Política

El letargo de la imaginación

Tiempo estimado de lectura: 9 min
2021-04-27 por Andrea Forero

“La propia contemplación ha devenido sin sentido” presagió la filósofa Hannah Arendt. La mirada que se detiene, examina e imagina se ha convertido, hoy en día, en un nostálgico recuerdo de tiempos donde la reflexión cuidadosa era la condición sine qua non de la existencia humana. El lamento de nuestro siglo, sin embargo, es más trágico de lo que suponemos: no solo asistimos al adormecimiento del pensamiento, sino lo que es más grave aún, a su propia precondición; aquello que le precede al pensar, la imaginación. Pensar en la posibilidad de concebir realidades sociales alternas requiere de la fabricación de preconcepciones, de una exploración que inaugure una nueva oportunidad histórica. A la acción, entonces, le antecede el juicio y la reflexión, y a ello, la posibilidad de imaginar, de manera que, la pregunta por la pérdida de la acción política es, en esencia, la pregunta por la incapacidad de imaginar.

La parálisis de la acción política en la contemporaneidad es entendida, a menudo, a partir de explicaciones de corte estructural: atendemos a las explicaciones macro políticas que nos recuerdan la crisis de las ideologías progresistas y la retaguardia de la izquierda consumida por la liberalización de sus reformas. El “fin de la historia”, como lo llamaba Fukuyama, nos deja siempre con explicaciones estructurales en torno al fracaso de las alternativas políticas. Se considera, por ende, que no hay fuerza capaz de controvertir el gigante del capital, que la primacía indiscutible del modelo neoliberal cierra definitivamente -y casi autoritariamente- la puerta a cualquier proyecto alternativo que pretenda hacerle frente.

Regresamos a la esperanza marxista en una sociedad que no se divide solamente en burguesía y proletariado...

Seríamos ingenuos, por supuesto, si negáramos la fuerza con la que se ha enquistado la mercantilización de la vida cotidiana y el espectáculo publicitario del que todos somos plácidos espectadores. No debemos ir muy lejos para ser conscientes del fetichismo por la mercancía del que somos presos: la abrumadora cantidad de publicidad de productos de consumo y nuestra necesidad -casi urgencia- de poseerlos, es el síntoma más palpable del poder el capital. Sin embargo, considerar únicamente estas explicaciones que atañen a la estructura del capitalismo, no responden a la pregunta por la imposibilidad de pensar nuevos proyectos políticos. ¿Por qué se nos presentan incansablemente propuestas marxistas, socialistas o socialdemócratas como las únicas formas posibles de transformar la sociedad? ¿A qué responde la estrategia de revivir forzosamente doctrinas incluso en vista de su evidente agotamiento? Estas preguntas no podemos responderlas, evidentemente, apelando únicamente al éxito del capitalismo. Podemos responder, sí, por qué no triunfaron en su momento, pero no podemos comprender el intento ya caduco de forzar estas mismas alternativas como válidas en la actualidad política.

Es aquí donde aparece un problema mayor que rebasa la estructura del capitalismo: la parálisis del ingenio que piensa nuevos mundos posibles. Parece que la política progresista es presa de una suerte de eterno retorno caracterizado por el regreso constante a modelos de pensamiento que pretenden ser tan inmortales y vivaces como lo fueron en su tiempo, pero con una particularidad -no insignificante-: la inexistencia del momento y condiciones históricas que las vieron nacer. En otras palabras, regresamos a la esperanza marxista en una sociedad que no se divide solamente en burguesía y proletariado; aspiramos por la revolución social en un momento donde la política de clases ha dejado de ser el centro del debate público; consideramos como solución la focalización de las luchas tradicionales en un momento que ha incluido en su espectro problemas de identidad, reconocimiento, género y ecología, por nombrar algunos. En últimas, queremos paralizar el presente para que continúe correspondiendo con el pasado y, frente a ello, la transformación se queda naturalmente insuficiente: “El problema con la sabiduría del pasado es que, por así decirlo, se desvanece en nuestras manos tan pronto como tratamos de aplicarla honestamente a las experiencias políticas centrales de nuestro tiempo.” (Arendt, 1995, p. 31)

Se hace innecesario indagar por la verdad política de nuestro tiempo, comprenderla, juzgarla o incluso imaginar nuevos cursos de acción allí donde se encuentra racionalmente resuelta...

Este retorno continuo al pasado nos refleja una forma particular de acercarse al hecho social, nos revela que el sujeto político no puede entender su mundo contemporáneo y que no le es posible aceptar que, de momento, no tiene un proyecto político alternativo al capitalismo que pueda hacerle frente a todos los problemas sociales que nombramos brevemente, en últimas, nos revela la precaución que siente hacia encontrarse dentro de y aceptar la incertidumbre social. Tendríamos que agradecerle esta tragedia a la herencia del pensamiento científico y su ansia de poseer la certeza -tanto natural como social-. Es el peso que carga el sujeto político de «reconducir lo desconocido a lo conocido» en términos de Nietzsche, donde se opta por conducir la incertidumbre de no poseer un proyecto contemporáneo lo suficientemente consolidado como para solucionar problemas políticos actuales a una sola respuesta: la tradición marxista. Vemos anulados los espacios de incertidumbre y en su lugar, reemplazamos rápidamente la duda hacia la certeza del conocimiento.

La certidumbre social, que pasa por ser concebida como una tecnificada e insolente búsqueda de estabilidad individual, anula el juicio y lo reemplaza por verdades prefabricadas y compuestas por formulaciones estáticamente estructuradas. Se hace innecesario indagar por la verdad política de nuestro tiempo, comprenderla, juzgarla o incluso imaginar nuevos cursos de acción allí donde se encuentra racionalmente resuelta. La necesidad de pensar nuestros problemas actuales queda desprovista de sentido, igual que la imaginación que logra escabullirse de criterios utilitaristas; nos quedan simplemente conjeturas y preguntas por el mundo que se resuelven forzada y frenéticamente sin vacilación alguna. Para cada pregunta existe una respuesta que no le corresponde, una que proviene del pasado y que pretende camuflarse como ideal para el tiempo actual.

Aniquilar el propio discernimiento es un parangón de la muerte del ingenio y la comprensión misma de la situación existencial. He aquí la paradoja del razonamiento cartesiano: en una búsqueda radical por la verdad, se han desmembrado funestamente, una por una, las facultades del espíritu humano que proveen una orientación en el mundo, que lo dotan de su propia verdad, de su sentido. “Nuestra búsqueda de sentido es al mismo tiempo estimulada y frustrada por nuestra incapacidad para generar sentido” dirá Arendt al respecto (p. 36). En efecto, nuestra repulsión por la incertidumbre no permite la posibilidad de juzgar el mundo político con arreglo a su propia particularidad, y, por tanto, establece barreras a la contemplación de soluciones óptimas para nuestra historia particular. La incoherencia histórico-temporal es el sello distintivo de nuestro tiempo.

A este destierro definitivo de cualquier intento de valoración y su sucesivo reemplazo por premisas lógicas, se le suma la hipnosis del espectáculo de la vida moderna, la estimulación suprema de la información interminable y el frenesí de la observación. Tenemos entonces, que no solo admitimos la inutilidad de contemplar -gracias a la lógica científica- sino que además de ello, su urgencia se nos es ocultada por medio de innumerables instrumentos de adoctrinamiento: la búsqueda de sentido y el apetito por comprender han devenido sin sentido. Naturalmente, no podríamos esperar que la acción política tome otro curso que el del enquistamiento en el pasado, de la imposibilidad de engendrar un nuevo inicio y remover los polvorientos anaqueles de la imaginación hasta convertirla en una voz delirante en el espacio arendtiano entre-hombres.

La incoherencia histórico-temporal es el sello distintivo de nuestro tiempo.

Necesitamos, más que nunca, una brújula que logre orientar al hombre en su devenir histórico, una que, aunque provea dirección, no despliegue automáticamente el camino que debe ser recorrido como en un sistema programado previamente. La incertidumbre, en un momento marcado por la ausencia de duda, se convierte en el valor revolucionario por excelencia; aquel del que puede emerger la búsqueda de certidumbre social, no ya desde la tecnificación del hombre y su entorno, sino de la verdadera comprensión de su realidad inmediata, que interrumpa, de una vez por todas, la referenciación eterna al pasado ideal que permanece cautivo en un tiempo que no le corresponde. Entender el presente es la tarea más apremiante del hombre contemporáneo, comprenderlo, examinarlo con distanciamiento y, una vez penetrado, “sacar a relucir toda la fuerza de su significado” (Arendt, 1995, p. 42). Imaginar un nuevo mundo posible requiere, primero, de la olvidada tarea de pensar el presente, de interrumpir la linealidad histórica que continúa proyectando rezagos del pasado y eclosionar por fin, nuestra propia particularidad histórica.



Sobre la autora

Andrea Forero

Escritora

Politóloga en formación. He encontrado mi motivación entre los pensadores latinoamericanos, feministas y decoloniales. Siento como responsabilidad pensar desde y para mi continente. La escritura, por lo tanto, se ha convertido en una lucha constante y ardua que me ha encaminado hacia la liberación del pensamiento oprimido.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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