Sociedad

La civilización planetaria

Tiempo estimado de lectura: 6 min

Una de las cosas más llamativas de nuestro siglo, que para algunos ha representado un auténtico desastre y para otros una gran veta de oportunidades es el fenómeno de la globalización, la interdependencia y la conexión digital. Es sin duda alguna el momento más acertado en el que se puede hablar de una única civilización planetaria. Pero ¿qué significa eso?

El afamado politólogo Samuel Huntington en su libro “Choque de Civilizaciones” estaría en contra de semejante afirmación. Para este, la base de una civilización son sus prácticas culturales y los patrones de relacionamiento que estos generan. Por eso, el gran académico en su momento dividió el mundo en 9 grandes civilizaciones al mundo, cuyas bases parecen ser guiadas por desarrollos históricos y religiosos que han moldeado las culturas de dichas regiones.

Ignoremos el hecho de lo cuestionable que era y es afirmar cosas como macroculturas en regiones tan dispares como el África Subsahariana o la América Latina, y aceptemos que existen patrones comunes entre dichas regiones del mundo en su división. Al final del cuento, podemos ver como cosas como la religión y/o ideología predominante, el nivel de desarrollo o la lengua influyen sobre grandes bloques del planeta Tierra, creando una serie de macroculturas apoyadas por el fenómeno de la globalización.

La idea de Huntington no era descabellada. Sin duda regiones como América Latina, pese a su gran diversidad, comparten unas lógicas culturales comunes propias del desarrollo histórico y las dinámicas creadas por una lengua común compartida. En el caso del África Subsahariana los niveles de desarrollo y el pasado colonial son las características comunes que han construido -y siguen haciéndolo- un consolidador de unidad o identidad común.

Sin embargo, es llamativo como el afamado politólogo desprecia la idea de cómo la tecnología termina por crear cultura. En su afamado trabajo sobre las civilizaciones, este llega a despreciar la idea de que el ingreso de una nueva tecnología a una cultura no pueda cambiar las dinámicas sociales, culturales o políticas de dicha cultura.

Y es que no hace falta nada más que leer un par de trabajos históricos o filosóficos para darse cuenta de semejante mentira. No solo es que las tecnologías en una sociedad transformen sus prácticas culturales, sino que pueden crear nuevas dinámicas por sí mismas.

Toca ser justos con Huntington sabiendo que este escribió su libro antes de la explosión de la era digital. Sin embargo, algo tan simple como el fuego es un ejemplo de semejante error de análisis. Como tecnología, el poder de la llama no solo ha servido para crear grandes obras culinarias, sino para arrasar bosques en favor de las extensiones agrícolas o para representar poder y misticismo como símbolo.

No pensemos en otros fenómenos como la pólvora, la brújula y la imprenta. Triada tecnológica clave en la expansión y dominación colonial europea de los siglos pasados. Tal poder revolucionario y cultural han tenido semejantes tecnologías que historiadores enteros han dedicado libros en su análisis. Uno de los mejores sobre la pólvora es el del historiador Tonio Andrade titulado “La edad de la pólvora”, el cual muestra como una tecnología introducida desde la lejana China cambió las formas de hacer la guerra en Europa y les abrió el dominio del mundo.

Otro de los grandes libros divulgativos en esta materia es “Ideas: historia intelectual de la humanidad” de Peter Watson, el cual hace un recorrido histórico sobre las grandes proezas intelectuales y tecnológicas del mundo occidental. Este y otros trabajos muestran los impactos reales de las tecnologías y las ideas en términos culturales para las sociedades que las habitan.

Y es que el fenómeno de la globalización está marcado por el intercambio constante de ello: tecnologías e ideas. La progresiva universalización de tecnologías como el televisor, la internet, los teléfonos inteligentes, las lavadoras, los refrigeradores y demás marcan un poder disruptivo inimaginable en el pasado. Hoy, podemos encontrar a monjes budistas en medio del Himalaya con estos dispositivos, y un progresivo uso de estos por parte de comunidades indígenas en zonas como la sierra nevada de Santa Marta o la Amazonía.

Y con las tecnologías llegan las formas culturales de sus acompañantes y sus instituciones. Si algo marcó la era imperialista y colonial europea fue la universalización de instituciones occidentales, acogidas por las grandes culturas del mundo.

Así, tal como explica el historiador Yuval Harari, culturas que en un pasado habrían sido tan ajenas como el mundo africano, el árabe o el chino hoy conviven bajo un orden internacional marcado por prácticas y modelos comunes. El modelo europeo de Estado-Nación, las organizaciones internacionales o las prácticas institucionales de diplomacia marcan unas pautas de comportamiento comunes.

No hablemos ya de instituciones como la ciencia, cuyo modelo de acercamiento al conocimiento han terminado por universalizarse e imponerse sobre antiguas prácticas culturales. Y, sin embargo, otras formas menos útiles como las visiones esotéricas han terminado también por difundirse en el globo.

No hablemos ya de las formas culturales ligadas a la industria del entretenimiento, cuya carga ideológica y moral se extiende sobre el planeta entero y sus sociedades en el afán de crear más capital para sus promotores. O discutamos también las lenguas dominantes, cuyo poder aplastante ya engulle y engullirá a miles de lenguas y pueblos aislados.

Tal vez Huntington no se equivocaba al analizar a las macroculturas y su poder arrollador sobre las microculturas, o los choques que estas tienen en el marco de la sociedad globalizada. Sin embargo, los fenómenos asociados a la tecnología, las instituciones internacionales y las grandes culturas marcan claramente un proceso homogeneizador que dictan las pautas de una nueva gran civilización planetaria.

Una civilización nunca vista, que alcanza cada parte del planeta y cuyo poder se extiende a las estrellas, llegando a modificar el clima y cada parte de la superficie terrestre. Una civilización que no tiene cabeza formal como ha de pensarse algunas antiguas como la egipcia, inca, romana o china; sino que se asemeja a las dinámicas de las polis griegas o del subcontinente indio antes de su unificación.



Sobre el autor

Santiago Ramírez Sáenz

Escritor

Politólogo en formación, con aspiraciones a futuro en antropología, filosofía y economía, entre las que se puedan aparecer en el camino. Gran apasionado de la ciencia y la tecnología, eje central de mi trabajo académico y mi proyecto de vida. Bachatero y salsero, aunque no lo parezca. Gran fanático del sueño interestelar y nerdo de nacimiento.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



Cargando comentarios...
Scroll to Top