
“La solidaridad no existe en Colombia”. Esa fue la frase usada por uno de los encargados de construir la reforma tributaria de Carrasquilla. Y sin duda el asunto, si bien resulta más complicado de lo que puede presentarse en una simple frase, también debe verse en este sentido ¿Cuál es la cuota de vivir en sociedad? ¿Cuántos impuestos deberíamos pagar?
Uno de los puntos clave dentro de la fallida reforma de Carrasquilla fue el impuesto a la renta a partir de los 2 millones. En su momento, esta fue una de las propuestas que más disgustó a un país en medio de una crisis económica, llevando a una un estallido social.
Esto ya lo sabemos. También teóricamente sabemos que todos debemos aportar en la proporción que nos es posible ¿O no? Pues el asunto es que parece que no. Somos uno de los países de la región con menores impuestos -exactamente el 19% del PIB-, y ni hablar comparado a los países de la OCDE -que recaudan en promedio el 34% del PIB-.
Lo trágico es que tampoco existe una cultura tributaria “¿Pagar impuestos? Pero si igual se los van a robar”. Un video de Magic Markers no puede decirlo mejor. Ese clásico “se los van a robar” se traduce en una evasión que es un robo al Estado.
Estamos tan metidos en que los multimillonarios del país paguen más -lo cual deben hacer-, que se nos olvida que vivir en sociedad, y desear un Estado del Bienestar sano, implica un compromiso colectivo. TODOS debemos pagar impuestos, sin discusión.
¿Impopular? Sí. ¿Realista? De momento parece que no. La coyuntura actual le da motivos al nuevo gobierno, llegado con el impulso de las regiones y poblaciones más olvidadas, para ignorar deliberadamente las recomendaciones dadas por Fedesarrollo y la misma OCDE.
A los políticos de la izquierda se les llena la boca hablando de parecernos a Noruega, Holanda, Dinamarca o Finlandia. Los exponentes del Estado de Bienestar fantasioso donde todo es perfecto. Sin embargo, si bien están dispuestos a gravar más fuertemente a los sectores productivos del país -no cabe decir que son las empresas-, les tiembla la mano para construir la cultura tributaria que dichos países tienen.
¿No que la verdadera riqueza es dada por los trabajadores? Estas son palabras de la nueva ministra de trabajo, no mías -y aplaudidas por militantes del petrismo, cabe decir-. Dicha idea es ignorar la realidad del país. Ignorar que la mayor parte de la tributación la llevan las clases medias y medias-altas. Y lo peor, las llevan las empresas.
Si la auténtica riqueza saliera de las clases trabajadoras, la tributación no saldría predominantemente de la capital, sobre todo en las zonas ubicadas en el centro y norte de la ciudad. Y si es el caso que sale realmente del trabajador, ¿Por qué no podrá este aportar más a las arcas públicas?
Entiendo la contrapartida. En un país que parece estancado en la trampa de la clase media, la riqueza aún no ha alcanzado a la mayoría de la población. Miles de personas viven en la pobreza y sobreviven el día a día.
Sin embargo, la superación de estas condiciones pasa por poder costear y mejorar los servicios asociados al bienestar de todos. Es financiar el ascenso social. Elementos como la salud o la educación deben ser mejorados, y los dineros no pueden salir únicamente de los contribuyentes más adinerados.
Esto también tiene un sentido de apropiación de lo público. Mientras las clases acomodadas pagan por servicios que no usan, las clases populares usan dichos servicios sin aportar a su mejoramiento.
No es lo mismo usar bienes y servicios pagados por el Estado cuando no se aporta a las arcas, que usarlas cuando aportas dinero para estos. No se valora de la misma forma un bien gratuito a uno cuyo trabajo te ha costado.
Nos hemos de quejar de servicios como el Transmilenio, las EPS de las clases populares o los colegios públicos; pero los que pagan esos servicios no tienen motivos para mejorarlos, porque no los usan.
Las contribuciones a las arcas claramente no han de ser tan elevadas para los sectores populares, pues el principio de regresividad -que cada quien pague de acuerdo a sus posibilidades- predominantemente se ha mantenido. El asunto es pagar. Es comprometerse en la construcción de una sociedad mejor a través de la contribución.
En un momento tan crucial como la apertura democrática, con el primer gobierno de izquierda en el país, es hora de poner en la mesa las discusiones incómodas sobre la sociedad que queremos. Si tanto anhelan ese idílico Estado de Bienestar nórdico, sepan que dicho paraíso requiere un compromiso tanto de las altas esferas del poder, como de los sectores populares. Es hora de que todos, desde el multimillonario hasta el obrero, paguen impuestos.
El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello