Política

La corrupción naturalizada

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El pasado 4 de septiembre se inauguró una de las megaobras más poderosas del país: El túnel de la línea, un túnel de más de 8 kilómetros que atraviesa la cordillera central de los Andes colombianos, facilitando el desplazamiento entre los departamentos de Quindío y Tolima. Siendo una necesidad que empezó a plantearse desde hace más de 100 años, el túnel empieza sus primeros trazos desde la Ley 129 de 1913, ordenando su construcción 9 años después. Con el tiempo el proyecto del túnel se fue ampliando en su alcance, a medida que el país también cambiaba en sus necesidades, a la vez que tuvo bastantes tropiezos y se dio prioridad a la vía vehicular, razón por la cual estuvo varios años en pausa. Finalmente, en 1985 parece volver a renacer este gran proyecto cuando se inician los primeros estudios de factibilidad. Más de 10 años tuvieron que pasar para que se hicieran los diseños de ingeniería, todo esto aconteciendo en una época muy difícil para Colombia, como lo fueron los últimos 20 años del siglo pasado.

Finalmente, en 2008, después de años y años de diseños replanteados, obras canceladas, estudios, construcción de túnel piloto y muchísimos inconvenientes y duros momentos históricos, se contrató al consorcio Segundo Centenario por un valor cercano a los 630 mil millones de pesos, un costo cercano al 53% del presupuesto inicial asignado (1,2 billones de pesos). Aquí comienza uno de los dolores de cabeza más grandes para la ingeniería y el bolsillo de los colombianos: para una de las obras más importantes de la historia colombiana, se contrata a una firma con poca experiencia en un campo de gran complejidad como lo es la ingeniería de túneles, bajo un estilo de contrato poco recurrido y poco recomendado por los expertos, con un presupuesto considerablemente bajo, que ignora riesgos importantes y se confía en un país con una geología joven y tremendamente compleja. El resultado es evidente: después del plazo establecido de 46 meses, las obras estaban inconclusas. Los descuidos, la inexperiencia y las malas prácticas convirtieron a una de las obras de mayor complejidad e importancia histórica, en un monumento a la corrupción, con sobrecostos cercanos al 500% y una demora de casi 5 años más para entregarse.

Se contrató al consorcio Segundo Centenario por un valor cercano a los 630 mil millones de pesos, un costo cercano al 53% del presupuesto inicial...

El facilismo, la improvisación y la falta de planeación añadieron al túnel de la línea a la larga lista de obras que han presentado inconvenientes completamente innecesarios, y nos hace replantearnos la forma como estamos llevando a cabo la contratación y ejecución de proyectos que deberían beneficiar y mejorar la calidad de vida de las personas. Obras como Hidroituango, el puente Chirajara, la Vía al llano o el puente Hisgaura han hecho que las personas desconfíen de la capacidad de las instituciones y los funcionarios públicos de construir país. Colombia se une a la lista de países en los que los políticos muy frecuentemente generan un enriquecimiento personal ilegal, abusando del poder atribuido, lo cual es básicamente la definición de corrupción.

Colombia es un estado que ha vivido una historia difícil, entre periodos de violencia, guerrillas, narcotráfico, paramilitarismo y entre todo, una clase política corrupta por naturaleza. Sin embargo, esta corrupción pareciera cada vez ser más evidente no solamente en el sector público, sino que se refleja también en la cotidianidad de la ciudadanía. Se ve fácilmente reflejado en casos como el administrador que se roba la plata del conjunto, el estudiante que plagia su tesis, o incluso aquel que paga a otro para hacer el trabajo que al final presentará como suyo. La denominada microcorrupción termina siendo el cáncer que genera la corrupción estatal, ya que pareciera que, a las personas, a pesar de quejarse del funcionario que pide el 15% de un contrato o el congresista que no asiste a trabajar, no les importa mucho el sobornar a un policía para no pagar la multa al pasarse un semáforo en rojo.

La denominada microcorrupción termina siendo el cáncer que genera la corrupción estatal...

Colombia pareciera convertirse en una sociedad de moral selectiva, a la que le importa más el señalar que cuestionar si inconscientemente (o conscientemente) convierte la deshonestidad en uno de sus pilares de subsistencia. De alguna manera, la corrupción en este país se señala al mismo tiempo que se naturaliza, y mientras esto se siga haciendo será muy difícil que situaciones como la acontecida en el túnel de la línea dejen de suceder. Como dicen por ahí, no siempre el camino más sencillo es el más indicado.



Sobre el autor

Alejandro Sánchez

Editor, Escritor

Alejo, o Flaco, para los amigos. Ingeniero civil, miembro de la Sociedad Colombiana de Ingenieros y voluntario 4 años en AIESEC. Cuento con cursos en historia, ciencia, filosofía y religión. Amante de la vida, escritor apasionado. “Todo hombre es bueno a los ojos del Gran Espíritu” –Toro Sentado.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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