Sociedad

Aislados de la civilización

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2021-01-28 por Santiago Díaz

A pesar de vivir en un mundo cada vez más interconectado, mediante el avance vertiginoso de la tecnología y las redes de comunicación, resulta pintoresco el hecho de que aún existan comunidades que han permanecido ajenas al progreso y desarrollo experimentado por la sociedad en los últimos… cientos de siglos. Pero si, en los lugares más remotos del planeta, aún habitan tribus que han adoptado el aislamiento y la incomunicación como métodos más plausibles para su conservación.

La comunidad más célebre por llevar al extremo el hermetismo está ubicada en una apartada isla llamada Sentinel del Norte, ubicada en el golfo de Bengala, en algún lugar del Océano Índico. Esta población milenaria es el ejemplo más claro de la evolución de una sociedad que se ha desarrollado paralelamente a la nuestra, nunca de manera transversal. Si bien aún existen muchos clanes y etnias en África o Sudamérica que procuran preservar sus costumbres y modos de vida, están permeados de alguna u otra manera por la sociedad civilizada, ya sea por la adquisición de ropa manufacturada, bebidas alcohólicas o el negocio generado por la visita de turistas.

Sin embargo, los sentineleses siempre se han mostrado reacios a tener cualquier tipo de contacto con población foránea. Este trozo de tierra de alrededor de 72 kilómetros cuadrados pertenece a la India, país que ha delegado la gestión de los recursos a sus propios habitantes, pues todos los intentos por establecer redes de cooperación e integración han resultado en vano. Para ser una agrupación de individuos que ni siquiera conoce el fuego, pueden resultar extremadamente peligrosos. Por las orillas de esta isla han desembarcado equipos de filmación dispuestos a documentar lo acontecido en aquellas latitudes, así como sacerdotes que pretendían evangelizar la barbarie que se extendía por esas tierras. Ambos recibimientos se produjeron a punta de flechas y lanzas, una hostilidad que no dio tregua ni cuando un tsunami azotó el Índico en 2004. Se pensaba que esta pequeña población habría sucumbido ante semejantes embestidas de agua, pero el equipo de inspección se encontró con un recibimiento nada acogedor cuando sobrevolaron el territorio en helicóptero.

Muy poco se sabe de esta comunidad, ni que idioma habla, ni de cuántos individuos consta, ni el origen de su desconfianza llevada al extremo. Lo que sí se puede dar por hecho, es que al ser una agrupación que se ha desarrollado generación tras generación al margen del mundo civilizado, el choque entre culturas puede ser perjudicial no solo para los extranjeros, sino para ellos mismos. Las facultades biológicas de los sentineleses han evolucionado por un camino diferente, lo que hace que sean más proclives a contagiarse de virus foráneos, que tienen vía libre en organismos que no han desarrollado anticuerpos contra enfermedades totalmente exóticas.

Una perspectiva colonialista y retrógrada consideraría la posibilidad de traer la civilización hacia ellos...

Como consecuencia de esto, la llegada de forasteros puede atacar la ausencia de inmunidad a enfermedades totalmente normalizadas para el resto del mundo. Sin embargo, valdría la pena pensar en qué elementos favorables traería consigo la decisión por parte de los sentineleses de por fin, abrir vías de contacto con el exterior. Desde nuestro punto de vista, el estilo de vida que profesan los habitantes de Sentinel del Norte se puede considerar precario, primitivo, insalubre y peligroso. Ante esto, una perspectiva colonialista y retrógrada consideraría la posibilidad de traer la civilización hacia ellos, construir sistemas económicos y políticos que organicen su población, enseñarles el arte de la agricultura para dejar la vida de cazadores recolectores, instalar instituciones académicas que eduquen a la comunidad. De esta manera se implementarían mejoras significativas no solo en la esperanza de vida sino en el mismo bienestar de los habitantes.

La lógica podría hacer pensar que la inmersión por parte de los sentineleses al sistema globalizado en el que nos hallamos sería hacerles un favor. Pero la historia no dice lo mismo, y para encontrar una muestra equivalente hay que remitirse a la tribu Onge, ubicados en las islas Andamán, también en el golfo de Bengala; otra comunidad que había resistido el paso de los siglos alejada de cualquier otra población, hasta que a principios de los años 1900 se produjo el contacto con los colonos británicos. Las cifras hablan por sí solas, de un censo de 670 personas a principio de siglo, a las poco más de 100 que quedan a día de hoy. Un nivel demográfico tan crítico que ahora se celebra el nacimiento de un nuevo onge como si de un bebé panda se tratara.

Los onges pasaron de tener una isla entera para ellos solos, a tener que compartirla con 18.000 personas procedentes de la India, Bangladesh y las islas Nicobar. Décadas después, esta tribu pasó a ser sedentarizada, con el fin de hacer prevalecer su esperanza de vida sobre costumbres arcaicas que no se consideraban prácticas. Siguió pasando el tiempo y la nueva especie fue ocupando una mayor porción de ese ecosistema llamado isla, resultando la parte que le correspondía a los onges en una reserva natural en Dugon Creek, un área de esparcimiento sustancialmente menor a la que les correspondía antes de su inserción en la sociedad. Gran parte del territorio se encuentra ahora deforestado y la competencia por materias primas se ha multiplicado. No obstante, lo más problemático se ha convertido irónicamente en su dependencia a las nuevas costumbres que le ha implantado la sociedad moderna. Ahora los onges se ven forzados a trabajar bajo paupérrimas condiciones en las plantaciones de coco para poder recibir su ración de arroz, lentejas y otros productos.

Así pues, se evidencia que un acercamiento a la civilización y el desarrollo no siempre se traduce en ganancias para la población primitiva. Se debe respetar también el libre albedrío de cada comunidad y la preeminencia hacia unas tradiciones que, sin tampoco ser perfectas, han demostrado que cumplen con el objetivo de la autoconservación. Mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, exclamarían los onges. Con todo, cabe realizar una reflexión final sobre el por qué del escaso desarrollo de sentineleses y onges en su ya larga trayectoria de existir; y es que, a pesar del carisellazo que resulta la entrada de una nueva especie a un ecosistema o la primera comunicación entre dos poblaciones desconocidas, la cooperación nunca tendría lugar si estas cosas no pasaran. El intercambio de conocimientos ha posibilitado la creación de sociedades omnipotentes que han encontrado en el desarrollo de la tecnología y las redes de comunicación una manera de trascender y no solo de sobrevivir.



Sobre el autor

Santiago Díaz

Director del Área Editorial

Bogotano, 1994. Profesional en Negocios Internacionales. He vivido en Barcelona y San Petersburgo. Me apasiona la sociología, la historia, la economía, la cultura y el arte. Me gusta analizar lo que sucede a mi alrededor. Escribo cosas.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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