Sociedad

No ser racista es el nuevo racismo

Tiempo estimado de lectura: 7 min
2020-09-23 por Santiago Díaz

Sí, quizá tú también seas racista y aún no lo sabes. Para nadie es un secreto que se ha establecido un canon en la sociedad que engloba el conjunto de valores y características necesarias para ser considerado un ciudadano de bien, que pueda acogerse merecidamente a los derechos que la ley dispone. Bajo estos parámetros se impone la figura del hombre blanco, heterosexual, burgués, patriarcal, nacionalista y creyente. Todo lo que no entra bajo esta descripción se mueve por los terrenos de lo que se conoce como “minorías”. La historia nos ha mostrado la incesante lucha de estos colectivos que, generación tras generación, han visto vulnerados sus derechos simplemente por poseer características (en su mayoría inmutables) que no encajan dentro de los ideales anteriormente mencionados.

Vivimos en tiempos de transición donde, si bien el prototipo de persona que siempre ha manejado el mundo, a día de hoy lo sigue haciendo, se ha avanzado sustancialmente en términos de tolerancia y equidad de derechos. Desde el siglo XX se está desmontando la creencia de valorar lo que no es ortodoxo como inferior o maligno. El racismo, la homofobia o el machismo siguen estando lejos de ser erradicados, pero el progreso no es en absoluto despreciable. No obstante, dentro de la lucha por promover la inclusión, un sector considerable de la población ha perdido el norte acerca de lo que significa la palabra “igualdad”, creando ahora un paradigma en el que se pretende compensar o corregir injusticias del pasado a través de medidas que lejos de buscar la equidad, revierten la balanza otorgando beneficios arbitrarios a comunidades otrora desfavorecidas dentro de un marco de lo políticamente correcto.

En reconocimiento al sufrimiento experimentado por las minorías bajo el yugo de la supremacía blanca, se está interviniendo activamente en garantizar a la fuerza oportunidades a mujeres, negros o transexuales cuyos antepasados no pudieron aprovechar. Estas políticas de discriminación positiva generan suspicia allá donde van porque siguen siendo en su esencia, discriminación. Ahora es tendencia imponer en las organizaciones cuotas de representación para todo tipo de colectivos, un porcentaje de las becas otorgadas van destinadas exclusivamente a un determinado sector poblacional, y ahora, los actores de doblaje solo pueden interpretar a personajes con los que compartan la misma raza1.

No pretendo con esto cuestionar los avances en inclusión o esconder errores del pasado, solo destacar la condescendencia generalizada hacia colectivos que ven ahora una gran ocasión para lograr la igualdad de oportunidades, pero se encuentran con una sociedad que insiste en seguir considerándolos diferentes y por ende, deben ser auxiliados para conseguir sus objetivos. Salta a la vista que este mundo no encuentra los puntos medios, sin darnos cuenta nos cruzamos de un extremo al otro y en este caso, se quiere compensar la discriminación con más discriminación. Por eso Hollywood ahora se interesa en cambiarle la raza o el género a sus personajes más icónicos o produce películas terriblemente sesgadas con un forzado girl power para fomentar la representación de todos los colectivos por igual… o más bien porque se han dado cuenta que existe una creciente demanda de corrección política por parte de un público que procura desmarcarse de estigmas retrógrados del pasado buscando una limpieza de consciencia general. Sin embargo estas estrategias solo logran rascar la superficie de problemáticas estructurales que están lejos de repararse a partir de acciones más bien inocuas.

Ahora bien, trasladando estas acciones de discriminación positiva hacia ámbitos igual o más trascendentes como el laboral, los efectos llegan a ser mas graves e incluso ofensivos para ambas partes. Imaginemos por un momento que un hospital abre convocatoria para contratar neurocirujanos, del total de plazas vacantes, es indispensable reservar el 25% de las mismas para la población afrodescendiente, ya sea por políticas gubernamentales o incluso por iniciativa propia. ¿Qué sucede? Por una parte, se infiere implícitamente que los individuos afrodescendendientes no podrían acceder a estos cargos de manera autónoma y por méritos propios, por ende necesitan de estos favoritismos otorgados seguramente por la clemente y compasiva hegemonía blanca.

Por otro lado, estas medidas resultan ser un atropello hacia principios como el mérito y la capacidad. ¿Se sentiría tranquilo el paciente que sabe que dicho neurocirujano consiguió su puesto por pertenecer a determinado grupo étnico? De esta manera se consigue una representación artificial de varios colectivos mediante procesos de selección parcializados desde su misma concepción. Se cree que por el hecho de cumplir con estas cuotas de representación, efectivamente se están apoyando valores como la integración y la inclusión pero en realidad este tratamiento preferencial deja tras de sí una severa corriente de recelo donde las injusticias no cesan sino que se redistribuyen.

La igualdad de oportunidades viene dada por la indiferencia respecto a rasgos raciales, sociales o biológicos, es un desgaste innecesario procurar una participación ecuánime de todas las comunidades habidas y por haber en todos los aspectos de la vida. Si bien es necesario adquirir conciencia histórica sobre los errores del pasado, las medidas para enmendar las canalladas del ayer resultan imprecisas. ¿Hasta qué punto se debe compensar en cada caso? ¿Quién lo calibra? La terquedad en la búsqueda por una impostada pluralidad refuerza la idea de que somos diferentes y debemos defendernos frente a los demás grupos que nos quieren oprimir. El anhelo de los integrantes que conforman las minorías radica en formar parte de este circuito de “igualdad” de oportunidades del que tanto se habla, más no pretenden ser la nueva raza o grupo dominante.

Cabe destacar que para hablar sobre igualdad de oportunidades es necesario primero reconocer aquellas comunidades cuya privación de derechos ha entorpecido su cualificación y desarrollo a la hora de acceder en equidad de condiciones al mercado laboral, a las dinámicas de consumismo y a la posibilidad de conformar un patrimonio. De esta manera, las reformas que tiendan hacia una postura de discriminación positiva deben implementarse en instancias iniciales donde efectivamente marquen una diferencia, esto es, inversión en educación y formación entre otras políticas de gasto público para que se garantice un nivel de bienestar y calidad de vida que permita al sujeto insertarse en la sociedad sin arrastrar déficits de conocimiento o capacidad.

Aristóteles entendía la justicia como “tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales”. En este orden de ideas, es preciso citar el artículo n° 2 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que dice que todas las personas somos iguales sea cual sea nuestro origen, etnia, color, sexo, idioma, religión, opinión política o cualquier otra condición. Por lo tanto, quizá todos esos afanados esfuerzos que te tomas para jactarte de ser una persona incluyente están provocando el efecto inverso al solo resaltar insulsas diferencias entre humanos mediante favoritismos, compasión disfrazada de condescendencia o insistencia en complacer a todo el mundo.

  • 1. Aún no se ha terminado de definir quién o qué debería doblar a los animales.


Sobre el autor

Santiago Díaz

Director del Área Editorial

Bogotano, 1994. Profesional en Negocios Internacionales. He vivido en Barcelona y San Petersburgo. Me apasiona la sociología, la historia, la economía, la cultura y el arte. Me gusta analizar lo que sucede a mi alrededor. Escribo cosas.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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