Política

Presidenciales 2022 en Colombia: ¿neoliberalismo vs comunismo?

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Al igual que en las últimas elecciones, según la propaganda, el panorama electoral del 2022 plantea dos modelos de país diferentes. Hay altas expectativas en cuanto a las coaliciones, las nuevas filiaciones y, por supuesto, las ideologías.

Hasta el momento, suenan los nombres de doce políticos como precandidatos, según el diario Infobae: Tomas Uribe, Alexander Char, Gustavo Petro, Jorge Enrique Robledo y Sergio Fajardo son los más protagónicos; la representación de la eterna disputa entre la extrema derecha y la extrema izquierda, y uno que otro progresista.

Analizando en retrospectiva, en el 2018, la propaganda que circuló para convencer a los votantes a favor del candidato de extrema derecha, Iván Duque, estuvo en buena medida basada en lo que sucede en el país vecino. El miedo al comunismo o al socialismo se apoderó de millones de votantes, “¡Nos vamos a volver como Venezuela!”, decía el pueblo. Pero en realidad lo que ha sucedido es que: han utilizado ese discurso ideológico para sembrar miedo y desesperanza, así como presentar a la derecha, y sus políticos, como la única opción salvadora de la economía y el rumbo social del país; y a los líderes de izquierda como amenazas a la prosperidad y la seguridad de la nación. Las propagandas actuales no distan de este tipo de discurso ideológico. Pero, ¿sobre qué se fundamentan estas ideas?

En realidad se fundamentan sobre ideologías reales y modelos económicos teóricamente bien fundamentados. Algunos obsoletos y otros nefastos. Estos han venido siendo utilizados para construir discursos tergiversados que han garantizado el continuismo de clanes nacionales.

En primera medida, es necesario reconocer que al estar inmersos en una democracia y una economía de libre mercado, la equidad es un elemento fundamental. Es menester diferenciarlo de la igualdad; la primera procura identificar algunos niveles diferenciales de las personas y entrega un auxilio para alcanzar niveles similares; así da garantía de una competencia equitativa en el escenario económico. La segunda sólo otorga a todos sus ciudadanos lo mismo, sin tener en cuenta las necesidades individuales.

Entonces, por ejemplo, hay una competencia de zancos: el Estado le entregará a todos los ciudadanos unos zancos de un metro de alto, pero uno de ellos tiene la pierna derecha dos centímetros más larga que la izquierda, y otro contendor tiene las piernas igual de largas, lo más probable es que para el segundo sea más sencillo ganar, mientras que el primero tendrá que ajustar sus zancos o no entrar a competir. Todos tienen las mismas condiciones de entrar a competir y las mismas posibilidades de ganar en un Estado que garantiza la equidad.

El populismo de derecha hace cortina a la equidad, y la evade; y la izquierda tradicional no presenta un panorama ideológico claro...

Pero, ¿por qué hablamos tanto de competir? Porque para el neoliberalismo, la competencia es fundamental y el Estado no debe obstaculizar, sino contribuir a una mayor competencia entre ciudadanos libres que persiguen fines individuales. La derecha supuestamente se lleva bien con estas ideas al igual que los progresistas.

Comprendamos un poco mejor estos planteamientos. Comencemos por reconocer que la primacía del mercado, el incentivo al consumo desmedido y los esfuerzos humanos dirigidos a la competencia individual, son caballitos de batalla del neoliberalismo, el cual se convirtió en un proyecto hegemónico a nivel mundial, con ciertas excepciones, y en torno a este se ha creado una institucionalidad robusta que lo despliega, en la mayoría de los países, de manera progresiva y con la voluntad de los gobiernos progresistas, de izquierda y derecha. Allí el ciudadano debe y puede garantizar su propia felicidad y bienestar económico mediante la competencia, y el Estado sólo debe intervenir con un amplio aparato judicial que gestione unas reglas y un sistema para competir.

Los primeros ideólogos del nuevo liberalismo vieron en el Estado de bienestar un rival que, supuestamente, destruía la libertad de los ciudadanos y la vitalidad de la competencia. Aún así los pensadores del nuevo liberalismo, como Hayek, plantearon que el mantenimiento de la competencia no es incompatible con el sistema de servicios sociales a los que debe tener acceso la población.

Ahora bien, teórica e históricamente, el ala izquierda del espectro político se adhiere a ideas colectivistas, que se oponen a la libre competencia y suponen una economía regulada por el Estado y ciudadanos coaccionados para cumplir un fin unificado.

Los sistemas colectivistas como el fascismo, socialismo y comunismo, presentan un rasgo común: fundamentos ideológicos asociados a la organización deliberada de los esfuerzos de la sociedad en pro de un objetivo social determinado, y se diferencian entre sí por la naturaleza del objeto hacia el cual dirigen los esfuerzos de la sociedad. Además, a diferencia del liberalismo, aspiran a organizar la sociedad entera y los recursos para una finalidad unitaria y dejan en segundo plano los fines de cada individuo.

Puede que ningún panorama de los mencionados parezca alentador, tampoco cien por ciento veridico en un país como Colombia; y es que como lo plantea el economista austriaco Hayek, “todos los esfuerzos se han dirigido hacia una mayor libertad, justicia y prosperidad, y el resultado ha sido muy diferente al propósito; gran parte de la sociedad se hunde en miseria y esclavitud”.

Entonces, si la ciudadanía considera los argumentos anteriores, y tratándose de una guerra de lineamientos ideológicos antiguos, quizá ninguno ganaría. Porque una gran parte de los votantes que prefieren gobernantes de derecha, no están en capacidad de entrar en competencia. Y los que votan por candidatos de izquierda tampoco parecen estar dispuestos a renunciar a su libertad individual (tanto económica como personal).

Se presenta la necesidad de ideólogos y modos de liderazgos nuevos, libres de viejas etiquetas y canteras ideológicas vacías de sentido social... Sucesos de la historia como el Strum and Drang, del siglo XVIII, que generó un espacio para pensar una sociedad fundamentada en la autoevaluación de cada civilización, dejaron planteado que el pueblo podría gobernarse por leyes de su propio criterio y cuestionar la validez de principios establecidos e impuestos por una organización social son pasos necesarios para generar transformación. Un buen comienzo, asevera Bourdieu, ha sido que “los escritores, artistas y científicos pueden contribuir a romper el monopolio de la ortodoxia sobre los medios de difusión, así como trabajar en análisis rigurosos y generar propuestas sobre los interrogantes que la ortodoxia mediática impide plantear”, este es un inicio para generar un clima electoral con ciudadanos informados y sin caer en el populismo: rechazar el status quo. Además, el sociólogo francés, propuso que se combata desde la ciencia económica, al ser un lugar común para los bandos.

Las próximas elecciones plantean distintos caminos para la sociedad y la economía. Por supuesto, el neoliberalismo es la tendencia en el país, en gran medida por la influencia internacional. Sin embargo, los fundamentos ideológicos más que un plan a seguir, en Colombia, parroquialmente han sido convertidos en un método para sostener electoralmente a algunos personajes en la política nacional. Ahora bien, el populismo de derecha hace cortina a la equidad, y la evade; y la izquierda tradicional no presenta un panorama ideológico claro, si de sus límites se trata, y esto genera desconfianza e ingobernabilidad. En todo caso, lo importante es que los líderes comiencen a dirigir sus esfuerzos hacia nuevos modelos económicos y sociales, teniendo en cuenta los cambios del medio ambiente, la tecnología y la organización social, implementando modelos más viables para las futuras generaciones.



Sobre la autora

Camila Lemos Ortiz

Escritora

Politóloga, asesora política y escritora. Si hay un país que amo es Colombia, si hay algo que me inquieta y me ocupa son las instituciones nacionales y el conflicto interno. Soy aficionada a la música y también a la filosofía política. Creo que la curiosidad salvó al gato…



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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