Sociedad

Epa Colombia y las emociones tristes

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La reciente condena a la influencer Daneidy Barrera Rojas, conocida como Epa Colombia, de 5 años por parte del Tribunal Superior de Bogotá, en segunda instancia, abrió un álgido debate en los últimos días en el país, producto de la desproporcionalidad que hubo en la pena a la empresaria si se le compara con condenas a políticos del orden nacional y regional que han desfalcado al Estado por miles y miles de millones de pesos.

Los defensores de Epa Colombia, de manera inconsciente, y seguramente bienintencionada, operan bajo la misma lógica del político corrupto: lejos de caricaturizarlo como un sujeto malvado que crea el terror y genera pobreza casi por placer, el político corrupto persigue sus objetivos personales y moldea el Estado de derecho para alcanzarlos y evadir y minimizar las posibles consecuencias que pueda tener. El corrupto hace maleable la norma según las circunstancias. Los defensores de Epa Colombia, según su percepción, buscan hacer una especie de interpretación de las leyes. En este texto, más allá de considerar que fue exagerada la pena, y de que existe un dejo de clasismo en el caso, nos concentramos en tratar de describir de dónde surge esa desconfianza en los colombianos, ya sea el ciudadano de a pie, ya sea el político, ante la norma, la creencia asentada de que la ley puede ser cambiada si no apetece nuestros apetitos y por qué el caso de Epa Colombia refleja, en cierto sentido, aspectos importantes de nuestro "ethos colombiano".

Las emociones tristes:

Todos los países, al igual que las personas, tienen un temperamento. Cada nación cuenta con un “arreglo emocional” que se define a partir de las “emociones tristes” (el odio, la venganza, el rencor, la envidia, el resentimiento, etc.) y las “emociones benevolentes” (el amor, la gratitud, la nobleza, la reciprocidad, etc.), la forma cómo se ecualicen los dos grupos de emociones, si se inclina más para un lado o para el otro, definirá el balance emocional: algunos países acentúan más las emociones tristes, son más sobresalientes y notorias que las benevolentes. Este es el caso de Colombia. Nuestro arreglo emocional, como señala Mauricio García Villegas, se rastrea hasta la España del siglo XVI en medio de la conquista a América y el régimen colonial. Según Villegas:

“De allí, de esa sociedad centrada en el imaginario religioso de la contrarreforma, inspirada en los miedos, los odios, los dolores, los afectos, las ilusiones, las alucinaciones, las exaltaciones, etc., de esa cultura imperial que se mezcló, sin perder su esencia, con las culturas indígenas locales armamos nuestros arreglos culturales”.

La conciencia que tienen todos los países de sí mismos, la imagen de lo que creen ser, y la centralidad que adquirió a la hora de analizar la sociedad, empezó a tener importancia a mediados del siglo XX, con el advenimiento de la Nueva Historia, un enfoque dentro de las ciencias sociales que dejó de centrarse, a la hora de entender el pasado y el presente, contrario a la historiografía tradicional, en las instituciones jurídicas, en las ideas y el accionar de los líderes políticos y los próceres de la patria, y, más bien, se concentró en prestarle más atención a lo cotidiano, a la gente del común para entender nuestra realidad. Es imposible entender nuestra guerra, nuestro diletantismo desaforado, la hostilidad permanente, la corrupción, sin las emociones latentes que hay detrás de todo esto.

La España del siglo XVI tenía menos tradición, menos cultura, menos ciencia y menos devoción por el trabajo físico en comparación con pueblos nacientes como el inglés, el francés o el alemán. Esta “debilidad” la compensaban con pasión: en lugar de ver para creer, creían para ver. El Quijote de la Mancha es un ejercicio brillante de etnografía de la cultura española de ese entonces, de ahí su relevancia hasta nuestros días: El Hidalgo, como dice García Villegas, creía que todo lo que ocurre es una confirmación de lo que cree: si reza para que cese la tormenta y la tormenta cesa, Dios escuchó su llamado, si oró y no cesó es porque no rezó con suficiente convicción o porque Dios quiso dar una lección qué es inasible al entendimiento humano (el tiempo de Dios es perfecto, escuchamos hoy en día). Ante esta lógica infalible no hay margen para el error, para dudar de las convicciones, a creer con titubeos.

El español, a falta de innovaciones tecnológicas y científicas, halló la forma de autovanagloriarse a través de un alma fervorosa y devota, de ahí su inclinación por la poesía, el arte, la guerra y la piedad religiosa. Como decía Salvador de Madariaga, en el siglo XVII, los ingleses eran hombres de acción, los franceses de ideas y los españoles hombres de pasión. El español veía en el “YO” la medida de todas las cosas, pero no era el “YO” del empirismo moderno inglés, sino quijotesco: sordo, ingobernable y místico. El español no catalizaba su imaginación en el pasado glorioso de las tribus que formaron al pueblo, ni en la belleza de sus tierras, se hallaba, principalmente, en la religión y las emociones que desprendía. Fue a partir de este sentimiento cristiano que basaron su percepción de superioridad, de singularidad, de pueblo especial. Todo lo que el español creía, hacía y pensaba estaba avalado por el Dios que lo protegía. La teología mundana del español, siguiendo a García Villegas, dependía de un arreglo emocional dominado por pasiones tristes: miedo al infierno, temor a perder la identidad, la sumisión de la mujer, el desdén por las cosas materiales, la desconfianza frente a la autoridad civil y frente al prójimo.

Frente a lo que se refiere al tema de este texto, nos concentraremos de ahora en adelante en dicha desconfianza ante el gobierno de los hombres. Para el español el único gobierno realmente legítimo era el gobierno divino. Todo intento por emularlo siempre será un resultado defectuoso e imperfecto, lo que da pie al sacrosanto derecho a la rebelión y un menosprecio por los diseños institucionales. Sumado a esto, la práctica de la confesión debilitó cualquier norma. Ante la posibilidad de pecar y errar, pero salvar el alma de las llamas eternas del infierno, por medio de una expiación sincera, el español combinó la veneración de las normas con su desacato: si el hombre peca, pero puede remediar su pena con un arrepentimiento, se generan incentivos muy fuertes para relativizar la autoridad. Los errores se tornan banales cuando pueden ser perdonados y olvidados, el español creció en medio de una normalización del incumplimiento de las reglas. El español veneraba las reglas, imponía estrictos y categóricos códigos de conducta, pero en la práctica negociaba y adaptaba su aplicación. Las leyes, decía García Villegas, eran tajantes y severas, pero con un bajo cumplimiento debido, en parte, al nivel de exigencia que contaban. El Español castigaba con rigor, satisfaciendo su deseo de justicia, pero indultaba para satisfacer su deseo religioso de piedad. El ideal era lo que importaba, no tanto lo práctico: “que el mundo se derrumbe, no así sus principios”. El Español abogaba con intensidad monomaniática en que sus ideales se mantuvieran incólumes, excesivamente escritos y sermoneados. Que se negociaran y se incumplieran en la práctica era otro asunto, sumamente menor.

La visión religiosa del mundo fue lo que heredamos del español: el individualismo indómito, la convicción certera de ser distintos y especiales, la certeza casi profética de que lo que sucede y no sucede está marcado y predefinido por un designio divino que no debemos intentar comprender y, sobre todo, la esquizofrenia moral entre demandar más y más leyes estrictas, pero su posibilidad fáctica de ser maleables según las circunstancias. Los proyectos políticos en Colombia se fundaron a través de esta desconfianza ante el poder cuando era excesivamente poderoso y buscaba, de alguna u otra forma, domar las pasiones y los imaginarios de un colectivo del país. Los encomenderos criollos en plena colonia veían con malos ojos al rey de la Nueva Granada, así como a los visitadores de la monarquía que, por lo general, trataban de moderar sus excesos y desafueros. El poder si no refleja las convicciones morales de la sociedad no tiene ninguna validez. Por esta razón no es descabellado ver una congregación en algún barrio de nuestras metrópolis velando al jefe de una banda sicarial. Laureano Gómez, Jorge Eliecer Gaitán, Álvaro Gómez, Alfonso López Michelsen, Álvaro Uribe adquirieron popularidad y concentraron cierto poder y apoyo popular a través de una visión del mundo antielitista, contra la “oligarquía” que no representaba el verdadero sentir del pueblo. Igual sucedió en la violencia partidista de los 50s, como dice Carlos Mario Perea, cuando el ideal conservador y liberal no se trataba, en la práctica, de dos subculturas, sino se trataba de una misma cultura política donde ambas colectividades participan de los mismos lugares de producción del sentido de lo político. Se trataba de una mímesis partidista donde ambas agrupaciones utilizan los símbolos desde una visión religiosa de la política. El Estado de derecho puede ser manipulado cuando va en contravía de unos intereses que no son negociados, de ahí que el político corrupto, sin ningún dejo de vergüenza, pervierta la interpretación de una norma, buscando concentrar poder, recursos y la retribución de favores, la quebrante y busca su salvación para, un par de años, tratar de rescatar su carrera política. No es nada extraño que Ñoño Elías, Musa Besaille, Hugo Aguilar, el ‘Tuerto’ Gil, y demás caciques políticos condenados, hayan perpetuado su poder en las regiones.

Nuestra colombianidad:

Epa Colombia nos representa como colombianos y nuestra tradición hispánica: pasional, extrovertida, piadosa y creyente de Dios, infringe la ley, pero apelando a nuestra bondad cristiana exige la expiación de sus culpas. Ella ya aplicó el santo sacramento de la confesión merece el perdón. Si la norma, rígida y exigente, no puede cumplir este designio divino es una norma que no funciona y las instituciones que la representan deben ser vistas con desconfianza, carentes de toda legitimidad. El iusnaturalismo español, que niega toda validez jurídica a cualquier norma que se considere injusta, en su máxima expresión. En redes sociales el debate se centra en una especie de proporcionalidad: mientras algunos políticos corruptos salen descaradamente absueltos ante el desfalco de miles de millones de pesos, a una joven humilde, carismática, que genera empleo, la flexibilidad de la ley también debería funcionar y aplicarse en su caso. Si vamos a hacer trampa, hagámosla todos.

Nuestras emociones tristes como el resentimiento, la envidia, el odio, la hostilidad, así como nuestra congénita desconfianza frente a la norma, ven con buenos ojos la omisión del cumplimiento de una pena. Claro, como dice Gustavo Duncan, un país con niveles altísimos de corrupción, gobernada desde finales del siglo XIX a través del clientelismo, preocupantemente desigual, parece apenas sensato desconfiar de un sistema jurídico e institucional que, en la práctica, solo suele estar diseñado para la perpetuación de una casta política en los nodos del poder. Sin embargo, hace mucho más daño al Estado de derecho apelar a estos argumentos para expiar la culpa de una muchacha que, a todas luces, y con toda la intención, infringió la ley. La proporcionalidad no se halla en la condena justa y sin miramientos a los políticos corruptos y una expiación religiosa ante una muchacha de nuestro agrado. Para lograr desprendernos de ese arreglo emocional triste, de esa tradición española medieval, debemos exigir que tanto el político corrupto que se roba 70 mil millones de pesos, como la joven humilde y creyente de Dios, pero que infringió la ley, paguen la falta de romper las normas a las que todos nos acogemos.



Sobre los autores

Lorena Avellaneda

Escritora

Estudiante de comunicación social y periodismo. Columnista de la revista Cara & Sello; oriento la atención de mis textos hacia problemáticas sociales. Feminista en búsqueda de un consenso social.



Juan José Fajardo

Editor, Escritor

Politólogo, eufórico al decirlo. Estudio con amor y paciencia a Colombia, ese país que entró con angustia a la modernidad, a través de su arista más triste: la violencia. Le sigo entregando mis mejores horas a lo que mas amo, aunque no me deje plata; me va a matar el descaro. El camino que escogí no lleva a Roma, como dice E. H.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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