
Por los años 2010, el filósofo italiano Humberto Eco planteaba preguntas interesantes para el entendimiento y desarrollo de los medios digitales del momento. Hablaba de la desaparición de Dios como elemento expectante o vigilante de las personas, reemplazado hoy por la sociedad; junto a la duda sobre la capacidad futura de los padres para darles a sus hijos computadores individuales, que empezaban a plantearse necesarios en las aulas escolares.
Hoy, 12 años después de escribir sus pensamientos en columnas de opinión como “Dios es testigo de que soy tonto” o “El libro de texto como maestro”, y con estos, varias cosas han cambiado. Tal como visualizó Eco, hoy día el tener un ordenador o dispositivo móvil es la norma, y el fenómeno del espectáculo como necesidad de ser visibles se ha reforzado más allá de lo que alguna vez se pudo imaginar.
Y es que, contrario a la corriente optimista que celebraba internet como fuerza democratizadora y a la que el mismo Eco se adscribía, anunciando la victoria paulatina de internet sobre los gobiernos; parece ser que hoy la victoria ha sido para las estructuras de poder, capaces de usar los datos como nuevo aparato de control social.
Los aparatos de control social son definidos como los mecanismos que desalientan o previenen la desobediencia, manteniendo así una coerción social. Estos mecanismos se presentan en muchas formas que van desde el uso de la violencia estatal, hasta las normas sociales que establecemos como sociedad.
A lo largo de la historia hemos establecido diferentes mecanismos para la coerción social, de los cuales uno destaca sobre su importancia histórica: Dios. No es sorpresa que las religiones organizadas establecieran las pautas para la gestión de la vida sobre los individuos.
Para ello, debió de crearse un mito, una figura todopoderosa que fuera capaz de hacer lo que en la práctica era imposible: vigilarlos y castigarlos a todos. El mito del Dios judeocristiano pasó así a formar una de las tantas estructuras o mecanismos de control social –si no el más importante-.
No es sorpresa que sus características emblemáticas sean las mismas descritas dentro de las definiciones de los mecanismos de control social: constante, omnipresente y silencioso. Esta omnipresencia y poder para juzgar a los seres humanos fue y es en el papel un excelente método coercitivo, dado que el mito del Dios omnipresente y todopoderoso está en la cabeza de cada uno, obligándolo a actuar de acuerdo a las convenciones establecidas como sociedad.
Sin embargo, el mito se queda corto en tanto no es real. No es como que exista una fuerza o un ser capaz de vigilarnos y castigarnos constantemente según nuestro comportamiento de forma tan particular, conociendo cada movimiento, pensamiento, opinión o preferencia, antes siquiera que como individuos la podamos pensar. Los aparatos de control como la escuela o las cárceles, por más que son disciplinarios, no pueden incrustarse en la privacidad total de los individuos. No era como que pudieran predecir su comportamiento y conocer a cada sujeto de forma especializada, Hasta ahora.
Los Estados y las empresas ganan la partida por el control de la red. Los datos suministrados en la nube han permitido destruir la barrera entre nuestras vidas privadas y lo público, con consentimiento de nosotros en el proceso. Los poderes de la omnipresencia de un Dios todopoderoso han sido trasladados a mega corporaciones o Estados autoritarios, cuyo poder de vigilancia trasciende a las aspiraciones de cualquier grupo social en la historia humana.
Ya no importa si crees o no en aquella divinidad todopoderosa y omnipresente que regula tu vida, pues gracias a la informática hemos construido deidades de carne y hueso, o de software y circuitos, mucho más reales y eficientes que los antiguos mitos de coerción social.
La naturaleza de estas deidades informáticas varía según geografía e intereses. En el caso de China, su deidad informática llevaría por nombre Partido Comunista Chino, y su naturaleza estatalizada lo lleva a tener mayores controles y vigilancia sobre la población, aunque un menor alcance en cuanto a extensión territorial.
Para los que nos paramos en este lado del globo, nuestras deidades informáticas llevan por nombres Facebook (Meta), Google (Alphabet) o Twitter. En este caso, su naturaleza empresarial, impulsada por el lucro, las vuelven más benignas y respetuosas en comparación a su par estatal, pero con mayores alcances mundiales.
Esto se respalda en el proceso de comparación, donde los controles en el territorio chino sobre la vida de los individuos resultan mucho más fuertes que los dados por las multinacionales internacionales. Se habla de un sistema de puntos para la calificación de la ciudadanía, con el cual se accede a beneficios como salir del país o poder estudiar. También de un control más férreo sobre los contenidos de internet que se consideran hostiles al régimen, llegando a la desaparición directa de críticos, o el pago de los bots para apoyar y propagar las ideas del gobierno muestran su hostilidad y control biopolítico más marcado de la deidad china ante las occidentales.
En todo caso, escapar de los dioses informáticos parece hoy imposible, no solo porque ya los hemos aceptado como nuestros vigilantes y jueces perpetuos, sino porque de su existencia parecen depender las grandes comodidades modernas que ha traído la digitalización del mundo. Su negocio y recurso más valioso, los datos, son la materia prima para los nuevos mecanismos de control y coerción social. La omnipresencia y la capacidad de control se han extendido así a un alcance envidiable para las antiguas divinidades míticas.
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