos, como un arco tapado por el cielo y la tierra, y regresar a casa con nuestras mamás. Los charcos de barro los cavamos nosotros con las manos y juntando la tierra a un lado, así:
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