Literatura

Te amo... incluso muerto

Tiempo estimado de lectura: 5 min
2020-09-23 por Simón Fajardo

Estoy frente a tu tumba, hermanito. Yo sabía que eras un cobarde. Ya divisaba este desenlace. No te culpo, claro. ¿Cómo voy a saber qué cargabas? Pero sí una cosa: la mamá está encerrada en la casa desde que supo la noticia, y no fue capaz de asistir al funeral; daba cabezazos a las paredes gritando dios mío, ausente, como si ya no perteneciera al mundo – y es lógico que ya no-. Tuvimos que sedarla ese día.

Esa cosa. Eso pienso cuando estoy frente a tu tumba, hermanito.

Siempre decías que yo te protegía del mundo. Era mentira, obvio. Solo lo decías para burlarte de mí peso. Más bien como si yo me comiera el mundo y no dejase nada que te pudiera hacer daño. Lo entendí cuando descendió el ataúd para cubrirlo de tierra mojada. Ni el papá ni yo lloramos. Lo único que me dijo respecto a ti, en el velorio, era que al menos la mamá iba a descansar al fin. Yo sabía a qué se refería, pero evidentemente ha sido todo lo contrario.

¿Qué pensaste antes del cuchillo en el pecho? ¡por lo menos hubiese sido una muerte menos indecorosa! Dios, eres – eras- muy indolente. Bueno, vaya y mátese uno, bien, no pasa nada, ¿pero acabarse a puñaladas en toda la garganta? Qué fastidio. Igual no te culpo. Quisiera que volvieras para decirte: oye, la próxima vez no lo hagas de ese modo. Sabes que puedo conseguir transcripciones médicas con algunos amigos: el Valium, etc. Piensa bien, muchachito, piensa bien.

Pero bueno, es inútil pensar en ello.

Te amo aun muerto. Te amo aun destrozando nuestra vida. Cuando digo nuestra me refiero a la vida familiar. Ya no se habla de ninguna celebración; si la mamá cumple años… bueno, ya te imaginarás. Ni hablar del tuyo. Eso me da rabia. Tú sabes que a mi me gustan mucho las celebraciones. Yo ya sabía que te ibas a suicidar, en serio. Te juro que no me sorprendió para nada. Cuando me enteré sentí como cuando se gana una apuesta. Y luego pensé en tu mamá, en la mía. ¡Qué pesado, poeta! Bájale dos, autorregúlate, suelta esa chancla… en fin, no estás, y no te culpo. Tampoco digo que me dé igual, pero la vida es así.

¿Te acuerdas esa vez que viniste a mi cuarto como a las 11 de la noche y me dijiste: -tú me caes mal porque eres inteligente- . Y yo: -ja,ja,ja ¿por qué me dices eso? -. -- porque las personas entre más inteligentes son más mesuradas, menos apasionadas. Todo es muy plano, sin extremos, sin vicios, sin amor visceral, sin uñas rotas. Por eso me caes mal. Yo no entendí, y me reí?

Ahora entiendo a qué te referías. Pero, hombre, tampoco tanto drama. Quiero decir, para ser poeta no hay que suicidarse. Eso me da risa: ahora yo podría escribir poesía y ser muy buena. Tú no. Estás muerto. Y obvio no te puedes acordar de nada.

No voy a reprocharte que haya tenido que renunciar a mi trabajo en Richmond, que haya tenido que buscar uno acá en Colombia para poder cuidar a los papás, y dejar de ganar en dólares, y solo ganar tres millones porque no tengo posgrado. Claro que me da rabia. Solo que no eres culpable. Pero no hubiese estado de más avisar: "familia, tengo pensado, después de ser indigente y abandonar la universidad y causarles una angustia maldita, regresar a la casa para que se ilusionen con mi rehabilitación, y matarme a puñaladas". Digo, no habría estado de más. Eras muy raro, pero rarito fastidioso, oye.

Una vez -y eso sí que no lo soporté- el papá me dijo que había sido culpa mía. Como si yo hubiese sido la que te dio el dinero para esos libros de escritores malditos. Él era el que te los compraba. Le llegabas con tu cara de perra enferma (¡ah, qué asco!): “papito, es que quiero comprar un libro de un poeta que me gusta mucho y cuesta 60 mil” y él POR AMOR te decía que bueno, que no te preocuparas “mañana te doy para el libro”. Mucho perro indolente ¡hacerle eso al anciano! Quiero decir, lo hecho hecho está. Pero a ver, no se juega así con el amor de alguien y menos de quienes dan la vida por uno. El caso es que le reproché eso al papá, y parece que ya no parpadea, todo ojeroso. Dios mío. Cómo te parecías a él. Luego le pedí perdón, que me entendiera. Claro que me perdonó y me entendió, pero ya no es el mismo. Es que es eso: no lo jodió tu vida putrefacta con esa muerte infecta, ¡sino lo que yo le dije!

Qué delicia tenerte como hermano.

Estoy frente a tu tumba, pero ya me voy. Como acá todo es más caro y peor, no he podido comprar un carro. Tengo que coger el bus, viajar tres horas hasta el otro extremo de la ciudad; rogar que haya asiento, que no esté tan lleno, que no me roben. Sicóloga tercermundista.

El señor disculpará la visita tan corta.

Si me concedieran un deseo, pediría que después de tu muerte, es decir, ahora, la mamá volviese a preparar reuniones y pudiéramos celebrar como antes.



Sobre el autor

Simón Fajardo

Editor, Escritor

Poeta por necesidad y las vísceras. Escarbando la contemporaneidad, aficionado de los viejos estilos. Escribo porque no sé cantar y no canto porque no sé pintar.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



Cargando comentarios...
Scroll to Top