Política

Intenciones ocultas detrás de la filantropía

Tiempo estimado de lectura: 6 min
2021-12-06 por Santiago Díaz

Foto: 123rf

Es común encontrarnos en nuestro feed en redes sociales noticias relacionadas a gigantes obras benéficas asumidas por los multimillonarios del momento. Lo último en sonar fue la donación de 100 millones de dólares por parte de Jeff Bezos a la Fundación Obama para apoyar a los líderes emergentes en el país. Desde luego, son noticias que se reciben de muy buen agrado y pocas pegas habría que ponerle a que el dinero vuelva a la base de la pirámide. Sin embargo, la realidad es que no hay nada de altruista en estas ostentosas donaciones que resultan ser una pantalla de humo para evitar cargas tributarias que sí ayudarían a generar cambios estructurales en la sociedad.

Para comenzar, la emisión de atractivas donaciones a causas que el multimillonario elija no es para nada desinteresado desde su mismo origen, pues un incentivo para que estas donaciones tengan lugar radica en la exención de todo tipo de impuestos tanto para la persona como para la empresa que dirige. De esta manera, las donaciones sólo se convierten en una minúscula parte de lo que el multimillonario pagaría por concepto de impuestos y salarios decentes.

¿Por qué un Gobierno permitiría esta fuga de recursos económicos dadas las críticas condiciones de deuda externa, entre otros asuntos? Bien, pues por un lado se debería ser laxo con estos magnates caprichosos, o de otra manera, pueden llevarse todo su capital productivo a algún país que le ponga menos trabas, y con esto, se van miles de puestos de trabajo y potenciales inversiones en el país. Así mismo, se puede pensar que, a pesar de tener márgenes porcentuales tan bajos de contribución tributaria, el hecho de gravar enormes cantidades de dinero hace que también sea abultada la suma que entra a las arcas del estado. No obstante, estos hechos igualmente conllevan una cara B. Por un lado, la soberanía de cualquier Estado queda en entredicho al tener un trato especial hacia multimillonarios que a través del lobby se encargan de cobrar cualquier deuda política pendiente con los mandatarios de turno. A su vez, las causas que merecen apoyo económico quedan a discreción del adinerado empresario que sustituye el gasto público por su chequera personal para, simultáneamente, impulsar favorablemente su imagen pública y el marketing de sus empresas.

Adicionalmente, si se compara de manera porcentual la carga tributaria que tienen ricos y pobres, el resultado es claramente injusto. Es el caso de Latinoamérica, región que ostenta un sistema tributario fuertemente dependiente de impuestos al consumo y con serios problemas de evasión fiscal. Un panorama que solo beneficia a los más ricos, perpetuando el status quo y congelando la movilidad social. Para poner en perspectiva la escala en la que se manejan dichas cantidades de dinero y riqueza, es conveniente destacar el análisis que hace en un tweet la profesora Megan Tompkins-Stange, docente de Políticas Públicas de la Universidad de Michigan sobre una donación también de Jeff Bezos por 150 millones de dólares


Consentir la voluntad de estos multimillonarios resulta ser la opción menos peor para garantizar que la presencia de multinacionales continúe desarrollando crecimiento económico, pero… ¿A qué costo? Aparte de hacer la vista gorda hacia responsabilidades fiscales, también se pone a disposición de las empresas la extracción de recursos naturales y se permite la precarización de condiciones laborales para la clase trabajadora. Queda claro que el único fin que justifica los medios es la maximización de la rentabilidad.

Queda claro que el único fin que justifica los medios es la maximización de la rentabilidad.

Esta coyuntura contrasta con el caso de Dan Price, fundador de Gravity Payments, una compañía que procesa pagos con tarjetas de crédito que, en el año 2015, decide establecer un salario mínimo en su empresa de 70 mil dólares anuales, dinero que saldría de una sustancial reducción de su sueldo como CEO, así como de la venta de varios de sus activos.

Cinco años después de tomar esta decisión, Dan confiesa que no se arrepiente en absoluto, ya no solo por su satisfacción personal y subjetiva, sino que adicionalmente hay resultados que lo sustentan. Después de que muchos empleados hayan visto duplicado su salario repentinamente, así mismo se duplicó la nómina de la empresa durante el siguiente lustro. Las transacciones que procesa la firma pasaron de los 3.800 millones de dólares a los 10.200 millones. La tasa de natalidad entre los empleados de la empresa se disparó y de igual manera el porcentaje de los mismos que pudo comprar casa propia.

Sería demasiado pedir que la conducta de Dan Price se convierta en un patrón entre la acaudalada clase empresarial, pero a lo que sí se debe aspirar es a regular estas arbitrarias causas benéficas en un impuesto que grave la riqueza y genere una mejor distribución de la misma. Estas incesantes ganancias no se traducen en óptimas condiciones para la clase trabajadora, que queda sometida a condiciones de escasez eternamente, pues los recursos económicos no fluyen de arriba hacia abajo, sino que se quedan congelados en paraísos fiscales o proyectos de turismo espacial. Las clases media y baja se quedan sin poder adquisitivo, la economía crece a partir de la deuda y es ahí donde se generan las enormes desigualdades que nos aquejan a día de hoy.

Ya existen precedentes en varios países acerca de este impuesto a la riqueza, uno de los últimos es el caso de Argentina que tomó esta medida para mitigar los perjuicios que trajo la pandemia a la economía mundial. Este impuesto se aplicó sólo una vez y grava solo las más grandes fortunas, aquellas con un patrimonio superior a 2,5 millones de dólares. Esta medida, lejos de afectar una parte mayoritaria de la población, solo gravó la riqueza de unas 12.000 personas en el país. Estos recursos se destinaron a financiar suministros médicos y auxilios económicos para las familias más afectadas.

Pero volviendo al tema de la filantropía, queda claro que las donaciones se convierten en pequeños parches que hacen a la vez de campañas de marketing para los filántropos cuando lo que sí acarrearía verdaderos cambios materiales y estructurales sería una rigurosa e imparcial política tributaria que no se la clave a los pobres para beneficiar a los más ricos.



Sobre el autor

Santiago Díaz

Director del Área Editorial

Bogotano, 1994. Profesional en Negocios Internacionales. He vivido en Barcelona y San Petersburgo. Me apasiona la sociología, la historia, la economía, la cultura y el arte. Me gusta analizar lo que sucede a mi alrededor. Escribo cosas.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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