Política

La violencia “legítima”

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Tanto en las discusiones casuales de estudiantes de ciencia política como en los cafés filosóficos surgen preguntas interesantes sobre diferentes discusiones de la sociedad. Una de las que suele involucrar a la fuerza pública y los manifestantes en protestas suele ser la siguiente: ¿qué diferencia existe entre fuerza y violencia?

Todo manifestante que ha sido golpeado con un bolillo o perdido un ojo por el exceso del ESMAD -o algún otro cuerpo represivo como los Carabineros chilenos- tiene presente algo llamado “el uso legítimo de la fuerza”. El principio reza que el Estado tiene el derecho de darte en la jeta para garantizar el orden y la convivencia.

Dicho uso de la fuerza se extiende al propósito original del Estado. El Leviatán de Hobbes, aquel monstruo marino bíblico que en la mitología moderna ilustrada se vuelve en el Estado, una autoridad suprema a la que le entregamos el derecho de pegarnos entre nosotros para que lo haga él, según convenga.

Esto no es solo del afamado Estado moderno. Desde la perspectiva del poder, tiene sentido que la ira o el rencor sean pecados capitales según la autoridad eclesiástica. La ira desmedida puede llevar a una violencia destructiva. La autoridad suprema, sea el Estado o la iglesia, en el afán de salvaguardar el orden y la convivencia, deben de regular nuestra capacidad de atacarnos entre nosotros.

¿Qué tiene que ver todo esto con la diferencia entre fuerza y violencia? Pues que la fuerza solo es violencia legitimada. Por naturaleza o derecho propio, si se quisiera llamar, cada individuo se siente en el derecho de vengar una agresión contra otro. La violencia no sería nada más que eso.

Sin embargo, al convivir en sociedad, en “civilización”, hemos de regular nuestros conflictos sociales. La autoridad a la que le entregamos ese derecho no tiene nada más que justificar su privilegio del uso de la violencia con un discurso social. Dios, la patria, el orden, el Estado. Son solo un medio, una construcción discursiva que legitima la capacidad de la fuerza pública de utilizar una violencia para reprimir las demás.

Tanto la fuerza como la violencia pueden ser desmedidas, pues la primera no es más que violencia disfrazada discursivamente para garantizar un orden social. Sin embargo, la fuerza es institucional o pro-establecimiento. La violencia, en la medida que no es legítima, es subversiva.

La violencia es caótica y anárquica en su planteamiento social, mientras que la fuerza es unidireccional. Todos los actores pueden hacer uso de la violencia, pero solo la autoridad hace uso de la fuerza, pues la legítima en su posición de garante del orden social.

Cabría pensar a la fuerza como una violencia constructiva, pues busca garantizar la estabilidad de la sociedad. Si todos logran renunciar a la violencia y la venganza a favor de un actor que la regule, en teoría se construirá un orden en donde la sociedad pueda prosperar.

Todo esto es el principio detrás de Hobbes y de un papel tan importante como el perdón en el contexto del conflicto armado. Ser capaces de renunciar a la venganza para lograr una estabilidad y orden, una paz duradera. Renunciamos a la violencia para volverla fuerza.



Sobre el autor

Santiago Ramírez Sáenz

Escritor

Politólogo en formación, con aspiraciones a futuro en antropología, filosofía y economía, entre las que se puedan aparecer en el camino. Gran apasionado de la ciencia y la tecnología, eje central de mi trabajo académico y mi proyecto de vida. Bachatero y salsero, aunque no lo parezca. Gran fanático del sueño interestelar y nerdo de nacimiento.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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