Sociedad

Fantasías espaciales y cagadas cientificistas

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En una de las dos publicaciones ganadoras con el segundo lugar, del concurso de ensayos adelantado por la página riesgoscalastroficosglobales.com, titulada El cataclismo inefable; el autor describe en un relato relativamente corto la llegada de unos exploradores alienígenas a la Tierra. Al llegar, miles de años en el futuro, descubren que en el aparente planeta hubo una especie inteligente, cuyos restos civilizatorios se proponen estudiar, con el fin de descubrir las causas de su caída.

El objetivo implícito -entendido como lo que realmente quiere trasmitir- del texto no es describir el cómo sería una verdadera llegada de una especie inteligente a la Tierra. Esto solo es una excusa para hablar de los posibles riesgos existenciales modernos que pueden y pudieron, en al caso del relato, llevar a la extinción de la especie y la desaparición de la civilización.

Sin embargo, el inicio del texto me dejó un mal sabor de boca. Mismo sabor de boca que me deja el pensar en la afamada Escala de Kardashev, cada que la veo desde los ojos de mi propia carrera. Dicha escala, llegada desde lo más profundo del relato y los nichos de la cultura cientificista -con la que simpatizo, pese a todo-, pretende simplificar en su análisis del concepto de civilización a las tecnologías que emplea y la cantidad de energía que consume.

Esto es particularmente insultante si lo miramos desde los ojos de la crisis climática. Se supone, según la visión popular dentro de esta subcultura -por llamarla de alguna manera-, que no hemos llegado siquiera a la civilización tipo I, sino que estamos en la 0.7. Así, se justifica en el hecho de que no hemos alcanzado la sostenibilidad energética, pues para llegar al tipo I se debe poder aprovechar todos los recursos del planeta madre.

¡Ve tú a señalar que no estamos utilizando más recursos de los que el planeta produce o tiene para renovar! Si lo miramos detenidamente, es una lógica simplista y muy depredadora.

Y a esto se le suma que no analiza el hecho de que las nuevas tecnologías desarrolladas, junto con las prácticas socioeconómicas y culturales, cambian el volumen de consumo y capacidad de generación de energía. ¿En qué punto tenemos que consumir y producir energía para supuestamente afirmar que tenemos control de todo el planeta?

El cientificismo sobre la lupa

El postulado del antropoceno -la era del ser humano- y la globalización, ya bastan para afirmar rotundamente nuestro control total sobre el planeta y sus formas de vida. Este relato cientificista, del que está detrás también la exploración espacial, no puede simplificar más groseramente el concepto de civilización en su postulado.

Estas teorías muestran como los cientificistas, subcultura muy presente en investigadores de las ciencias duras, divulgadores de esta y fanáticos de la ciencia; tienen serios problemas a la hora de leer los fenómenos sociales. Solo hace falta analizar con detalle los discursos de divulgadores como Neil Degrasse Tyson o Michio Kaku, para ver lo lejos que están de analizar bien la realidad social. Incluso el afamado Carl Sagan llega a pecar de esto.

No me malentiendan. Admiro a estas personas. Sus posturas, pese a estar muy erróneas. Creo que caen además en el idealismo, lo que me parece hasta “bonito”, por decirlo de alguna forma. Incluso yo fui en algún momento un cientificista -antes de estudiar lo que estudio, claro está-.

Sin embargo, si el principio de las ciencias duras y el método científico es la duda, junto con la comprobación empírica; el principio de las ciencias sociales es la postura crítica y analítica de los fenómenos sociales. El cientificismo, como idea y cultura, no se salva de ello.

Cataclismo inefable: idealismo poco realista

El texto El cataclismo inefable también tiene este problema. Solo falta leer el primer párrafo para que cualquier estudiante de relaciones internacionales o ciencia política mande a la basura el texto.

El párrafo dice así:

“Después de un riguroso análisis presupuestal, y constatando que la tecnología disponible era suficiente, se decidió enviar a la primera flotilla en cruzar los límites de la galaxia. Recoger los fondos necesarios no fue una tarea fácil. Se necesitó de un crecimiento económico impensable para las generaciones pasadas, además de la aceptación unánime de los líderes globales.

Asimismo, se requirió de las mejores mentes del momento, trabajando juntas, a pesar de las barreras culturales e ideológicas. Al cabo de 10 años se consiguió tener todos los preparativos listos para el tan esperado despegue.

La tripulación que se eligió consistía en 7 expertos dotados de las más altas cualidades intelectuales y fisiológicas. La duración total del viaje fue de 30 mil años, pero gracias a la sofisticada tecnología de hibernación cuántica se consiguió que para la tripulación el envejecimiento corporal fuese de tan solo 30 días.”

La primera frase ya me plantea la siguiente duda ¿Por qué una civilización se pondría de acuerdo para enviar al espacio una nave? ¿A hacer qué? El idealismo cientificista siempre lo plantea en términos de exploración. Por el conocimiento. Sin embargo, no cabe decir como los proyectos científicos siempre están ligados a intereses comerciales o políticos.

Con el consiguiente crecimiento económico y el consenso internacional, no puede ser más iluso. 200 años nos hemos tardado en generar la riqueza del mundo actual, la cual no alcanzaría para dicha empresa. Esto sin mencionar las lógicas de depredación y explotación que en muchos casos acompañó a esa riqueza.

Ahora vuelve la pregunta inicial ¿Un consenso a fin de qué? ¿Por qué motivo una raza alienígena -suponiendo que sus dinámicas sociales sean parecidas a las nuestras- dejaría a un lado sus diferencias en pos de enviar a 7 miembros de su especie a la profundidad inmensa del espacio?

La siguiente afirmación incluso llega a ser insultante con respecto a los que estudiamos alguna ciencia social. ¿Pretender superar las diferencias ideológicas, sociales y culturales en un plazo de 10 años? Eso es no entender ni siquiera cómo funciona la democracia, la cultura o las dinámicas internacionales. Si fuera tan fácil poner de acuerdo a toda la humanidad en un proyecto común, las ciencias sociales carecerían de sentido.

En ese orden de ideas, pretender tener una nave espacial para aguantar un viaje de 30 mil años en medio de la nada -de la forma más literal posible-, sobre todo en 10 años; es como suponer que todo el sistema productivo a base de hidrocarburos puede ser cambiado con el mismo periodo de tiempo. Ya sabemos la respuesta a ello.

Y finalmente, resulta ser que el método elegido es la hibernación. Suponiendo entonces que se logra semejante proyecto, ¡¿Qué ser alienígena se ofrecería para ir a vivir 60 mil años -ida y vuelta-, que para ellos serían 60 días, pero para el resto de su civilización serían esos mismos 60 mil años?!

Con el fin de hacer una misión científica, abandonarías tu vida y todos a los que alguna vez conociste por un viaje que, si vuelves con vida, puedes encontrar a tu civilización y toda tu especie muerta. ¿Por qué se haría eso? Incluso ¿No sería más práctico enviar una sonda robótica?

La pesadilla alienígena

Producto de todo lo mencionado, quiero lanzarme a responder las preguntas planteando el mismo ejercicio de imaginar la llegada de una civilización. Suponiendo que definitivamente no existe forma alguna de burlar el límite de la velocidad de la luz -única forma de hacer viajes viables como lo plantean las producciones futuristas-, solo existiría un motivo por el cual toda una especie podría ponerse de acuerdo para un proyecto así: el fin de su planeta madre.

No podría ser una catástrofe inmediata, puesto que semejante cosa como poner de acuerdo a todas las facciones de dicha civilización tomaría cientos de años. El motivo perfecto podría ser la muerte de su sol, que devoraría inevitablemente todo su sistema solar.

Pues bien, esto llevaría a que no sean 7 pelagatos los que realicen el viaje, sino una población de cientos o miles, capaz de reconstruir su civilización en otro sistema solar. Este tendría que haber sido estudiado anteriormente, garantizando que se va a un sistema habitable y no un peladero invivible.

Y lo peor del asunto. Todo lo anterior implica que su misión al llegar no es otra más que colonizar. Quedarse. Si eso llegara a suceder, lo mejor que podría pasarnos es que se apiadaran de nosotros y cogieran a Marte para asentarse. De no ser el caso, terminaríamos con un escenario parecido a La guerra de los mundos, o a una segregación forzada enfocada en nuestro exterminio paulatino.

El rescate desde las ciencias sociales

Todo esto para demostrar el punto: los relatos idealistas y utópicos de los cientificistas son absurdos, analizados desde las ciencias sociales. Estos relatos despiertan los sueños de muchos y dan material para miles de producciones de ciencia ficción, desde libros hasta películas. Pero la realidad es que esto solo es papel mojado y mal escrito visto desde los estudiosos de las ciencias sociales.

Creo que si se puede rescatar algo de todo lo dicho anteriormente es la invitación del diálogo entre ambas áreas del conocimiento. Desde las ciencias duras suelen menospreciar a las ciencias sociales, producto de la incapacidad de crear teorías universales con la misma facilidad de ellos. Sin embargo, las atrocidades que pueden llegar a decir muestran como necesitamos apoyarlos en términos teóricos y metodológicos, para que no la embarren a la hora de hablar del futuro y las amenazas a este.



Sobre el autor

Santiago Ramírez Sáenz

Escritor

Politólogo en formación, con aspiraciones a futuro en antropología, filosofía y economía, entre las que se puedan aparecer en el camino. Gran apasionado de la ciencia y la tecnología, eje central de mi trabajo académico y mi proyecto de vida. Bachatero y salsero, aunque no lo parezca. Gran fanático del sueño interestelar y nerdo de nacimiento.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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