Sociedad

La revolución del click

Tiempo estimado de lectura: 7 min
2020-10-15 por Santiago Díaz

Primero de junio de 2020. Cory Blake a sus 21 años se prepara para salir a expresar su inconformismo con respecto a la muerte de un compatriota a manos de un policía en Mineápolis, por el simple hecho de ser de raza negra. Las calles de su natal Atlanta se encuentran colapsadas por el caos y el vandalismo. No son tiempos prósperos para el mundo; sumidos en un panorama de pandemia que azota la economía y la salud pública, solo era cuestión de tiempo que estallara el detonante que finalmente convoque a la gente a protestar, a llenar las calles mostrando su descontento por tantos años de opresión y ninguneo. Cory entonces abre su cuenta de Instagram para revisar en qué zonas de la ciudad se disponen las concentraciones. Después de minutos de espera, se da cuenta que el contenido nunca va a cargar, solo son putas imagenes negras por doquier.

En realidad, a Cory me lo acabo de inventar, pero esta es la situación que vivieron miles de personas durante las protestas a causa de la muerte de George Floyd. Se ha viralizado de tal manera este incidente y sus futuras repercusiones, que los hashtags #BlackLivesMatter y #BlackoutTuesday quedaron abarrotados por publicaciones de gente mostrando un apoyo que no pasa de darle al botón de compartir. Mientras tanto, los reportes de incidentes y altercados en más de 100 ciudades de Estados Unidos han quedado sumergidos en medio de millones de fondos negros. Gracias.

Bienvenidos a la Revolución 2.0 o la Revolución del click, donde la gente siente fascinación por sacar a relucir su lado más solidario y activista. Literalmente, solo se saca a relucir porque tangiblemente poco se puede obtener del apoyo hacia este tipo de causas. Aparentemente, existen unas reglas no escritas en las redes sociales que proclaman el Like como fuente de más recursos para los pobres, más derechos para la población afroamericana y por supuesto, menos deforestación en el Amazonas. Son todo ventajas.

Este fenómeno es tan habitual en esta nueva era de globalización en la que vivimos que ya puede ser definido con una palabra. Slacktivism o Activismo de sofá, se define como el acto de brindar apoyo hacia una causa legítima por la que se está luchando, pero sin hacer énfasis en una contribución real y productiva. Por lo tanto, podemos presenciar constantemente cómo se viralizan denuncias, crowdfundings o campañas que buscan una colaboración que generalmente no trasciende del mundo virtual.

Podemos presenciar constantemente cómo se viralizan denuncias, crowdfundings o campañas que buscan una colaboración que generalmente no trasciende del mundo virtual.

Esto puede ser producto de la época que nos ha tocado vivir. Sumidos en un contexto lleno de estímulos externos y expectativas por cumplir, estamos tan ocupados asumiendo nuestro particular Viaje del héroe, que poca energía queda para preocuparnos por causas ajenas. También puede deberse a que, aquellas injusticias que verdaderamente requieren una movilización cuantiosa de la población, no son sostenidas por la participación activa de cada persona como ente individual. Para que la gente efectúe una protesta prolongada que desencadene una revolución o cambio de paradigma, es necesario tocar fondo, no tener nada que perder. Actualmente, la calidad de vida es mejor que nunca, las revoluciones suelen durar cuatro días porque la gente pierde compromiso muy fácilmente, hay mil asuntos por atender y qué más da por una persona menos. Ya habrán publicaciones que compartir para mostrar mi más sincero apoyo.

Un actor relevante en esta nueva era de activismo es el portal change.org, cuyos fundadores dieron con la forma de monetizar toda esta corriente de postureo. Sobre el papel resulta una gran idea disponer de una plataforma que contabilice la cantidad de personas que están dispuestas a apoyar una causa. No obstante, el modus operandi que maneja Change dista mucho de ser algo que pueda ser tomado en serio por las instituciones de cualquier país. En realidad, esta iniciativa poco se preocupa por garantizar que las campañas cuenten con una cantidad verídica de activistas cuya firma represente una voluntad genuina por realizar el cambio. Change es un negocio bastante lucrativo que recoge los datos de cuánta gente está dispuesta a firmar, actualmente son más de 200 millones de personas worldwide. Para “echar más leña al fuego”, cabe destacar que las campañas en change.org, se han trivializado de tal manera, que se podría hacer un símil con el #BlackLivesMatter, donde las peticiones que sí tienen una mínima razón de ser quedan sepultadas dentro otras tantas que solo están llenas de “trolleo” (Figura 1). Incluso, se han lanzado campañas dentro de la plataforma solicitando el cierre de la misma, de las cuales me parece preciso citar sus argumentos.

“Firmar por internet una "causa", por muy justa que esta sea, no sirve absolutamente para nada. De hecho es hasta contraproducente, porque se calma la conciencia de la gente creyendo aportar "su granito de arena" y olvidándose después de hacer nada más. Se firman en masa peticiones de asuntos de lo más variopinto, desde impedir una invasión a golpe de click hasta salvar al perrito Toby de la perrera, para después despreocuparse de seguir la evolución de dicha "causa" sin sacrificar compromiso alguno. Es como la caridad, soltar unos céntimos para sentir que se mejora el mundo, sin preocuparse en averiguar cómo es que alguién puede acabar tirado en la calle en un mundo tan opulento como el nuestro.”

Figura 1: El escaso control que Change.org ejerce sobre su plataforma permite estas cosas.

Pero no todo son repercusiones negativas en lo que se refiere al activismo new age1. Existen causas que han tenido un enorme éxito sólo deducible a la viralización de la campaña alrededor de las redes sociales. Estoy pensando en el Ice Bucket Challenge, que en 2014 recaudó donaciones por más de 30 millones de dólares gracias a la vertiginosa propagación del conocido reto de echarse encima un balde con agua fría. Celebridades que van desde Cristiano Ronaldo hasta Barack Obama, replicaban esto desde su posibilidad de convertirse en tendencia y una manera de estar “en la onda”. Una vez más, se encuentran los mismos vicios de los ejemplos anteriormente expuestos; la razón de ser de este challenge, que consistía en efectuar una donación para apoyar la investigación de la esclerosis lateral múltiple (ELA), se veía opacada por tanto morbo (?) de ver famosos arrojarse un cubo de agua helada. Aún así, hay que admitir que sin la viralización de este reto, la campaña en cuestión no habría tenido demasiado alcance.

En definitiva, internet y las redes sociales son buenas herramientas para difundir una petición o campaña que pueda recaudar fondos o atraer voluntarios. Sin embargo, la gente aprovecha estas ventanas para hacerle saber al mundo que tienen una mentalidad progresista e incluyente, pero a la hora de realizar donaciones, la empatía no da para tanto. Entiendo que es imposible apoyar cada causa injusta que sucede en el mundo, pero no sientas que contribuiste solo por teclear un hashtag.

  • 1. Desde luego, Change.org solo se cuelga medallas sobre causas cuyo éxito proviene de la presión social en las calles y otras variables, pero no desde luego por la recogida de firmas virtuales.


Sobre el autor

Santiago Díaz

Director del Área Editorial

Bogotano, 1994. Profesional en Negocios Internacionales. He vivido en Barcelona y San Petersburgo. Me apasiona la sociología, la historia, la economía, la cultura y el arte. Me gusta analizar lo que sucede a mi alrededor. Escribo cosas.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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