Literatura

Sobre la osadía de los hombres

Tiempo estimado de lectura: 8 min
2021-10-01 por Alex Noa

(Y el ejemplo de sus dioses)

Nota al lector: Esta historia,
aunque carga aspectos sutiles de la mitología,
no es acorde completamente a ésta.
Es sólo ficción.

Habían sido poblados algunos rincones del mundo por hijos de titanes, dioses, gigantes y ninfas. Tras las primeras edades de la tierra y del mar, nacieron hombres y mujeres que rendían culto a sus respectivas deidades; sin embargo, ya la caja de pandora había sido abierta, y en el mundo reposaban los deseos humanos transfigurados en avaricia.

Sola ante la orilla del vasto mar lloraba una joven casi desnuda, con apenas una capa de terciopelo que cubría su figura. Se acercó a ella una triada de cazadores que miraron la escena con malicia; deseosos por su cuerpo le arrebataron la capa para perforar su pureza. Extasiados, los hombres reían de su poder ante la joven que, herida y decepcionada, intentaba zafarse.

Apareció entonces un hombre anciano, acompañado de un largo bastón que servía de apoyo a su ya débil y cansada figura, analizó lo sucedido y ordenó que dejasen a la joven en paz. Los cazadores rieron por la intromisión, hasta que uno se acercó al anciano, blandiendo la espada que atravesó su abdomen, para luego romper su bastón y lanzarlo al mar, que, agitado, observaba toda la escena.

- ¿Qué hará un escuálido anciano ante la vitalidad de tres cazadores? -

El hombre, sangrando, no parecía sentir dolor alguno, ya que siguió con pasos lentos el recorrido de su bastón, adentrándose en las aguas que dejaron de salpicar al contacto de su imagen; poco a poco, prenda tras prenda, el anciano fue deshaciéndose de sus ropajes. Levantó entonces con sus manos una tela de agua y la posó sobre su espalda, como una capa. El agua transformada en terciopelo sobre su cuerpo brillaba ante la luz de Helios; tomó luego su bastón roto y lo apresó entre sus fuertes y arrugadas manos, entonces el agua del mar dibujó serpientes que subían hacia sus brazos, recorriendo todo su cuerpo y sanando la herida causada por la espada hasta llegar a sus manos que sostenían el bastón. El agua, rojiza de sangre, se instaló sobre la madera y reparó las grietas, dejando al bastón indemne. La joven soltó un breve sollozo entonces y el agua salpicó sobre la tierra, vislumbrando una ligera iridiscencia que asombró a los cazadores.

-¿Qué sos, oh, anciano que dominas las aguas?- Gritó uno de los hombres.

-¿Qué son los cazadores aparte de asesinos y ultrajadores? - Respondió el anciano desde las aguas.

-Nosotros no somos asesinos, matamos con el permiso de los dioses para alimentar a nuestra gente, un pueblo que, de hecho, es hijo de dioses. - Respondió rápidamente uno de los jóvenes que ya empezaban a vestirse.

-Y a esta joven, ¿habéis pedido su permiso para tratarla de la manera en que la tratasteis? - Los miró, ya acercándose a la tierra.

-Es sólo una jovenzuela abandonada que no tiene ningún valor, ha sido olvidada por sus progenitores que ya no la guardan bajo su protección. No es nadie digno de honra, crecerá y tendrá que convertirse en mujer, y las mujeres no consiguen honor por sí solas. - Dijo convencido uno de los cazadores.

-¡Qué dioses os habéis engendrado! - Se quejó el anciano.

Los hombres se acomodaron en posición de defensa ante el anciano que no dejaba de observarlos con desdén.

-¿Qué pedís, oh, anciano?

-¿Qué os piden vuestros dioses y qué sois capaces de dar? -Apretó el bastón con ambas manos.

-Tenemos joyas, varias joyas que hemos encargado a nuestro dios artesano. Podemos ofrecer un mejor bastón vestido de nuestra mejor joyería.

-No tengo interés alguno en semejante ofrenda. - dijo el anciano impasible - ¿Son vuestras armaduras, escudos y espadas fabricados por aquél que desposó a la más bella de las diosas? - Preguntó el anciano.

-Así es. - Respondieron en coro.

-¿Ha conseguido esta diosa su honor a causa del dios de la fragua?

-¡Por supuesto que no! Es nuestra diosa anterior al herrero. Ya cargaba su honor y su inigualable belleza antes de él. - Seguían los hombres en posición de combate.

-¿Y no salió acaso de la espuma del mar, siendo ya una mujer adulta? - preguntó colérico - Espuma que hoy pertenece a la belleza de los cantos de una de mis hijas.

Se miraron los cazadores entre sí.

-Es… amplia la diferencia entre una diosa y una humana. - Descansaron de la defensa.

-¿Y quién os ha dicho que ésta es una humana?- Los retó -No sois más que codicia empuñando armas forjadas por dioses, aprovechándoos de esconderos tras el filo de una espada para engañar y así jarctaros de vuestro ridículo y breve paso por la vida. ¿Habéis considerado ya vuestra imprudencia?

Se arrodillaron los hombres ante el anciano, aún sin soltar las espadas. -Si lo que decís es cierto, oh, anciano manipulador de las olas del mar, ¿Qué es entonces esta joven que llora? Si nos revelas la verdad podremos entonces clamar perdón por nuestra osadía.

-No son honrados los hombres por su capacidad de pedir perdón, sino por la fuerza de su voluntad. Habéis cometido un acto deshonroso ante los ojos de Helios, también ante los ojos del progenitor de la joven, y lo peor, habéis tocado a la joven sin su permiso.

-¿Sos vos el padre de la joven? - preguntó atragantado de ingenuidad uno de los cazadores.

En medio de la conversación, se acercó al mar la joven, que nunca dejó de llorar, para limpiarse de la suciedad del tacto de los hombres, y al contacto con las aguas creció en su cabeza una notable y espléndida corona de corales.

-Lloro mi canto herido de vuestra malicia, han sido mis dotes enfocados a la protección de vuestro pueblo, sin embargo, vosotros habéis entintado mi imagen con la oscuridad de vuestro deseo. Soy yo Laomedea, la protectora, reina de las piedras. - Se presentó la joven.

-¡Es una nereida!- Hubo asombro y vergüenza entre los cazadores - ¿Es el anciano, acaso, el antiguo dios del mar? - Preguntó tembloroso uno de ellos, que soltó su espada e intentó dar un paso hacia atrás.

-Que no por antiguo menos dios soy - Aseveró - ¡Soy yo Nereo, padre de las cincuenta nereidas!

-¡Lo… lo sentimos! oh, gran Dios de las mareas. - Gritó desesperadamente uno de los hombres.

-¿Y ahora en la humillación os doblegáis, clamando perdón ante mí, cuando ha sido a la bella Laomedea a quien habéis intentado mancillar con vuestra oscura ambición? - Dijo el Dios impávido - Habéis ultrajado a la nereida, dueña de las olas que golpean en las rocas, pensando que era ella una mujer mortal, evidenciando, oh, criaturas deshonrosas, el abyecto trato que dais a las mujeres de vuestro pueblo.

-Dios, oh, gran Dios Nereo, nosotros no hemos hecho nada diferente a nuestros dioses. - Dijo uno de los cazadores.

-¿Bajo qué criterio nos juzgas, oh, gran Nereo, por las acciones cometidas, cuando no son más que hijas del ejemplo de nuestros dioses? - Gritó otro de los cazadores.

-Entonces cuestionádselo vosotros mismos a esos, vuestros dioses. - Replicó Nereo - ¿No habéis sido creados con una fuerza de voluntad, con un criterio propio para discernir entre las acciones de un tirano, y las de areté?

-¿Decís entonces, gran Nereo, que son permitidas las acciones para los dioses, cuando para los hombres son inmorales? - Lo retó uno de los cazadores que empezaba a ponerse de pie.

-¿Son las preguntas vuestra espada ante las acciones de sus dioses, pero cometéis las mismas acciones como escudo ante el cuestionamiento de otros dioses? Dignos hijos de tan desfasada estirpe habéis resultado. - Dijo Nereo, que caminó hacia la nereida, en el mar. - No tengo asuntos pendientes con el panteón, ni mucho menos mis nereidas. - Se calmó un poco mientras cubría con una capa de agua a su hija. - Pero habéis sido vosotros mismos quienes declarásteis vuestra guerra. No os sorprendáis que os espere un castigo divino, por haberos involucrado con Laomedea, la protectora, y por la osadía que os arrastra.

Alzó Nereo su bastón en dirección hacia ellos, entonces las aguas se levantaron ante los tres cazadores, ergo, uno de ellos logró zafarse de los brazos de las aguas y empezó a huir; Nereo envolvió en una esfera acuática a los cazadores restantes, que luego cayó, revelando a los dos hombres como dos rocas que emitían lamentos inentendibles con el rozar de la marea.

-Será el agua vuestro castigo. - Se dirigió el dios a las dos rocas - Os arderá cuando la marea toque vuestra forma, como la lava hiere a la piel, pero no moriréis tan rápidamente. Será con el paso de los siglos, con el tacto de Laomedea que pereceréis.

La nereida siguió con sus ojos al último de los cazadores.

-Y ese hombre, ¿qué pasará con él? - Preguntó la joven Laomedea.

-Más destinos he logrado ver que el mismo oráculo; volverá por vos, bella Laomedea, a suplicar tu perdón. - Le dijo el sabio Nereo. - Inalterable se descubre una muerte a causa de la subversión que desarrollará ante sus propios dioses.

-No sé, oh, padre, si eso me alumbra de alegría o de lamento.

-No llores por ellos, Laomedea… - Poco a poco fue mimetizando su forma con la marea. - Los destinos de los hombres tienen la forma de sus actos…


Sobre el autor

Alex Noa

Escritor

Mimetizado con la lluvia, me habita la convergencia constante entre la literatura y el dibujo. Me decidí por ser buceador profesional en el mar de mis incógnitas. No tengo nada que perder, porque no hay nada que haya sido mío; ni siquiera mis letras, que aunque salgan de mí, siempre eligen crecer en los otros.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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