Sociedad

La historia de mi feminicidio

Tiempo estimado de lectura: 4 min

“Niña que recorrió paisajes de vastas fantasías
Que luego de pocas historias cumplidas
Un intruso entró en su vida y con traiciones de su dolor se satisfacía.
Pero como toda una guerrera, la niña su valor fortalecía
Y aunque coraza y fuerza tenía
También fueron víctimas del flagelo ese día.
Cuerpo malherido, humillado y cuestionado como si fuera indigno o delito ser mujer y estar perdida. La luz de tus ojos ya se apaga
Sólo tu mente y tus recuerdos te sostienen por un día de aquel dolor que tú sufrías.
Tu madre llora, tu hija sufre los golpes de la vida Imploramos justicia
Para que ni una rosa más sea herida”.

Poema creado por Adriana Cely, hermana de Rosa Elvira


Grito con tanta fuerza que siento que mis cuerdas vocales se desgarran, trato de quitarme a ese animal de encima, mientras mis brazos tiemblan del esfuerzo y las lágrimas bajan rápida y fríamente por mis mejillas pero no lo logro; una, dos, tres puñaladas con la navaja que cargaba siempre, me toma por la fuerza y me golpea violentamente; aprovechándose de mi debilidad rasga mi ropa, me viola y destruye completamente mi vagina.

Soy una mujer de 35 años, no he tenido muchas facilidades para llevar una calidad de vida promedio, no pude terminar el colegio, tengo una hija de 12 años y ahora estoy luchando, trabajando y estudiando para poder darnos un mejor futuro a ella y a mi. Tengo un trabajo un poco más formal que los anteriores. Trabajo de lunes a viernes y en las noches voy al colegio Manuela Beltrán para terminar mis estudios. Me va bien y eso me alegra; además, mantengo buenas relaciones sociales.
Hablo mucho con Javier, quien es un poco callado, pero inteligente, y con Mauricio, que es más amigo de Javier, ya que ellos estudian juntos en un mismo salón, diferente al mío. A veces salimos los viernes con ellos y otros compañeros a bailar y a tomar. Normalmente bailo más con Javier que con los demás, pero nunca hemos tenido ningún tipo de acercamiento romántico.
Hoy es jueves, 24 de mayo del año 2012. Es un día normal: me ocupo de mi hija, trabajo y después voy al colegio. Aunque es jueves decidimos ir a un bar en Chapinero a tomar algo, sólo con Javier y Mauricio; compartimos un rato, nos tomamos un par de cervezas y decidimos que Javier me lleve en su moto a mi casa y Mauricio se vaya a la de él. Pasamos por el Parque Nacional de Bogotá, pero Javier se detiene y no entiendo qué está pasando; hace mucho frío, está muy oscuro y hay poco tránsito. Le pregunto a él por qué se detiene, ¿pasa algo?, ¿se le dañó algo a la moto?, ¿nos quedamos sin gasolina? Le digo, no responde a mis preguntas e intenta besarme a la fuerza, pero yo lo empujo y le aclaro que no quiero tener relaciones sentimentales con él.

Me empieza a mirar con rabia. Lo desconozco, se transforma. Lejos queda aquel Javier atento, buen amigo y amable que solía ser. Realmente estoy angustiada y él se comporta de una manera extraña. Tengo miedo y aunque la adrenalina que siento merma un poco el frío, quiero escapar, quiero correr, quiero llorar y gritar; todo mi cuerpo tiembla y me convierto en un ser humano frágil, sin nada para defenderme, sin nadie a quien pedir ayuda, sin nada que pueda hacer ante lo que está pasando. Javier en cambio deja de ser humano. Suplico e imploro para hacerlo entrar en razón, que se de cuenta del daño que me hace, pero al parecer él se divierte y satisface con mi sufrimiento.

Una, dos, tres puñaladas con la navaja que cargaba siempre, me toma por la fuerza y me golpea violentamente, aprovechándose de mi debilidad rasga mi ropa, me viola y destruye completamente mi vagina. Intento defenderme, grito y me rompo las uñas intentando quitarme ese animal de encima, pero no lo logro. Mi cuerpo se convierte en un mar de sangre, lágrimas y gritos desesperados, pero aún así trato de defenderme. No contento con todo lo que me está haciendo, para satisfacer sus repugnantes necesidades Javier decide agarrar un palo, enterrármelo por el ano y perforar desde mi recto pasando por mi útero y pelvis hasta la vesícula biliar.
Yo estoy casi inconsciente, él me arrastra hasta un árbol y escapa. Vuelvo a sentir los bajos grados de la noche, mi cuerpo no resiste mucho, tengo miedo, ansiedad, frustración y mucho dolor; tengo sensaciones tan inexplicables que mi garganta se llena de nudos que me cortan la respiración.
Con las últimas fuerzas que tengo puedo llamar a la policía y tengo que hacer varios intentos para poder comunicarme y que me ubiquen. Duré casi dos horas esperando a que me encontraran, ya con hipotermia y adolorida de cada una de las heridas que me dejó Javier. La policía me encuentra, pero tarda la ambulancia en llegar. Después de que llega, me trasladan tardíamente al Hospital Santa Clara, en donde todos mis esfuerzos por sobrevivir se reducen a nada. Sufro un paro cardiaco y muero a causa de una peritonitis provocada por el empalamiento. Mi familia está adolorida, estremecida y desgarrada. Lo que me pasó es un acto repugnante, doloroso e indignante.

Mi nombre es Rosa Elvira Cely. Fui violada, empalada, apuñalada, golpeada y asesinada por Javier Velasco. Antes de huír me escribió algunas cartas, en donde declaraba su amor y obsesión por mi, y me dejó claro que si no era su mujer, no sería de alguien más. Javier era un hombre silencioso, pero inteligente, era tal su astucia que había logrado huir de la justicia después de haber violado a sus hijastras, asesinado a otra mujer y haber violado a una trabajadora sexual. Por todo eso sólo pagó 3 años en un reformatorio mental. Una vez capturado, lo condenaron a 48 años de cárcel, pero al final sólo resultaría pagando 30 o incluso menos. Mientras recibía su condena intentó de nuevo jugarle mal a la justicia afirmando que era impedido mental. Esta vez no funcionó.

Mi caso no solamente marcó y conmocionó a mi familia, si no que logró sensibilizar a todo un país de indolentes, en donde muchos se atrevieron a decir que era mi culpa por haber vivido mi vida como cualquier otra persona, como lo afirmó la alcaldía de Bogotá en este comunicado:

Aunque los últimos momentos de mi vida fueron una desgracia indeseable, nacieron hechos buenos como la ley que lleva mi nombre: Ley 1761 de 2015 Rosa Elvira Cely. Esta ley según la Secretaría Distrital de la Mujer se encarga de: “Garantizar los derechos humanos de las mujeres''. Han pasado 8 años después de mi feminicidio, hecho que le causaba gracia a Javier, quien no pagó una pena adecuada por lo ocurrido. Mi hija y mi hermana han luchado desde entonces por los derechos de las mujeres y para que haya una mejor justicia en los casos de violencia hacia la mujer.

¿Qué es un Feminicidio?

Según la Secretaria de la Mujer de la Alcaldía de Bogotá “el tipo penal de Feminicidio, permite condenar la muerte de una mujer, por su condición de ser mujer o por motivos de su identidad de género, lo que permite visibilizar que las mujeres son asesinadas por causas como la dominación, el control, la subordinación, entre otras, y en contextos como las relaciones de pareja, exparejas, de violencia intrafamiliar y de violencia sexual.

El feminicidio es la máxima expresión de las violencias contra las mujeres, que ocurren en el ámbito privado y público. Este delito permite visibilizar que las mujeres son asesinadas por lo que social y culturalmente significa ser mujer en una sociedad que sustenta la discriminación, la desigualdad, que justifica y naturaliza todas las violencias contra ellas.”



Sobre la autora

Lorena Avellaneda

Escritora

Estudiante de comunicación social y periodismo. Columnista de la revista Cara & Sello; oriento la atención de mis textos hacia problemáticas sociales. Feminista en búsqueda de un consenso social.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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