Política

¿De quién son los muertos?

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Vivir en Colombia es un reto, es un reto porque somos una sociedad especialmente violenta. Durante años, distintas generaciones han tenido que enfrentar la muerte en diferentes formas porque si ha habido una población que ha experimentado de cerca la transformación de la violencia, esa ha sido la colombiana.

Mientras la violencia se desataba en el campo, en las ciudades empezábamos a matarnos por equipos de fútbol o por ideas políticas como si las personas que se ha llevado el conflicto armado hasta el momento no fueran suficientes. En vez de ver las muertes en el campo como una señal de alerta de lo que podría pasar, decidimos normalizar la muerte y provocarla con una regularidad abrumadora.

Desde la formación de guerrillas hasta el paramilitarismo, pasando por la lucha partidista, los falsos positivos, los asesinatos de líderes sociales hasta las muertes por equipos de fútbol, la criminalidad y los feminicidios, hemos sido testigos e incluso hemos tenido que lidiar en carne propia el duelo de un ser querido, amigo o conocido que perdió la vida por alguna de esas causas. Si bien la pérdida de una vida golpea directamente a sus familiares y personas cercanas, las muertes que se dan por problemas que el Estado no ha podido solucionar nos ponen en alerta, porque aunque el asesinato del día haya sido de un desconocido, no hay ninguna garantía de que mañana el cuerpo que yace en el suelo no sea el nuestro.

Las muertes que se dan por problemas que el Estado no ha podido solucionar nos ponen en alerta, porque aunque el asesinato del día haya sido de un desconocido, no hay ninguna garantía de que mañana el cuerpo que yace en el suelo no sea el nuestro.

El vivir en este constante estado de alerta y en un entorno donde la violencia directa, estructural o cultural son pan de cada día, nos ha convertido en una sociedad que normaliza la muerte porque siempre la tenemos cerca. En vez de tratar de solucionar esas matanzas, decidimos interiorizar la violencia y volverla parte de nuestro diario, es por esto que tanto consciente como inconscientemente se forjaron generaciones sin miedo a la muerte, sin temor a apuntar con un arma o clavar un puñal, como si fuera lo más normal del mundo.

Se cree que esta interiorización de la violencia tiene múltiples orígenes, hay quienes consideran que ha llegado a ser un fenómeno secular, habitual y propio de la vida colombiana que bien puede ser por un evento que desató una ola imparable o porque la genética o la cultura nos llevan a ser feroces. Otros consideran a la pobreza como la causa o por lo menos como el entorno perfecto que desató la violencia y la criminalidad, también se habla de la “no presencia del Estado” reflejada en la carencia de aparatos públicos, en la falta de acceso a servicios e infraestructura y las claras diferencias que hay entre las ciudades capitales y el resto del país. Por último, está la perspectiva que asocia la violencia a una mezcla de asuntos históricos, económicos, culturales y sociológicos que provocan múltiples formas de injusticia social y económica que terminaron provocando que la violencia y la criminalidad sean casi sinónimas.

Si analizamos cada una de las posibilidades anteriores, podemos darnos cuenta que la violencia en Colombia es una realidad extremadamente compleja y por consiguiente no atribuible a una causa exclusiva sino el resultado de la suma de múltiples factores y causas estructurales. No obstante, es preocupante que ya nos acostumbramos a asociar las muertes con números, perdimos esa capacidad de asociarlos con seres humanos y aún peor, ya hay muertes que no nos mueven las fibras, al contrario nos provocan felicidad.

Esto sucede por la tremenda carga ideológica que le damos a cada una de las muertes que nos lleva a interiorizar y legitimar comportamientos a pesar de que estos causen dolor y sufrimiento. Es difícil que todas las tragedias nos despierten la misma sensibilidad porque llevamos tantos años viendo muertes que en un punto dejan de doler con la misma intensidad, pero ahora calificamos los asesinatos según las “buenas o las malas víctimas” justificando la violencia que menos mala nos parece.

Es difícil que todas las tragedias nos despierten la misma sensibilidad porque llevamos tantos años viendo muertes que en un punto dejan de doler con la misma intensidad...

Consumimos a diario una retórica que invita a usar los medios violentos que sean necesarios para acabar con algo o alguien, volvimos a las épocas donde nos erradicaban por pensar diferente. Motivados por una rabia interior, frustraciones ante expectativas que no se realizan y experiencias negativas, hemos incorporado la violencia y la muerte a nuestro pensamiento, a nuestra forma de actuar y lo que es aún peor, hemos transmitido esas actitudes perpetuando la cultura de la violencia olvidando totalmente que los asesinatos no dependen del autor del crimen.
Pese a que en Colombia es urgente incorporar medidas de protección en todo el territorio para evitar sumar más muertes a la triste historia de este país, no es necesario, sino obligatorio cambiar la retórica en torno al tema. Los muertos no son de X ni de Y, son de todos porque cada vez que se normaliza un asesinato no solo se pierde a un ser humano, sino que inconscientemente se perpetúan sentimientos de dureza, dominio, represión y competitividad con los otros sin realmente causar un efecto positivo en las víctimas que aún tenemos con nosotros o a las familias de quienes ya no están.

Tenemos que formar personas dispuestas a abordar de manera responsable los cambios estructurales que se necesitan, promoviendo la cooperación y la responsabilidad social para hacer de la voluntad de reconciliación lo normal, en donde haya la posibilidad y el espacio para validar la verdad, el perdón y el arrepentimiento.

La guerra y la violencia organizada son fenómenos culturales que se aprenden y se desaprenden, por esto es importante tener memoria, para dejar de glorificar algo que no trae más que tragedias. No es dejar de hablar de los conflictos, ocultar las situaciones que nos llevaron a ellos ni olvidar a quienes perdieron su vida en el proceso sino educar sobre estas para llegar a interpretarlas correctamente y "que nunca más en Colombia una idea valga más que una vida".



Sobre la autora

Laura Sofía Cabrera Jaimes

Directora del Área de Escritores

"Tal vez no pueda cambiar el mundo, pero sí el pedacito que me toca"
Pronto internacionalista, mientras tanto disfruto dar mi opinión, aprender de distintos temas y poder analizarlos en el proceso. Recién entrada a los 20. Rola. Amante del fútbol, los perritos, la fotografía y de cantar desafinado.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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