Sociedad

El poser

Tiempo estimado de lectura: 6 min

“Estos hombres se consideran a sí mismos mentes independientes, cuando en realidad se dejan llevar como borregos por sus demonios interiores y por su sed de aprobación por parte de la voluble opinión pública”

Créditos: Álvaro Bernis

Hay múltiples formas de caracterizar (por ende, encasillar) al ser humano: por su religión, raza, filiación política, género, edad, gustos; incluso por sus odios, amores, frustraciones, expectativas, sueños o deseos. De todos modos propongo otra: la gente normal y los diferentes. Los primeros son todos aquellos que siguen la mayoría de los convencionalismos. Los segundos, siempre minoría, simplemente no se sienten a gusto entre estas tradiciones, ya naturalizadas, que "impone" la sociedad; la rebeldía frente a lo que es normal.

Del grupo de los diferentes, por antonomasia, es de donde la humanidad extrae a los mayores genios en todas las áreas del conocimiento. La revolución, sea el adjetivo que la suceda, no puede gestarse dentro de la normalidad, al menos una pizca de disidencia es requisito indispensable para el salto cualitativo que da un individuo en concreto frente a su rebaño.

Allá los genios, acá nosotros, los normalitos. No sobra decir que los hemos despreciado en vida para después erigirles monumentos, editar antologías, poner en práctica sus proyectos o sentir su influjo en un sinfín de campos de acción. Piénsese en un Wilde, Galileo, Kafka o un Tesla. Sin embargo, desde siglos atrás algunos de nuestros hermanos han tratado de saltar la cerca, codearse con estos genios adelantados a su época, palpar lo que la naturaleza les negó; tipos incómodos. Se posicionan así mismos en el grupo de los “diferentes” de manera artificial, en el clan de los genios de manera deshonrosa, por mera vanidad. El epítome de esto es el Werther de Goethe. Un hombre común y corriente: joven, algo instruido, iluso, que guarda en su corazón una congoja que rebasa y le da un matiz de tristeza a todo el universo; un incomprendido, un incómodo ¿La solución? La muerte. Muchos jóvenes en el siglo XIX, después de leer la obra, se suicidaron. Es que Goethe no inventaba un personaje, describía la historia real de un muchachito alemán que, atónito de las similitudes entre su vida y lo que leía, creyó adecuado que el símil debería ser total: el suicidio ¿qué fue el síndrome de Werther? La muerte masiva de jóvenes atormentados. Incomprendidos, incómodos.

[Imagen:] Erúditos a la violeta, de Caldaso y Vásquez de Andrade. Libro satírico que buscaba "convertir" a una persona en erudita con poco esfuerzo, de manera superficial. La expresión hoy en día se utiliza para quien solo aparenta ser un hombre culto sin realmente serlo.

La vigencia del intelectual suicida no es cosa del pasado. Es más, gracias al internet, y su poder masivo de difusión, podemos observar desde la comodidad de nuestra cama, a un clic de distancia. Jóvenes bohemios, deprimidos, con la certera convicción de poseer una inteligencia superior, incomprendidos, tachados, acomplejados. Sin embargo, los años no vendrán solos: vestirse adecuadamente, acallar su lado “artístico”, el trabajo, la familia y las obligaciones. Llegará la resignación: para ser genio no basta con gritarlo a los cuatro vientos. Pero sobre todo llegarán los matices: la tristeza no es el factor constitutivo de todo lo que existe bajo el cosmos. Volverá a nosotros la oveja descarriada que quería codearse con los descarriados. Tarde o temprano se cansa de remar contra la corriente. Piénsese, por ejemplo, en los nadaístas en su vejez.

Es precisamente por la inconformidad al sitio que su naturaleza le fijó que no entiende, entre otras cosas, el arte. Aunque discutible, un artista, para quien escribe este texto, un verdadero artista, por naturaleza es un genio. Gómez Dávila señalaba que el arte solo educa al artista: Solo un soneto puede cambiar la forma de ver el mundo para un poeta. Para nosotros es simplemente un puñado de palabras bien o mal escritas, que pueden aflorar ciertos sentimientos, pero que nunca podrían tener un efecto tan profundo, incluso devastador. Por eso Roberto Bolaño en una entrevista, pocos años antes de su muerte, decía sin sonrojarse que aquel que tocara realmente a Rimbaud y Lautremont se quemaría. Frase contundente ante la mirada desconcertada de un periodista que, aunque enfático en dejar claro su amor por la poesía, no entendía. Quemarse, fuego, éxtasis. Buen poeta Rimbaud, ¿Pero para quemarlo a uno? No, no lo entendía, no lo entendemos, en el fondo.

Bajo este error, esta falsa imagen autoconstruida, la oveja descarriada, implícita o explícitamente, denota una superioridad ante los “normales” (su prójimo vergonzante, o sea usted y yo), quienes no tenemos la sensibilidad suficiente para hallar el gozo en un cuadro, en un libro, en una obra de teatro ¿Quién es objetivamente el poser? Un tipo normal que conoce uno que otro librito, uno que otro cuadro, pero proclama lisonjas a un arte que medio entiende, medio le gusta y le produce un placer más bien tenue, ni muy muy, en el fondo. Además, el goce de extasiarse por Goya, por Chaikovski o por Lispector no tendría sentido si los demás no nos enteramos. No es más, no es menos.

Créditos: Arno Senoner

El gusto por el arte es casi universal. La creencia asentada de que todos somos inteligentes, cultos e interesantes, hace casi imposible el encontrar a una persona que no sienta afinidad con la "alta cultura". Los libros son amigos cercanos de todo el mundo, aunque veamos a esos hermanos entrañables dos o tres veces al año.

Quizás el problema radique en sobrepasar los límites del descaro, nos situamos en un lugar que creemos comprender, al que decimos pertenecer, pero que se reduce a solo desearlo. La máxima expresión de este descaro: a quien nos referimos desde el título. El iletrado culto es uno de los males del siglo XXI. Detectemos al que guardamos en nuestros corazones, disfrutemos de todas las manifestaciones del arte sin que de este goce se base lo que nos diferencia frente al vecino, al taxista, al tendero, quienes desperdician su vida en placeres superfluos, preocupaciones inútiles, mientras nosotros “gozamos” y “reflexionamos” sobre lo que sí es importante en el mundo. Esta pantomima puede ser peligrosa, malgastar la única vida que tenemos aparentando ¡Ojo con el poser!



Sobre el autor

Juan José Fajardo

Editor, Escritor

Politólogo, eufórico al decirlo. Estudio con amor y paciencia a Colombia, ese país que entró con angustia a la modernidad, a través de su arista más triste: la violencia. Le sigo entregando mis mejores horas a lo que mas amo, aunque no me deje plata; me va a matar el descaro. El camino que escogí no lleva a Roma, como dice E. H.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



Cargando comentarios...
Scroll to Top