Política

La siesta de la democracia

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2020-12-01 por Hans Cornehl

Cada tanto se publica una noticia con un titular acompañado de una fotografía escandalosa que despierta la indignación del país en contra del honorable Congreso: ¡Se durmió un congresista en pleno debate! La figura del senador, reposando en su silla con los ojos cerrados mientras se debate la próxima ley, suscita otra confrontación que parece más importante que la misma ley que se estaba debatiendo: “¿siesta o meditación?” – se preguntó Semana sobre la foto que estaba circulando del conservador Roberto Gerlein. Parece ser una pregunta banal, pero considero que la distinción es más urgente que nunca y nos concierne a todos ya que nos encontramos atrapados en esta fatal ilusión política de nuestros tiempos. Naturalmente, debemos cambiar el sujeto de esta pregunta y cuestionarnos entonces: ¿La democracia está durmiendo o está meditando?

La imagen de los congresistas durmiendo en la plenaria nos dice más sobre la democracia que de ellos mismos. Los escenarios de la política representativa se están mostrando cada vez más desajustados de la realidad hiperacelerada del capitalismo contemporáneo. En efecto, la democracia es un sistema lento y deliberativo sujeto a un diseño que está construido sobre el diálogo social que busca el consenso en problemas políticos, mientras que el capitalismo es un sistema económico que busca la acumulación del capital a partir de una gran producción acelerada de mercancías. Es decir, que mientras la política presupone un proceso de diálogo comunitario extenso, la economía es una fuerza productiva que se impone velozmente y sin frenos sobre la sociedad. Son dos sistemas que han convivido problematicamente desde las revoluciones liberales, pero que últimamente se encuentran aún más distanciados; una separación que resultaría mortal para la democracia.

El sociólogo alemán, Hartmut Rosa, en el libro Aceleración social, explora la creciente aceleración de las sociedades pos-industrializadas y sus consecuencias, concluyendo que nuestra organización sociopolítica se está desincronizando a niveles nunca vistos. Es decir, que la creciente aceleración de la vida moderna, producto de la aceleración tecnológica, social y cotidiana, está favoreciendo unas instituciones sobre otras, creando un desajuste estructural del sistema. Por tal razón vemos que mientras la organización productiva económica se está acelerando a pasos agigantados, al sistema democrático le cuesta seguir sus pasos, mostrándose incapaz de deliberar los nuevos acontecimientos coyunturales.

Esta situación hiperacelerada está instaurando un nuevo régimen político que es propio de la modernidad, un sistema que estudió con detenimiento el arquitecto francés Paul Virilio a través de lo que denominó como la “dromología” (ciencia de la velocidad). Más que un sistema se puede denominar una lógica moderna que está desplazando el diseño democrático de nuestras sociedades contemporáneas. La modernidad, en efecto, inaugura un nuevo estilo de vida que se basa en maximizar el tiempo y se ha representado con la famosa frase cotidiana: “el tiempo es oro”. Es una lógica que fue desarrollada por el funcionamiento del capitalismo financiero, en donde el efectivo empleo del tiempo es fundamental para la acumulación del capital.

La contemplación sosegada del pensar filosófico se consideraba más privilegiada que la vida activa basada en la labor, el trabajo y la acción...

Contrario a esta lógica temporal, la democracia se construyó en un contexto en donde la “vita contemplativa” (vida contemplativa), en términos de Arendt, se consideraba como un principio superior a la “vita activa” (vida activa), significando que la contemplación sosegada del pensar filosófico se consideraba más privilegiada que la vida activa basada en la labor, el trabajo y la acción al interior de la polis griega. Esto, en últimas nos dice que la democracia es un sistema político que se basa en un proceso extenso de diálogo colectivo que busca la comprensión consensuada de los problemas fundamentales de la sociedad, es decir, una política contemplativa.

Nos encontramos, por lo tanto, en una situación en donde el capitalismo y la democracia se están enfrentando. La democracia no puede mantener los ritmos acelerados de la vida actual debido a que su lógica se plantea desde la deliberación lenta, mientras que el capitalismo -funcionando bajo la lógica de la vita activa- busca principalmente la aceleración de la sociedad a través de un régimen productivo riguroso, siendo ambos sistemas, en esencia, cada vez más incompatibles. Las crecientes problemáticas críticas, por consiguiente, requieren de menor tiempo de respuesta, cuestión en que la democracia se ha mostrado estructuralmente insuficiente. Razón por la cual en Colombia se ha instaurado un gobierno de los jueces, cuyos órganos, especialmente la Corte Constitucional, son los que están tomando las decisiones críticas del país.

Debemos recordar uno de los temas más importantes del país desde la creación de la Constitución del 91: los acuerdos de La Habana. Después del fracaso del gobierno de Juan Manuel Santos en el plebiscito, se intentó pasar por el Congreso estos acuerdos firmados con las Farc a través de un nuevo sistema denominado “Fast Track”, un sistema que permitía pasar reformas constitucionales en un menor tiempo legislativo, pasando de ocho debates a tan solo tres. No obstante, y un tanto paradójico, el sistema fracasó por su lentitud, dejando la mayoría de la implementación de los acuerdos incompletos. Fue un intento de acelerar la democracia, uno que, sin embargo, mostró las limitaciones de ella.

No nos debe resultar sorprendente, por consiguiente, que para nuestra sociedad son escandalosas las noticias en que salen los congresistas cerrando los ojos mientras están debatiendo. Se establece la ilusión fatal entre dormir o contemplar, acciones que en últimas profundizan la angustia entre los constituyentes que sienten que los problemas no son solucionados lo suficientemente rápido. Ciertamente, es difícil creer que los senadores están contemplando y no durmiendo, pero lo trágico viene en la indiferencia de esa distinción que yo considero fundamental. En ambos casos, la percepción es la misma: “el Congreso no hace nada”. Lamentablemente, la frase debería ser otra: “la democracia no hace nada”.

No obstante, ante tal situación sería natural creer que es hora de reemplazar la democracia, pero considero que la conclusión debe ser otra: debemos celebrar la “vita contemplativa” . Resultaría imposible transformar la naturaleza deliberativa de la democracia y de alguna manera convertirlo en un sistema “activo” como el capitalismo, ya que son dos sistemas con lógicas totalmente distintas e incompatibles. Por lo tanto, debemos evitar la apropiación del sistema político y, por el contrario, profundizar una democracia participativa que busque la consolidación de un modelo más dialógico y deliberativo como contraposición efectiva a la aceleración esquizofrénica del régimen económico contemporáneo. La figura de la democracia dormida es una que debemos proteger.



Sobre el autor

Hans Cornehl

Escritor

Un ser-ahí obsesionado por lo cotidiano. Me encuentro entre las cosas ocultas que intento develar por medio de la reflexión filosófica, geográfica y política. Soy estudiante de Ciencia Política, vegetariano y amante de los gatos.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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