
Dentro de las diferentes alternativas filosóficas que los teólogos y filósofos lanzan para salvaguardar la idea de Dios, mi favorita siempre ha sido el panteísmo. Pensar en la deidad como el mismísimo cosmos, la totalidad de la existencia y nosotros como una manifestación más de esta trae a mi cabeza un sentido espiritual que no encuentro en otras visiones.
El afamado “dios de Spinoza”, parece cumplir con ciertas características atribuidas tradicionalmente a nuestra visión clásica de la divinidad: un ser omnipresente y omnipotente. No solo se encuentra en todos lados, sino que a través de nosotros adquiere todas las alternativas y posibilidades de su manifestación.
Sin embargo, existe una fórmula que salva a la tradicional visión de un dios separado del mundo, junto con el diseño inteligente despreciado desde que el darwinismo pisó nuestro mundo. El fundamento del argumento, que rescato del físico Matías Libedinsky, se da en el marco de las hipótesis detrás de las constantes cosmológicas que han permitido la vida en nuestro universo.
Estas constantes cosmológicas, tan exactas, son tradicionalmente explicadas en el mundo científico por la hipótesis de los multiversos. Idea rescatada de la teoría de cuerdas, parece establecer la posibilidad de un conjunto de multiversos con constantes que varían de uno a otro y, por ende, diferentes leyes físicas según el universo en el que se pare.
La idea parece válida e interesante. Imaginar un multiverso con infinidad de escenarios posibles atrae un ejercicio imaginativo que nuestros grandes referentes culturales como Hollywood han sabido explotar bien. Esto se suma a que la teoría de cuerdas parece respaldarla -desde que la matemática y la estadística lo permitan-, por el principio según el cual por más ínfima que sea la posibilidad de un evento, si lo repites eternamente terminará pasando.
Esto da total validez a la hipótesis del multiverso para explicar las constantes cosmológicas que rigen el comportamiento de nuestro universo. Sin embargo, muchas veces se nos olvida recordar que sigue siendo eso: una hipótesis.
Esta situación la deja en la misma posición que la alternativa establecida por Libedinsky del clásico diseño inteligente. Ya no estaría fundamentado en la complejidad de la vida y las estructuras del universo producto de las leyes físicas, sino en el diseño de esas mismas leyes por un ente inteligente.
El físico a su vez lo extiende a un intento sobre la explicación de la evolución no como una forma de crear complejidad, sino de descubrirla. Las posibles formas de vida y la complejidad ya existen a priori en el universo, solo que la evolución y el desarrollo del caos, van descifrando estas mismas estructuras complejas. Se fundamenta un poco en que la estructura del gato, por ejemplo, ya existía como sistema complejo; pero que la evolución ha permitido que dicha estructura se manifieste o sea descubierta. Así con todas las formas de vida.
La idea me encantó. No fue porque me convenciera, pues veo en ella el clásico dios de las tinieblas o lo desconocido que sirve para explicar fenómenos que aún no entendemos; sino porque cumple un criterio que me parece vital para lo que es el papel de la religión en un mundo dominado por el saber científico. La explicación de Libedinsky es valiosa porque integra en su explicación de Dios al mismo relato científico, construido a lo largo de las décadas a través de la observación e investigación del universo.
Históricamente, uno de los papeles de la religión ha sido dar explicaciones a los fenómenos naturales y el origen de las cosas. Los dioses, como he mencionado ya, han servido como formas de tapar nuestra falta de entendimiento del cosmos, dando explicaciones de este. Hoy, ese papel se lo ha arrebatado la ciencia de forma tajante, construyendo bajo las pruebas nuevos grandes relatos de carácter universal sobre el origen y fin de los tiempos, la existencia de la especie humana y el comportamiento del universo.
Este es el motivo del constante choque entre religión y ciencia. El problema parte de la negativa de las religiones a dejar un campo que ya han perdido hace mucho tiempo. Los antiguos mitos como Adán y Eva o el diluvio universal no solo son efectivamente falsos, sino que contradicen a los relatos ya comprobados sobre los verdaderos orígenes de la humanidad o de las catástrofes acontecidas en el planeta.
Sin embargo, es bien conocido que la ciencia como método no nos da bases para el establecimiento de códigos morales o sentidos de espiritualidad. El que podamos comprobar que los demás seres vivos son nuestros parientes y sienten dolor, no nos da objetivamente hablando un sentido de valor sobre ellos. Ejemplo de ello son los halcones y los conejos, que no por ser parientes lejanos uno deja de comerse al otro. Lo mismo ocurre con la Teoría del Caos, la cual nos dará explicaciones sobre la complejidad del cosmos, pero no nos dota de un sentido existencial por sí misma.
Estos relatos sobre el valor de la vida y de los animales por ser seres sintientes, el ser instrumentos del universo para el entendimiento de sí mismo, o la integración en un gran sistema biológico llamado Gaia; no son más que nuevas grandes propuestas morales y espirituales, los cuales responden a un relato unificado sobre el universo construido por la ciencia, a base de la evidencia.
Así, la religión debe de renunciar a su intención de explicar el universo y acoger en su seno al relato científico, concentrándose en construir visiones morales y espirituales a base de estos. Llevando a cabo estos procesos de asimilación del relato científico, las religiones se podrán reconciliar definitivamente con la ciencia.
En este proceso inevitablemente las religiones orientales tienen cierta ventaja sobre las occidentales por su carácter no teísta. El budismo o el confucianismo, que funcionan más como sistemas filosóficos y morales, pueden prescindir de la necesidad de explicar los orígenes y funcionamiento del cosmos sin verse afectados en sus premisas fundamentales.
Mismo proceso puede ser adoptado por las grandes religiones occidentales, pero destruyendo los dogmas que dominan las ramas fundamentalistas de estas. Jesús como figura, por ejemplo, es y puede continuar siendo un gran referente filosófico y moral de gran importancia. Sin embargo, este debe ser entendido dentro de un mito. Si bien seguramente existió, todas las ramas del cristianismo deben de aceptar que no fue el hijo de Dios, no podía convertir el agua en vino, no resucitó de los muertos y su madre no pudo ser realmente virgen.
Apoderarse del papel espiritual y moral en nuestra sociedad les dará validez a las antiguas religiones formadas en un mundo ya extinto, y así encontrar su lugar en unas sociedades cada vez más dependientes y, por ende, más admiradoras de la ciencia como método último del saber del cosmos.
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