
Recientemente, inicié a leer el trabajo del profesor Niall Feguson sobre la historia de las catástrofes. En la introducción a este libro me encontré una referencia que ahora está en el conjunto de lecturas pendientes de mi biblioteca: Religión y el declive de la magia, por Keith Thomas. Al margen de ello, lo que me llamó la atención fue la afirmación de que “quizás deberíamos prepararnos para escribir otro (libro) titulado La ciencia y el renacer de la magia”.
Ese título me llevó a recordar a otro autor que leí en la carrera, pues alguna vez el también historiador Eric Hobsbawm tituló su capítulo dedicado al desarrollo científico del siglo XX como Brujos y aprendices: las ciencias naturales. Es curioso cómo una serie de historiadores ingleses vean en la ciencia algo de magia, aunque motivos habrá para ello.
Y es que todo este asunto plantea una cuestión interesante. Al margen de como realmente funciona la ciencia -cabe decir que jamás llegaría a afirmar que la ciencia es equiparable al pensamiento mágico-, ¿Qué tan diferente es nuestra concepción del saber científico, de la antigua visión de la magia?
Como digo, la ciencia no es magia. Yo sería el primero en salir a contradecir a la persona que llegara a afirmar semejante cosa. Sin embargo, el punto radica en que, tal cual llegó a afirmar el historiador del siglo XX, hemos llegado a un punto donde la comprensión real de la ciencia detrás de nuestras tecnologías es tan limitada que optamos por ignorar cómo funcionan.
Brujos y aprendices. Es así como vemos hoy día a los investigadores y desarrolladores de tecnología puntera. No hay mucha diferencia entre aquel científico jugando con probetas de laboratorio, al brujo medieval con sus pócimas y caldero.
Dicho imaginario se refuerza en algunas muestras de la cultura popular. El caso más emblemático podría ser la popular serie de los Simpsons, cuya versión medieval suele mostrar al clásico científico loco de laboratorio como un hechicero; o a la misma Lisa, cuyos intereses están ligados al mundo académico y científico como una bruja o hechicera.
Otro ejemplo es Rick and Morty, donde los poderes de deidad de Rick son dados por la tecnología y la ciencia detrás de esta. Cada escenario y situación presentada, junto con las capacidades de los protagonistas, es desarrollada por tecnología y ciencia, comportándose estas dos como una especie de poder divino. Como magia.
No más pensemos en el cómo durante la pandemia miles de líderes políticos invocaban a la ciencia, como si fueran un ente o deidad que nos prometiera superar la crisis. En algunos casos, la consigna llegó a ser “confiando en Dios y la ciencia”.
Cabe señalar también como dicho papel casi místico de la ciencia no ha sido gratuito. Gracias a esta, los matasanos que recomendaban venenos como el mercurio o sangrías con sanguijuelas, han pasado a ser médicos de alto calibre jamás vistos antes en la historia humana.
También vemos como de la observación de las estrellas hemos pasado a sistemas satelitales, de señales de humo o palomas a dispositivos de vidrio que transportan mensajes en tiempo real, o de antorchas a luces artificiales que roban las estrellas de la noche.
La cuestión es que el común de la gente no sabemos cómo opera el CRISPR-Cas9 con el que desarrollan nuestras vacunas y medicamentos, el cómo se desarrollan los componentes y códigos digitales de nuestros ladrillos de vidrio, la complejidad logística y física de los satélites en el espacio o la simple ciencia detrás de las miles de luces que iluminan la noche.
Si vemos a la ciencia como una entidad mística o mágica, es porque nuestra experiencia inmediata con ella a través de la tecnología nos ha formado esta visión de ella. Solo pensemos el cómo vería una persona de hace 200 años cualquiera de las invenciones mencionadas aquí. Para la era de nuestras independencias, los médicos eran más matasanos que auténticos sanadores, la comunicación se daba por papel y duraba semanas o meses, se navegaba a punta de mapa y estrellas, a la vez que la noche era dominada por estas últimas.
Trasportados al presente, cualquiera de los desarrollos modernos serían cuestión de brujería o magia. ¿Cómo sería posible asegurar la vida de un prematuro, o transportar un mensaje hasta España y tener respuesta de manera inmediata, o ver que una ciudad tan iluminada de noche al punto que pareciera que arrancamos las estrellas para ponerlas de iluminación?
Sí, la ciencia y la tecnología moderna parecen brujería, magia. Discusiones al respecto pueden plantearse sobre las consecuencias que ello implica. ¿Tendrá algún efecto perjudicial que nuestra experiencia de la ciencia a través de la tecnología nos sea comparable a magia? En ello podríamos encontrar cosas interesantes sobre el papel de la ciencia y la tecnología, o cosas más concretas como el problema de las fake news y la desconfianza en las autoridades científicas.
En todo caso, el asunto es interesante. No solo la ciencia y la tecnología toman su lugar como pilares del mundo moderno en términos materiales, sino también culturales. El que la ciencia remplace a la magia en nuestro imaginario colectivo, dice mucho de su importancia para nuestra civilización.
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