Sociedad

Reyes y reinas: payasos modernos

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Una de las escenas que más amo sobre las afamadas películas de Tim Burton es la introducción al Cadáver de la Novia. Con unos simples minutos y una canción en medio de una atmósfera lúgubre clásica de sus películas, Burton logra resumir un evento que marcaría la historia europea y del mundo por extensión: la derrota de la aristocracia ante la burguesía.

La premisa introductoria es clara: unos aristócratas en quiebra que se ven obligados a casar a su hija con el hijo de lo que llaman “sucios pescadores”, los cuales son los dueños de una gran franquicia de pescadería.

Esos “sucios pescadores” son por extensión mucho más ricos que ellos, con miles de trabajadores y una gran industria a su servicio. Su hijo, un simple plebeyo, es igual de letrado que la aristocrática hija. El esplendor de sus propiedades y su casa principal supera ya a la de la afamada familia noble, cuya sangre seguramente estuviera plagada del incesto de los familiares de la gran pared principal.

Lo único que dicha familia aristócrata tiene que ofrecer a los pescadores es un título nobiliario. Un papel que los acreditaría como nobles y le dará acceso a la alta sociedad. Sin embargo, con o sin título, eventualmente estos pescadores se sentarían con la reina, si no es que le cortarían la cabeza.

Porque la situación presentada en la película fue lo que vivió toda la aristocracia europea con la aparición de la burguesía. Nuevos ricos, comerciantes plebeyos que, gracias a una progresiva riqueza producto de nuevas dinámicas económicas, aspiraron a llegar a la cima.

Inaceptable para algunos nobles, bueno para otros. Algunos aristócratas aceptaron de buena gana dicha situación y se unieron a ellos, como sería la nobleza italiana con los nuevos banqueros. Otros, los más afanados por una pureza sanguínea dada por un dios en los cielos y una iglesia que acreditaba un derecho divino, prefirieron seguir marginándolos y continuar en el imaginario incestuoso de su sangre “pura”.

¿Cómo se iban a juntar con plebeyos? Sucios burgueses. Buscan parecerse a nosotros, dizque comprando nuestra ropa, ocupando nuestros espacios, aspirando a cargos de poder o a títulos nobiliarios. Pronto aprenderían que, en el nuevo mundo del capital, excluir al poder económico no es más que un camino para perder la cabeza.

Aparecieron algo llamado las revoluciones burguesas. Revueltas orquestadas por esa sucia plebe. La Revolución Gloriosa, que limitó el poder de los monarcas y sentó a los burgueses con los antiguos aristócratas. Las luchas independentistas americanas, adelantadas por los colonos adinerados, que terminaron sentados en el poder de las nuevas repúblicas. Y la más escandalosa de todas: la Revolución Francesa.

“¡Le cortaron la cabeza al rey! Seguimos nosotros” proclamó la espantada nobleza europea a lo largo del continente. Y sí. Las monarquías europeas en los siguientes siglos desaparecerían o serían reducidas a absurdos espectáculos de glamur. La sangre noble tuvo dos opciones: o casarse e inclinarse a los nuevos dueños del mundo, o pasar por la guillotina o el fusilamiento.

Es desde esta perspectiva un gran logro para los antiguos burgueses ver a un noble de maletero en una estación aérea, aristócratas ingleses casados con “hijos y nietos de vendedores de cerveza”, o reyes y reinas reducidos a adornos estatales, más propios de la farándula que del poder.

La aristocracia como clase social está muerta o es un chiste en sí misma. Un adorno que mostrar en eventos especiales organizados por los antiguos burgueses. Espectáculos vivientes de un mundo muerto. Simples payasos al servicio del poder del capital.



Sobre el autor

Santiago Ramírez Sáenz

Escritor

Politólogo en formación, con aspiraciones a futuro en antropología, filosofía y economía, entre las que se puedan aparecer en el camino. Gran apasionado de la ciencia y la tecnología, eje central de mi trabajo académico y mi proyecto de vida. Bachatero y salsero, aunque no lo parezca. Gran fanático del sueño interestelar y nerdo de nacimiento.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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