Literatura

Palabras hirientes y malolientes

Tiempo estimado de lectura: 4 min
2021-11-19 por Tatiana Acevedo

Fuente Imagen: Mienar

Ya era de noche, no más de las 10. Y, como se ha vuelto costumbre para mí, los mensajes amorosos afloran de una manera indescriptible. Algo en mi ser, la luna, el frío, el sueño… me pone más sensible, más tierna y, lentamente, comienzo a inspirarme y lanzar mensajes al mundo, o a mi mundo, mi amor. Ese domingo en la noche, ya en mi cama, empecé a sonreír y me dejé llevar por las letras... Palabra por palabra, iba escribiendo con cautela buscando la perfección mientras lo leía mentalmente. Y así continué, uno tras otro, iban y venían, todo estaba sincronizado. Nuestra conversación era perfecta hasta que a ella llegó un nombre indeseado, un nombre del pasado que no se ha podido olvidar. Alguien que quebró la relación y se quedó con un pedazo. Esto desató un río de verdades incómodas y mentiras irónicas esa noche. El nombre fue el pase de entrada a un cuarto oscuro con momentos incómodos e intocables que alguno de los dos había propiciado, pero que ninguno de los dos había sido capaz de pronunciar.

Yo le expresé cuánto lo amaba. Le dije - Amor, te amo, a lo que él respondió - Yo más. Y, yo decidí preguntar - ¿Quién ama más, quien perdona los cachos o quien los ignora?

La ironía fue la reina de nuestra conversación, las frases estaban llenas de palabras que, normalmente, emanan amor, pero detrás de cada una había ira en potencia, desagrado, rabia. Mis palabras ese día no eran en vano, eran la expresión de sentimientos reprimidos que no había sido capaz de sacar por miedo a perder la cordura o el amor. De alguna forma, esa noche fue la gota que rebosó el vaso y ese nombre que tanto me inquietaba y me generaba malestar, me dio la fuerza para no esquivar más lo que me podía doler. Algo dentro de mí no quería tocar aquellos temas que le desagradan, no quería ver a nadie salir corriendo o parecer una loca. En cuanto a él, no sé bien qué sentía, era un poco confuso porque no decía claramente lo que pensaba, buscaba culpables para mi actitud, para mi mal genio o, sencillamente, buscaba otra situación donde él no se hubiera equivocado.

Ahí, las palabras nos fluían más de lo normal, la ira cada vez se apoderaba más de ellas. No alcanzaba a llegar un mensaje, cuando ya se habían enviado tres. Allí, el amor parecía ausente y la desilusión mayor; con el corazón había visto a una persona y en ese momento con la razón y mis impulsos veía otra. Entonces, descubrí que mis momentos más oscuros son cuando la ira me nubla los ojos y me corrompe el pensamiento. En ese instante, todo se me sale de control, hasta mi propio cuerpo. Comienzo a sentir mis mejillas calientes, mis manos hormiguean, mi nuca siente una presión desconocida y mi respiración se agita un poco por mi corazón acelerado. Mi boca no se queda atrás, ella no se controla, escupe y escupe sin cesar palabras con odio, palabras hirientes y malolientes.

Esa noche me pregunté por la edad a la que un hombre alcanza la madurez y se lo pregunté a él. Ya que, ninguno tenía la respuesta, pude decirle: claro, nunca la alcanza, por eso eres como un niño que solo tiene ego y crees que todas somos tus juguetes. Él intentaba evadirme y no contestarme nada sobre lo que yo decía, buscaba mil temas diferentes. Pero, yo no podía controlarme, mis oídos no escuchaban más allá de lo que yo quería escuchar. Yo solo quería decirle, que estaba con él por no estar sola, de alguna forma me sentía vacía. Sin embargo, un ser de mente tan pobre como él, solo me generaba pesar. Tenía una infinidad de sentimientos encontrados; la ira me convierte en otro ser, uno desconocido, en un ser sin miedo. Ahí decidí cortar con él. Ya no quería estar con alguien que me drena la energía, me quita la paz y las ganas de comer por la ansiedad de pensar. Sin más, la ira me da la claridad mental para no vivir de las ilusiones o de la manipulación, me hace repensar a la velocidad de la luz los pensamientos que antes no quería enfrentar.



Sobre la autora

Tatiana Acevedo

Escritora

Antropóloga. Amiga del vino y la comida. Amante de la escritura y la poesía. Inspirada en la luna y la vida. Segura que las letras pueden cautivar a alguien sin rumbo. Me gusta escribir sobre lo que me hace vibrar y escapar un poco de lo académico.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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