Sociedad

El afán de un mundo mejor

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Nuestra capacidad de sentir empatía es limitada. Según alguna información, brotada sea del internet o de la investigación científica seria sobre la naturaleza humana, estamos en el límite de sentir empatía solo por una cantidad máxima de 150 personas. Explicado por nuestro pasado evolutivo, donde la organización social predominante por aproximadamente 200.000 años fueron las tribus nómadas, esto nos da luces para explicar fenómenos ligados al egoísmo y los males del mundo.

Es pertinente traer a la mesa a Leo Huberman: “El capital no pregunta ¿qué se necesita?... pregunta ¿cuánto puedo ganar con mi dinero?”. Este autor marxista ya traía a discusión un fenómeno dado hace más de 100 años, el cual está detrás de las multimillonarias inversiones espaciales, vs. las deplorables condiciones materiales de muchas comunidades en los países en vía de desarrollo.

“¿Cómo sería posible que hubiese demasiado dinero? ¿Acaso no sería posible hallar una forma de utilizar el capital? ¿No había caminos por construir, antiguos inquilinatos por demoler, a fin de remplazarlos por viviendas decentes? …

Los había. Las zonas rurales necesitaban mejores caminos, los obreros necesitaban casas decentes y pequeños negocios clamaban por expansión. Y, sin embargo, los economistas hablaban de “capital” excedente.”

Curioso ver como dichas palabras escritas hace más de 80 años describen una situación tan parecida a nuestros tiempos modernos. Grandes inversiones en algo a ojos tan banales como turismo espacial para multimillonarios, en contra vía a la ausencia de carreteras de comunidades vulnerables. Rascacielos del tamaño de montañas propias de mitos de antaño con miles de apartamentos vacíos, contrastado con los millones de personas cuyas casas son hechas en hojalata o directamente carecen de estas. Fiestas multimillonarias cuyos gastos darían de comer a comunidades enteras por un gran periodo de tiempo.

Señalemos entonces al malvado capitalismo, siempre pensando primero en las ganancias antes que en el bienestar de las personas. Sin embargo, el fenómeno obedece a criterios más profundos de la psique humana. El mismo fenómeno que lleva a tener grandes apartamentos lujosos desocupados, mientras la gente muere de frío en las calles; es el que también lleva a que tú prefieras gastar 20 dólares en una prenda nueva, una comida lujosa o una fiesta en vez de destinarlo a algo tan caritativo, como el mercado de un necesitado o la recuperación de un bosque: el tema de los incentivos.

¿Y yo qué saco?

El conductismo es una línea de la psicología que se resume en una frase: la gente obedece a los incentivos. Las personas se guían por lo que ven más conveniente para ellos y sus grupos sociales. Esta clásica idea del “garrote y la zanahoria” es el principio fundamental del caso. Si algo te representa algún tipo de beneficio social, emocional o material, lo harás. Si algo te perjudica en alguno de los campos mencionados, lo evitarás.

Solo con esta idea uno puede entender el porqué del comportamiento de las grandes empresas o individuos que destinan capital a uno u otro proyecto. Existen rascacielos vacíos porque ello beneficia a aquellos que los construyen y venden. Existe algo tan banal como el turismo espacial porque representa ganancias para los promotores de dicha idea. Se desperdicia tanta comida y dinero en fiestas porque ello complace a los organizadores del evento y asistentes.

¡Qué malvados son! ¡Por Dios! Cuánto dinero desperdiciado en excentricidades que podrían ayudar a millones de personas. Pues el asunto es que cada uno de nosotros seguimos dichas líneas. Sin excluir el hecho de que hay personas más sensibles a las causas sociales y el bienestar del prójimo[1], la realidad es que yo también te podría señalar a ti, probable miembro de la clase media, de negligencia y desperdicio.

El lector promedio de estas páginas tendrá por lógica acceso a internet, un computador y seguramente la mayoría de las necesidades básicas cubiertas. Tendrá tiempo o dinero, si bien no en cantidades, sí suficiente para poder aportar a una causa benéfica que ayude a hacer del mundo un lugar mejor. Podrán quedarle tal vez más tiempo como un fin de semana o un par de dólares de más. Tiempo y dinero que para él pueden ser insignificantes, pero para otra persona valdrían mucho más1.

Dos horas para ti que podrías mirar tiktoks o pasando la tarde en un videojuego son más valiosos para una madre soltera, la cual necesitaría el espacio para que cuidaras a su hijo; o para una comunidad que necesita a alguien que pueda atender una huerta comunal, pero cuyos miembros sí que carecen del tiempo. 5 dólares en una comida chatarra que para ti puede ser un antojo o un capricho, para otra persona puede ser lo único que coma en todo el día o con lo que alimentar a sus hijos.

Entonces mi querido amigo privilegiado ¿Por qué no destinas un día a ser servicio social en vez de salir de fiesta? ¿O por qué no renuncias a 5 dólares mensuales que servirían a una causa social o una organización encargada de estas? Pues yo te daré la respuesta: no vez beneficio directo en ti en hacerlo.

Como mencioné inicialmente, nuestra empatía es limitada. ¿Por qué destinar tiempo o dinero en personas o causas que nada tienen que ver conmigo? Más allá del sentido de responsabilidad social -que no todo el mundo tiene, cabe decir-, lo que demos está limitado al nivel de compromiso que sintamos con el otro.

Un problema de incentivos

No pretendo ahora señalarte de mala persona por no donar tiempo o dinero a causas benéficas. Como miembro de una clase media, tienes cierto nivel de capital acumulado por generaciones anteriores que podría aportar. Sin embargo, sí quiero señalar como el mismo fenómeno que está detrás del comportamiento del capital también impacta a todos nosotros, no siendo un problema de un malvado sistema ajeno a nuestra naturaleza.

El asunto es que entender dicho fenómeno nos ayuda a buscar formas de fortalecer las iniciativas benéficas y lograr un mundo más altruista. Si logramos trasladar incentivos para que, no solo las personas que se lo pueden permitir, sino los grandes capitales, inviertan en la construcción de un mundo mejor; lograremos el aumento de los ingresos en dichos proyectos que todos consideramos buenos, pero que pocos están realmente interesados en apoyar.

Los incentivos vienen de varias maneras. La cultura es un ejemplo de ellas. La creación de una cultura benéfica crea un incentivo negativo en las personas y empresas. Aquellas que no aportan a una causa benéfica en tiempo o dinero son señaladas socialmente. Sin embargo, existen otros métodos iguales o más efectivos.

Un ejemplo de ello es el programa colombiano “obras por impuestos”. Este da la oportunidad a las empresas privadas de reducir su carga tributaria a cambio de la construcción de obras públicas en los territorios más afectados por el conflicto armado. Igualmente, los principios de la inversión de capital en emprendimientos que tengan impactos sociales es otro ejemplo de ello, donde se gana dinero mientras se ayuda en la construcción de un mundo mejor.

A nivel individual también se trata de crear incentivos. ¿Por qué la gente no dada a las causas sociales dará tiempo o dinero a estas? Cosas como las reducciones en impuestos, beneficios en educación o alimentación, entre otros, pueden ponerse sobre la mesa. En el caso de las becas más prestigiosas del mundo o las lógicas detrás de las hojas de vida hay un ejemplo de ello, pues los voluntariados dan peso en ambos casos.

Una cuestión de moral

Cabría señalar la moralidad de crear incentivos positivos y negativos en la ayuda del prójimo. ¿Qué tan despreciable es que demos extensiones tributarias a empresas por hacer obras públicas o servicio social? ¿Qué tan cuestionable moralmente es que para que una persona haga voluntariado se le tenga que manipular para ello?

Sin duda, según se mire el asunto y la brújula moral de cada uno, el asunto sigue siendo despreciable. Podemos ver detestable que los grandes capitales prefieran invertir en el espacio antes que resolver el hambre en el mundo[2], y que para que inviertan en resolver problemas sociales toca eximirlos de impuestos o presentarles beneficios económicos. Podemos ver reprochable el hecho de que una persona prefiera gastar su dinero y tiempo en una fiesta o videojuego antes que en ayudar a una causa social.

Sin embargo, eso no soluciona nada. Reprochar la realidad no la va a cambiar. Lo que importa en última instancia en la construcción de un mundo mejor es lo que podamos hacer por este, sin enfocarnos tanto en los juicios morales que puedan tener las motivaciones para hacerlo. Para mejorar al mundo, deberían importar más las acciones que nuestras motivaciones. Entender los principios detrás de la naturaleza humana y como está, no solo limita nuestra empatía con el otro, sino que prefiere el beneficio particular; nos dará las luces para un mundo mejor. Un mundo donde el capital y cada uno de nosotros no solo sirva al beneficio, sino al bienestar general.

  • [1] Este es un tema para otra ocasión.
  • [2] Cabe decir que el segundo es un problema logístico mucho más difícil que el primero, pero ese es otro tema.
  • 1. Cabe mencionar que estos señalamientos son a los miembros de las clases medias, medias, altas y altas; cuyo poder adquisitivo cubre las necesidades básicas y deja, tanto dinero como tiempo libre, disponible para estas.


Sobre el autor

Santiago Ramírez Sáenz

Escritor

Politólogo en formación, con aspiraciones a futuro en antropología, filosofía y economía, entre las que se puedan aparecer en el camino. Gran apasionado de la ciencia y la tecnología, eje central de mi trabajo académico y mi proyecto de vida. Bachatero y salsero, aunque no lo parezca. Gran fanático del sueño interestelar y nerdo de nacimiento.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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