Literatura

Soy verdugo, soy poeta

Tiempo estimado de lectura: 3 min
2021-06-11 por Andrés Camacho

A los diez años gané un concurso de poesía en el colegio. Me postulé con el mismo poema a un concurso del Distrito, quedé entre los cinco primeros, y el premio fue el bono de una librería. Pero como yo nací pobre, necesitaba el dinero del primer lugar, o eso fue lo que mi papá me aseguró. Le llevé el bono, lo guardó en su bolsillo de la camisa y me gritó que con un bono no tendríamos como comer esta noche.

Aquel bono nunca lo volví a ver, pero mi papá supo cómo inculcar el miedo al dinero, o más precisamente a no tenerlo. Una preocupación nada infantil para quien quería ser poeta. Me decía que sin plata iba a terminar como él, y lo miserable era de esas condiciones que no se deben heredar. Recuerdo el día en que me dijo que aparte de feo no podía ser pobre, que al menos algo bueno debía de tener. Le creí, al fin y al cabo, era mi papá y los papás nunca les mienten a sus hijos.

Trabajo en el patíbulo del colegio, allí donde hacen justicia con los estudiantes que asesinan y violan a sus compañeros, situaciones diarias que requieren medidas extremas para acabar con la indisciplina. Me nombraron el Verdugo. Al principio pensé que era un trabajo relacionado con verduras, pero cuando me dieron la soga y la hoz comprendí que pasaría más sangre por mis manos que por mis venas. Yo no quería perder mis descansos, porque me gusta jugar con mis amigos, pero el rector me confesó que yo era el indicado para el trabajo: los poetas se la pasan comentando discursos fúnebres, sobre cómo los ataúdes lo curan todo. ¿Quién mejor que un poeta para ponerle la camisa al muerto?

En clase de matemáticas presencié, horrorizado, una de las típicas bofetadas de un estudiante hacia una profesora. Corrí al patíbulo por la soga y tomé por el cuello al pecador, lo jalé con violencia como si fuera un perro que sacara a pasear. Lo arrastré por los pasillos, me sorprendí al no sentir el peso de su cuerpo, fue como si sostuviera el alma serena. Pensé en mi alma, ¿será así de liviana? Le pedí a Dios por la vida después de mi muerte. Me debía liberar de mis culpas, la absolución es mi cura en este momento.

Así me volví rígido con mis preocupaciones, la noche ya no carga mi cabeza de remordimientos y mis muertos no me cuestionan entre sueños. Al menos mi papá se siente orgulloso de mí, le entrego el dinero necesario para comprar la comida del mes.

En mi corazón, sabía que era mejor verdugo que poeta. Seré recordado como verdugo por generaciones, logro que no será recompensado en mi vida como poeta. Mis poemas no soportarán la lectura de la siguiente generación, mis muertes serán lo único que perdurará. Soy como el poeta que escribe para sí, por la sangre en las venas y entrañas. Los poetas son verdugos, hablamos de ataúdes y de comedias funerarias.



Sobre el autor

Andrés Camacho

Director General

Cofundador de la Revista Cara & Sello. Politólogo o al menos eso dice el cartón que cuelga en mi pared. Amigo de la literatura y la música. Columnista semanal: escritor desde de lo cotidiano y lo marginal.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



Cargando comentarios...
Scroll to Top