Política

Guardemos los rosarios cuando se trate de nacionalidades

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Después del anuncio del presidente Iván Duque de la creación del estatuto temporal de protección a migrantes venezolanos, que busca regularizar a cerca de un millón de ciudadanos de ese país, los colombianos saltaron de sus sillas. -¿Cómo es posible que el presidente haga eso?, aquí vienen es a robar, nos quitan el trabajo, las vacunas, etc.- No obstante, lo que parece molestar a la población colombiana es que los migrantes reclaman sus derechos como ellos lo harían en otro país.

Las garantías y los derechos deberían importar más que una nacionalidad ¿o es que ellos no importan por ser venezolanos? ¿Dónde quedan esos cerca de 43 millones de católicos que profesan el perdón, la compasión, la amabilidad? Al parecer, lo que incomoda no es saber que Colombia tiene inmigrantes, sino que esos inmigrantes son desplazados de un país violento, con inestabilidad económica, social y política (como en su tiempo lo fue y tal vez lo sigue siendo Colombia), y que, así mismo, vienen en condiciones vulnerables a buscar ayuda. Dicho así, a Colombia no le molestan los inmigrantes, a Colombia le molestan los “pobres” que no son suyos.

El presidente Duque, ante los múltiples cuestionamientos y problemas desencadenados de la población migrante informal, decidió crear un estatuto temporal de protección para migrantes venezolanos que buscan regularizarse durante 10 años con la condición de que se encuentren en el país desde antes del 31 de enero del 2021. Es importante aclarar que este estatuto no es un proceso de nacionalización, no será una cédula colombiana, y al conocer esto, tampoco podrán votar en elecciones nacionales ni locales. Con esto claro, no nos dejemos engañar y comer cuento de “esto es para hacerlos votar”, “esto es populismo electoral”, no lo es, la Constitución Política de Colombia establece que “todo colombiano mayor de 18 años, a excepción de los integrantes de la fuerza pública, tienen la facultad de participar en las elecciones por medio del sufragio.”

Desde un enfoque más teórico, los prejuicios que deshumanizan y atacan la dignidad con una caracterización de rechazo hacia los foráneos con poco poder adquisitivo y que buscan asilo en el país al que llegan, se le denomina “aporofobia”. La aporofobia según la filósofa y catedrática Adela Cortina es “el sentimiento de rechazo o temor al pobre, al desamparado, al que carece de salidas, de medios o recursos económicos.” De tal forma, que no marginamos al inmigrante que es rico, ni al pensionado con patrimonio ni mucho menos al gringo con “green card”. En resumen, este concepto busca conocer ese sentimiento de rechazo hacia la población desfavorecida y marginada, es un llamado de responsabilidad que no se quiere asumir y como respuesta vemos cómo la sociedad se convierte en victimaria de las personas en situación de infortunio a las que (en este caso) el mismo gobierno les ha llevado.

Por otra parte, en los hogares colombianos aparentemente se resalta la preocupación de sus compatriotas solamente cuando escuchan de un beneficio (que más que beneficio sería derecho) de un venezolano ¿Y los niños wayuu que mueren de hambre? ¿Cómo vamos a solucionar sus problemas si ni los de aquí lo hacen?” Estos discursos xenófobos disfrazados de moralidad atentan contra la humanidad de los migrantes. La idea errónea de justificar la negación de los derechos de las personas ha hecho que lejos de presentarnos internacionalmente como “Colombia el país más alegre del mundo”, hoy seamos Colombia uno de los más “xenófobos” en Latinoamérica.

¿Cómo vamos a solucionar sus problemas si ni los de aquí lo hacen?

Las píldoras de la memoria nos fallan cuando miramos en cuerpo ajeno los defectos que se tienen, no olvidemos que en la segunda mitad del siglo XX el auge del petróleo y el conflicto armado interno provocaron que más de 800 mil colombianos emigraran hacia Venezuela. País que los acogió y que, en su momento, también tomó medidas para refugiarlos. A raíz de ello, cientos de familias colombianas y venezolanas pudieron desarrollar su vida con normalidad.

El auge del petróleo y el conflicto armado interno provocaron que más de 800 mil colombianos emigraran hacia Venezuela.

Ahora bien, naturalmente, cada uno de ellos tiene un nombre ¿por qué no llamarlo de esa forma? Todos son padres, hermanos, hijos, abuelos y merecen el respeto que como ciudadanos del mundo deberían recibir en cualquier parte ¿Por qué ese afán de superioridad? o ¿acaso es por estar un poco mejor (porque realmente es un poco) y creernos merecer más? ¿Es la nacionalidad colombiana la lotería que nos hace ser especiales?

Ciertamente, con todo esto parece ser que Colombia era el país de sueños antes de la migración venezolana. Colombia, un país sin robos, sin asesinatos, sin secuestros, con pleno empleo, entre otros. En el año 2010, cuando estalló la crisis económica venezolana, se vio la primera ola inmigratoria. Está claro que con la inmigración algunos encuentran el camino de la delincuencia, pero a fin de cuentas la delincuencia es eso ¿o no? La delincuencia, por donde se mire es criminalidad, es delito, es infracción y debe ser rechazada por lo mismo. Por tal razón ¿por qué le ponemos nacionalidad a un problema que va más allá de una bandera? Esto de xenofobia aparenta quedar mal definido al referirnos a los inmigrantes venezolanos, es “aporofobia” porque si la migración fuese europea o gringa, sería bien recibida por el quinto país más católico de América Latina.



Sobre la autora

Saira Daniela Mora

Escritora

Politóloga opita acogida por la capital. Caprichosa por entender las dinámicas del mundo. Apasionada por los temas de política internacional, social y cultural. Crítica de los temas controversiales, reservada en lo cotidiano.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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