Sociedad

El costo de tu efímera felicidad

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Actualmente las lógicas corrosivas y difusas del mundo neoliberal, no sólo han influido en la construcción socio-cultural de un modelo económico extractivista que regula, planifica y controla la naturaleza desde degradadas relaciones de poder asimétricas, sino también, configura una especie de “atracción” confusa y creciente por sensaciones y acciones, que a mediano y largo plazo suelen ser fútiles e inocuas en la existencia de cada ser humano. Me refiero al consumo y compra excesiva de grandes cantidades de información, imágenes, modos de vida y -hasta- formas de expresión que trascienden los campos de la tan defendida individualidad y propiedad liberal; y fomentan una cultura que se alimenta de un “consumo de bajo coste” y los riesgos sobre los recursos planetarios, así como, de millones de vidas en África, Asia y América Latina, denominada como moda rápida o Fast fashion.

Recientemente, Un estudio sostiene que la industria de la moda en el mundo mueve US$ 1,3 billones al año, construido en parte por la consolidación de un modelo de diseño, producción, distribución y/o consumo de ropa relativamente barata, flexible, fácil de usar, cómoda y estilizada, que permite expresar con mayor gracia y nivel, no solo nuestra identidad a un grupo, sino hacer parte o “parecer parte” de un estrato social específico, que responde a las demandas estéticas (mayoritariamente occidentales) y al simbólico deseo por el lujo y la acumulación.

Antes que nada, desearía recalcar que el objeto del artículo, no es realizar un juicio o crítica desdeñosa sobre patrones individuales, sino replantear o reflexionar acerca de los factores estructurales de consumo y nuestra relación con un entorno limitado que agotó en el mes de agosto los recursos disponibles de un año. He de reconocer- que como parte del sistema- que almacenes como Zara, Pull & Bear, Bershka, Mango, Adidas, Nike, Benetton y Falabella, proveen (especialmente a una incipiente clase media) los medios y/o herramientas para sentir las comodidades del cambio a bajo costo, o simplemente, tener la sensación de adquirir ese “algo vital de expresión” en tendencia, que nos hace momentáneamente felices, momentáneamente llenos, momentáneamente importantes.

Sin embargo, y como bien diría G. Debord en Sociedad del espectáculo (1967) son este cúmulo de éxtasis por el consumo de la cultura, junto a la mercancía e ideología materializada, lo que marca la pauta del razonamiento de la posmodernidad. Aquella que nos impulsa a prescindir o deshacernos de los artículos, tan rápido como se adquirieron, sin culpa, ni responsabilidad por el 60% de algodón transgénico, los 2.700 litros de agua, el 20% petróleo y 20% de sudor y sangre. necesarios para realizar solo una chaqueta de cuerina negra; o los 11.500 litros de agua (8.000 para producir el tejido, 2.000 de fabricación, teñido y fijación del color y los 1.500 en lavado en casa) que son indispensables para obtener los tan anhelados jeans índigo o jeans negros clásicos -que no dejo de pensar, tengo ahora mismo -.Y es que, aunque suene un tanto hipócrita o sensacionalista como cliente rehabilitado, estos datos no reflejan en su totalidad la huella hídrica y humana que dejamos por los deseos espontáneos, de comprar más y más ropa.

Las cifras no mienten, -solo en un año- la industria de la moda puede utilizar 93.000 millones de metros cúbicos para la fabricación, producción, teñido y acabado masivo de ropa, cuya vida útil es máximo de 3 meses, las cuales, 200 toneladas de agua dulce teñida son arrojadas a ríos -cercanos de poblaciones empobrecidas y vulnerables- ,sin ningún tipo de tratamiento, pues cada prenda para fijar el color necesita de sustancias tan tóxicas y contaminantes como: el alquilfenol, los ftalatos, clorobencenos y clorofenoles, cuya composición es mercurio, plomo, arsénico. Eso, sin tener en cuenta, la hostil industria para la fabricación de algodón u otras materias primas, donde el uso de fertilizantes para su producción, ha de superar la normativa establecida no sólo para el suelo, sino para los cultivadores y sus familias que se ven expuestas a sustancias que a corto, mediano o largo plazo son causantes de cáncer, defectos de nacimiento, retraso físico y/o mental. Y donde la cantidad de agua, por ejemplo, en la región de Punjab- India, mayor comprador de pesticidas en el mundo con mayor nivel de necesidades insatisfechas derivadas por carencia de agua (85%), es destinada a cultivos de algodón que necesitan 20.000 litros de agua para un 1Kg de la fibra textil “vegetal”, generando una enorme presión sobre este recurso, ya escaso, y agudizando aún más la desertificación del Mar Aral y los ríos aledaños.

Por otro lado, es esta alta costura democratizadora, la que no solo genera el 10% de las emisiones de CO2 necesarios para las fibras sintéticas como poliéster, nylon, cuerina, ácido acrílico, sino también, de emisiones de N2O -300 veces más nocivo que el dióxido de carbono-, empleados para la producción de poliéster mediante la manipulación de petróleo, afectando notablemente la calidad del aire del mundo. Así mismo, la deforestación y otros fenómenos ambientales como la degradación del suelo, se suman a una gran lista de amenazas a la naturaleza y medio ambiente.

Pero lo peor, viene cuando hablamos de la ya conocida pero ignorada esclavización moderna de la industria textil. Las empresas que suelen ofrecer estos trabajos, con condiciones de explotación de entre 14- 16 horas de trabajo, donde los trabajadores carecen del derecho a formar sindicatos en instalaciones sin ventilación, ni baños. Son el epicentro de personas que “no tienen voz”. Personas, que, aunque quisieran otro trabajo, el sistema y los factores estructurales de sus sociedades, así como las dinámicas neoliberales de los estados, impulsan -o más bien, obligan- a aceptar trabajos precarios de hasta 96 horas a la semana.

Estas industrias, ubicadas en países cuya legislación permite e impulsa la mano de obra barata, poco cualificada y los malos tratos a lxs trabajadores, como Pakistán, Marruecos, China, Bangladesh, India, Uzbekistán, Indonesia u otros, emplea en su mayoría a mujeres y niñxs, estxs últimos impulsados por la presión de sus familias, pues las condiciones precarias y empobrecidas de sus entornos influyen en aceptar trabajos en la industria textil o cultivos de algodón durante tres a cinco años, que a mediano plazo le permitirá a estas familias pagar la dote de sus hijxs.

No obstante, y adentrándonos un poco a estas nuevas corrientes “ecológicas” que recriminan el fast fashion, la industria ha estructurado una fachada que reproduce, el mismo modelo con diferentes retóricas. No hace mucho, H&M y Zara, plantearon a los consumidores propuestas para un consumo que preserva las condiciones y necesidades políticas, sociales y culturales del ser humano, es decir, un modelo que plantea la sustentabilidad, y nos libera de “culpas” al donar las prendas que ya no utilizamos o compramos hace menos de 5 o 6 meses.

Por otro lado, el destino de estas donaciones realizadas por occidente, tienen como destino países de África Oriental o regiones como Sahel, que reciben la ropa usada para ser comercializada en negocios locales. No obstante, dichos artículos -en su mayoría- llegan desgastados, rotos o en muy mal estado, lo que obliga a tenderos y comercializadores del por mayor, a desecharla o quemarla, siendo esto, un efecto colateral para los gases de efecto invernadero. Además, destroza la industria local y hace que la región se perciba y conciba como dependiente del “mercado sobrante” de occidente.

Una sociedad sujeta a lo inmerso de dinámicas de carencia y brevedad de las relaciones humanas y materiales...

Por otra parte, este sistema que pretende liberarnos de “culpas”, también se asocia al engaño del consumidor, pues, en su mayoría las marcas fast-fashion y ultra fast-fashion y su pandilla de expertos posmodernillos (como coolhunter, stylist, visual merchandiser, community managers, etc) impulsaron el greenwashing, una tendencia que tiene como fin la producción sostenible con materiales o prendas ya utilizadas. Sin embargo, y como una tendencia más que se desvanece en el aire, los informes de Inditex (2018) afirman ambiguamente y sin mayor detalle, cómo y qué hacen con el 88% de residuos que fueron reutilizados y reciclados, ni como su producción eco-friendly es una meta evidente, o como hacen para que el petróleo necesario de un abrigo de piel sintética sea sostenible. Así que, en este punto, solo diremos que los materiales vendidos como lana solo constituyen el 4% del tejido y que una camisa blanca obtenida a través del reciclaje de otras prendas, es en su mayoría un tejido de algodón transgénico, cuya etiqueta es lo único reciclable.

COMPRO LUEGO EXISTO

No hace mucho, nuestra piel social, cumplía la función de protegernos de los agentes externos, que a lo mucho permitía expresar mediante ciertas prendas y/o accesorios realizados a mano la pertenencia a algunas tribus, clanes o pueblos. No obstante, y con el pasar de la historia, el advenimiento de la revolución industrial y el devenir del intercambio tecnológico de finales del siglo XX, se introdujeron nuevas técnicas de producción y distribución masiva de prendas y complementos en un “sinfín” de tallas (que corresponden a un prototipo socialmente aceptado), que permitirían manifestar al sujeto, una forma de situarse y (re) significarse no solo en el nuevo mundo capitalista, sino también en el proceso constructivo de propia “autenticidad” de la posmodernidad.

Y sí, esa “autenticidad” construida e interiorizada por las normas sociales, obedece según la psicología social a: (i) principio de conformidad (ser percibido de forma positiva, para ser aceptados e integrados); (ii) a la confluencia (mecanismo de defensa que distorsiona la percepción del nosotros y en afán de pertenecer a un grupo perdemos el borde entre lo “mío” y lo externo) y (iii) el principio primario de apego, contribuyendo así, a un “refrescante” modelo de respuesta rápida y/o evolución constante, donde la progresiva transformación de los consumidores como entidades de demanda activa, permite que cada seis semanas (equivalentes a 52-56 colecciones al año) nosotros tengamos la posibilidad -imperante- de inyectarnos toneladas de nuevas tendencias y estilos.

Este reflejo -imperante-, no solo acompañado de acepción de norma social, solo es uno de los pequeños síntomas de una sociedad, que neuróticamente se concentra no solo en distinciones y discursos hete-normados y neo-colonizantes sobre construcciones como la raza y el género, sino también, en la carencia de adquirir un compromiso mutuo con la sociedad. En ese sentido, el sistema es el reflejo de una enfermedad que se manifiesta a través de la desafección sobre ocupaciones vitales y desprendimiento por los vínculos socio-afectivos, que, en su ánimo y afán por lo veloz, lo nuevo, lo constantemente transformado, se convierte en una sociedad sujeta a lo inmerso de dinámicas de carencia y brevedad de las relaciones humanas y materiales (con objetos como la ropa), tan flexibles, que nos enfrentamos, interiorizamos, apoyamos y valoramos en extremo las nociones de presencialidad, libertad individual, transitoriedad, inmediatez como parte esencial de la existencia.

Según Z. Bauman en Vida en consumo (2008) ello es la evidencia de las múltiples carencias, sobre: reconocimiento del otrx, los compromisos sólidos entre los lazos interhumanos y la conexión “fuerte” con nuestro entorno natural, pues el carácter “líquido” de la modernidad nos afirma la necesidad ciega de comprar y desechar desmedidamente, sin rechazo a los daños humanos, hídricos y minerales por lucrar una industria predominantemente privada que se estriba como el mercado minorista más grande del mundo, y con ganancias que hacen más y más ricos a personajes como Amancio Ortega, fundador del imperio Inditex (Zara, Bershka, Pull and Bear), que a costa del empobrecimiento, explotación y/o deterioro de grupos y sectores sociales específicos (migrantes, mujeres, niñxs), se convierte en la séptima persona más rica del mundo, con una riqueza que asciende a los 700 millones de dólares.

Fue pues, la creación y perfeccionamiento del modelo de Zorba -lo que conocemos hoy como Zara- el advenimiento de un “lujo espontáneo” que diseña, produce y manufactura felicidad paradójica y patrones de consumo insostenible, que a día de hoy sigue existiendo hasta en tiempos de pandemia. Y pese a las innumerables reflexiones y advertencias filosóficas, otorgadas para resignificar y reedificar nuestra relación con la naturaleza, una vez más la sociedad afirmó su existencia, con filas innumerables en Zara, H&M, Mango o en las compras necesariamente ridículas en línea de páginas como Topshop, Shein, Zaful o Aliexpress, que siempre están ahí para recordarte que las compras de impulso, el negacionismo del fenómeno y el placer de ser “tú”, no tiene precio.



Sobre la autora

L. Chamorro Galindo

Escritora

Politóloga capturando el sentido de lo estructural. Amante de hilar correlatos históricos y fenómenos políticos a través de la investigación y análisis discursivo. Escribir es mi sentir y terapia.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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