Política

La guerra civil y la ruralidad: Una paz positiva

Tiempo estimado de lectura: 8 min

Créditos: Felipe Ríos

Las guerras civiles y la ruralidad han estado estrechamente vinculadas. Aunque un nuevo conflicto armado pueda tener focos urbanos, como fue en algunos casos la guerra civil española, la mayoría tiende a desarrollarse, en mayor proporción, en el campo. Stathis Kalyvas (2010) ha señalado cómo algunas características endémicas de lo rural permiten que el resultado sea el estallido de una guerra civil, o por lo menos su continuidad en esta esfera geográfica de un país. (i) La desigualdad en la tenencia de la tierra, (ii) la pobreza intempestiva de los campesinos, (iii) los ambientes inhóspitos -que permiten a las fuerzas insurgentes esconderse y escapar más fácilmente de las fuerzas estatales- y (iv) la dispersión de la población en áreas muy extendidas -dificultando, así, la provisión eficiente de los bienes públicos que regula y entrega el Estado- estos factores contribuyen a que los actores armados ilegales encuentren un nicho más idóneo. Además, facilita dilatar el conflicto, producto de la asimetría de fuerza entre los dos bandos enfrentados (una guerrilla y un Estado).

Por otro lado, muchos conflictos emergen por demandas que afectan directamente a los habitantes del campo. El caso colombiano no es ajeno a esta situación. Como afirma David Fearon, las reivindicaciones rurales, producto de las fallas estructurales, en un principio, fueron el detonante para que campesinos en Colombia, situados en extensas periferias de la geografía nacional, tomaran las armas. Además, en términos comparativos, las guerras civiles con un estallido rural tienen una prolongación mucho mayor que aquellas que son producto de causas como la secesión de un territorio o la liberación nacional. Se inicia con demandas al Estado de menor trascendencia, pero que en el fondo reflejan problemas estructurales más graves. Con el paso del tiempo estas reivindicaciones se tornan más 'ambiciosas' y buscan objetivos más amplios, como la toma del poder nacional. Los actores armados ilegales en Colombia pueden ser identificados con lo que Fearon llamó los hijos del suelo (sons of the soil). Estos inician rebeliones donde el campo ya no es simplemente el lugar donde se desarrollan las acciones armadas, sino también es el objetivo, la conquista o presencia de uno de los actores es el botín de guerra. Sin embargo, esto genera, entre otras cosas, la impresión de que el conflicto es un problema público marginal. Los ciudadanos de las grandes y medianas urbes ven a las insurgencias como periféricas y controladas disputándose por territorios “de nadie” lejos del espacio donde se desarrolla “realmente” la vida nacional. Esta percepción distorsionada ayuda a abrir aún más la grieta entre lo rural y lo urbano.

Paz positiva, paz negativa...

Para superar las guerras civiles, desde el siglo pasado, los Estados y la comunidad internacional, han entablado diálogos con el actor político alzado en armas, con el ánimo de cesar la violencia por la que atraviesa un territorio. Esta etapa es conocida como PeaceMaking.

A partir de estas conversaciones con los grupos rebeldes, los países entran en una etapa donde se busca superar la guerra civil, trascendiendo (de manera estructural) la violencia política y/o las condiciones que fungieron como catalizadores de esta. En 1992, la ONU publicó un documento donde estableció los elementos rectores que deben regir la construcción de paz dentro del posconflicto. Este documento definió la construcción de paz como todas aquellas "acciones dirigidas a identificar y apoyar estructuras tendientes a fortalecer y solidificar la paz para evitar una recaída al conflicto". La amplitud del término recoge múltiples acciones que van desde el desarme, la remoción de minas antipersona, pasando por la liberación de secuestrados, la protección del medio ambiente, fortalecer las instituciones estatales hasta el apoyo y la promoción de los derechos humanos, a partir de proyectos productivos o la participación electoral.

Créditos: Carlos Villalón

Desde la academia, debido a esta ambigüedad en el concepto1, se ha generado un debate buscando categorizar de manera más propicia la paz dentro del posconflicto. Algo que se puede observar a partir de dos posturas claramente reconocibles: una visión minimalista del posconflicto (que se centra en la superación de las consecuencias que pudo dejar la guerra civil en los territorios, como la reconstrucción de la infraestructura) y la visión maximalista (más allá de superar dichas consecuencias, busca crear un contexto que permita generar un desarrollo político, económico, social que supere las condiciones estructurales de los que emerge el conflicto armado).

La visión minimalista parte de las limitaciones que impone la realidad. Una visión amplia del posconflicto genera problemas de eficacia (no se puede determinar, a ciencia cierta, cuando se ha concretado un objetivo al estar aunados, en un solo objetivo, la terminación de un conflicto armado y el desarrollo político, económico y social en un país), problemas de legitimidad (al considerar que la terminación de un conflicto armado no viene de la mano de un desarrollo significativo en un país, cobra el riesgo de perder legitimidad el desarme de un grupo armado lo que puede generar una percepción de fracaso y nuevas violencias). La literatura minimalista es escéptica frente a las causas "estructurales" del conflicto armado2. Aunque una guerra civil pueda tener unas causas primarias, con el paso del tiempo, y la transformación de la misma guerra, en cuanto a la lógica de los actores armados, como de los objetivos a alcanzar, estas pueden pervertirse: las causas por las que inicia un conflicto armado no necesariamente son las mismas por las que se mantiene activa la guerra, ni son las causas que permiten determinar si debe terminarse o no el conflicto.

La visión maximalista, por otro lado, considera que un posconflicto que no tenga como prioridad la superación de la pobreza, la inequidad, la defensa de los derechos humanos, invariablemente, tendrá resultados insuficientes en la construcción y mantenimiento de paz en un territorio azotado por la violencia.

Para Johan Galtung, la visión minimalista sería una paz negativa y una paz positiva sería la visión maximalista3. Según el autor, la paz negativa no es más que el simple fortalecimiento de la administración que permita no volver a niveles de violencia como los de una guerra civil. Esto, entonces, significa que no tiene en cuenta si los niveles de violencia se mantienen latentes y, por su escepticismo por las causas estructurales, no atiende, o no relaciona, los problemas sociales con estos niveles de violencia. Es, según Galtung, el principal error de los defensores de la visión minimalista: considerar que el contexto donde emerge la guerra no influye en la guerra, se reducen a enfrentar los problemas de corto plazo (los combates armados y las consecuencias tangibles que dejen en los territorios) y minimizar los problemas de mediano o largo plazo (la pobreza, la injusticia, la desigualdad).

La paz para los maximalistas parte de la base, como afirma Alejandro Bendaña, de que una verdadera presencia de justicia y “construcción de paz incluye todos los factores y fuerzas que impiden la realización de todos los derechos humanos de todos los seres humanos". La paz dentro del posconflicto debe buscar un fortalecimiento de las instituciones con el ánimo de solucionar estas causas estructurales que generaron el conflicto y su reducción es necesario para la estabilidad de la misma.

Dicho lo anterior, la mayoría de los conflictos armados, incluido el colombiano, surgen por reclamaciones, demandas, de sectores sociales o populares frente a la posesión o explotación de los territorios, al punto que estos empiezan a ser el botín por el que los actores -involucrados en la guerra civil- luchan mutuamente. Una de las causas 'estructurales' que han permitido la dilatada existencia del conflicto armado en Colombia ha sido la cuestión rural, poder lograr zanjar dicha problemática permitiría al país estar mucho más cerca de una paz positiva. El caso colombiano, sin embargo, ha sido un caso sui generis en los conflictos armados en el mundo. Mientras se mantenía activo, desde las entidades estatales e instituciones e iniciativas ciudadanas -paralelamente- se ha venido adelantando iniciativas que, por su naturaleza, empiezan a implementarse luego de que la lucha armada ha cesado. Entre estas se encuentra, por ejemplo, los esfuerzos por crear memoria del conflicto, a través de entidades como el Centro Nacional de Memoria Histórica. En la mayoría de los casos, este tipo de iniciativas surge luego de la desmovilización de los actores armados ilegales. Igualmente, han existido iniciativas que buscan, desde la esfera local, responder de cierto modo a la necesidad de una reforma en la cuestión agraria.

Gris epílogo

Créditos: Centro Nacional de Memoria Histórica

El acuerdo de paz, firmado entre el gobierno nacional y la extinta guerrilla de las FARC, a finales de 2016, buscaba el silencio de los fusiles que retumbaron en los campos colombianos por más de cinco décadas. Para ambas partes, y resulta sorprendente, la guerra es producto de unas fallas sistémicas que produjeron su emergencia; detener la guerra se lograba con el desarme, mantener la paz se alcanzaba atacando dichas fallas. Para esto se plasmó en el Acuerdo del Teatro Colón una serie de prerrogativas que permitirían alcanzar una paz integral (positiva) como una verdadera reforma rural, un cambio (aunque paulatino) al problema del narcotráfico y los cultivos de hoja de coca, una ampliación en la participación política de actores marginados y un sistema de justicia transicional que busca -paralelamente- el esclarecimiento de lo sucedido, así como justicia para los perpetradores.

Con una paz desfinanciada, amenazas de sectores políticos que buscan resquebrajar el aparataje institucional del posconflicto y una preocupante amenaza a líderes sociales, reincorporados y comunidades en territorios particulares del país, el país se distancia poco a poco de alcanzar una paz positiva y la probabilidad de un nuevo ciclo de violencia, parecido a La Violencia o la época más cruenta del enfrentamiento entre guerrillas y paramilitares, parece cada vez más latente.

  • 1. La ONU en 1992 tan sólo recogía una definición poco rigurosa a partir de experiencias de posconflicto pasadas; la ambigüedad es de larga data.
  • 2. La pobreza, la desigualdad, la ausencia de una conexión eficaz entre el centro y la periferia, son ejemplos de causas estructurales.
  • 3. Galtung como uno de los exponentes más reconocidos de una paz positiva.


Sobre el autor

Juan José Fajardo

Editor, Escritor

Politólogo, eufórico al decirlo. Estudio con amor y paciencia a Colombia, ese país que entró con angustia a la modernidad, a través de su arista más triste: la violencia. Le sigo entregando mis mejores horas a lo que mas amo, aunque no me deje plata; me va a matar el descaro. El camino que escogí no lleva a Roma, como dice E. H.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



Cargando comentarios...
Scroll to Top