Sociedad

#YoMeQuedoEnCasa… echando parchís

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“No me fío de quien llora o ríe en demasía”

Cuando apenas comenzaba todo esto, afloró un sentimiento emocionante: por fin podríamos ocuparnos de todos aquellos hobbies olvidados, aplacados por la rutina. Ya no más el ser ingratos con lo que realmente nos apasionaba. No había excusa para ejercitarse, practicar jardinería, probar de una vez por todas aquellas recetas añoradas. Pero sobre todo era el momento ideal para enfrentarse a todos esos libros de la tortuosa lista mental de lo que había que leer. Sin dilaciones. Somos intelectuales, vamos a leer como intelectuales: A solas y en silencio. Llegaba la hora de sentarse, ajeno al mundo que se derrumbaba paulatinamente, y dejarse seducir por el encanto de la prosa de los grandes. De ahí el hashtag promovido, por supuesto, por las grandes librerías, del #YoMeQuedoEnCasaLeyendo.

Pero más que maximizar nuestro ingenio, estos tiempos raros produjeron lo que, en un principio, ni sospechábamos: Más que una sociedad que se está educando en casa, “aprovechando” el tiempo libre, lo que hay en el ambiente es ansiedad, tristeza, melancolía, un vívido deseo de ahora sí valorar las relaciones interpersonales a las que antes (ese antes que cada día se siente como más lejano) no se les daba el valor adecuado, el valor que merecían. Se lee más, quizás sí, pero la congoja no aminora con el paso de las páginas.

Y es normal sentirse así. Frente a nuestra verdadera esencia poco podemos hacer. Por eso Aristóteles llamaba al hombre un animal político, un animal social. Solo cuando estamos inmersos en un cuerpo social, con todas las interacciones que implica, nos diferenciamos realmente del resto de animales. El constante diálogo con el otro me constituye. La necesidad del reconocimiento de los demás es lo que permite ser un verdadero ciudadano, afirmaba Charles Taylor. Platón fundaba su utópica polis en una sencillísima cosa: la necesidad que experimenta una persona por las demás. Al no poder saciar todas nuestras necesidades solos (comida, alimento, vivienda), nos reunimos en un espacio determinado (después le ponemos fronteras y lo llamamos países) y empiezan las interacciones humanas, es así como nace una sociedad. Mientras se construye una sociedad, al mismo tiempo estamos construyendo al hombre en sí mismo.

El constante diálogo con el otro me constituye.

Por eso no es casual que hoy en día un juego como parchís se haya vuelto viral, y al nivel en que lo está. Es parqués. ¡Amigos, parqués! ¿En qué contexto jugábamos normalmente parqués? En una reunión familiar, rodeado de tías y los pequeños de la familia, o al reunirse con amigos en aquellas noches donde la embriaguez y la locura no parecían ser las protagonistas. En los planes, más bien, tranquilos. Parchís nos permite, de alguna forma, mantener vivo eso tan básico para el ser humano: el calor de los otros, sentirnos acompañados, en comunión. En esos pequeños actos tan triviales, sentarse alrededor de una mesa junto a unos pocos, es como se construyen las familias, las verdaderas amistades.

No quiero ser pesimista. No quiero pensar que los hobbies que hemos descubierto o desempolvado son solo una farsa, una forma desesperada para que no aflore esa necesidad vergonzante de los otros, así sea del extraño al que no miramos en Transmilenio, en la calle. Estos pasatiempos (el mismo parchís) es un medio de tener la cabeza ocupada, de no hundirse así no más sin oponer resistencia. Es un signo de esperanza: esta coyuntura se va a superar, ponemos de nuestra parte tratando de mantenernos mentalmente sanos.

Quizás, entonces, más que aumentar nuestra cultura general sea hora de no negar más la naturaleza del hombre, su condición eminentemente social. El momento idóneo para vernos al espejo y, con una sonrisa en la cara, concluir que no detestábamos tanto al mundo y a los hombres que lo (re)llenan, que no somos tan fríos y sin sentimientos, que no desconfiamos tanto del otro, que no es tan cierto eso de que podemos vivir sin el odioso prójimo, que una vida de anacoreta es factible, incluso deseable (firme creencia edificada después de haber leído a tantos “genios” tristones y misántropos). ¿Qué es en los otros donde surgen los dolores que nos constituyen? Sin duda alguna. Pero son también los otros, el mundo, la comunidad, donde hemos hallado las razones necesarias para considerar que la vida no es tan lúgubre como la veíamos. Al ponderar objetivamente siempre la humanidad me ofrece muchas más cosas positivas, valoremos eso.



Sobre el autor

Juan José Fajardo

Editor, Escritor

Politólogo, eufórico al decirlo. Estudio con amor y paciencia a Colombia, ese país que entró con angustia a la modernidad, a través de su arista más triste: la violencia. Le sigo entregando mis mejores horas a lo que mas amo, aunque no me deje plata; me va a matar el descaro. El camino que escogí no lleva a Roma, como dice E. H.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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