Sociedad

El que no intenta ya perdió

Tiempo estimado de lectura: 3 min

Este escrito surge de una conversación alrededor de una mesa. Una comida charladita, expresando opiniones y mirando puntos de vista. Estábamos hablando sobre esas personas que algunos llaman revolucionarios: “es que a ustedes los jóvenes les están metiendo ahora esas ideas peligrosas en la cabeza, que la ideología de género, que eso de andar protestando. Mire, al primero que se levanta a decir que el mundo está mal, ese es al primero que se bajan. Lastimosamente las cosas así son en este país. A uno le toca dar la tajada al político porque si no, no come. Menos mal que usted ahorita no tiene bocas que alimentar, el día en que las tenga se acordará de lo que le estoy diciendo. ¿Qué gana con denunciar? ¿De qué le va a servir? No va a pasar nada, en este país la corrupción es la que gobierna”. Aquí me detuve un momento. Aunque no lo dije, lo primero que se me vino a la cabeza en ese momento fue todo el tema de los líderes sociales que parecieran estar asesinando casi a diario ¿Seré también yo un número más, una cifra que se llega a olvidar con el tiempo?

Es triste reconocer que gran parte de esas palabras son ciertas: Aquí al que no le parece, lo callan a bala. Las instituciones son corruptas, uno no sabe si temerle más al policía o al ladrón, el de cuello blanco mata más que el que atraca a media noche. Se demora una persona eternidades en denunciar, y si logra hacerlo igual al ladrón lo van a soltar en un par de días por vencimiento de términos. Las noticias día tras día parecieran mostrar y reforzar tanto este triste panorama, que a veces uno pareciera perder la fe en que llegue alguna vez el momento en que las cosas cambien para bien. ¿Y si mejor me ahorro una platica y me voy a lavar platos a Estados Unidos? De seguro me va mejor que haciendo acá una maestría.

Las noticias día tras día parecieran mostrar y reforzar tanto este triste panorama, que a veces uno pareciera perder la fe en que llegue alguna vez el momento en que las cosas cambien para bien.

No tengo idea de por qué, pero siempre hay una voz o un algo que me dice: deja de quejarte, haz las cosas. Tal vez jamás antes había llegado a dimensionar: ¿Y si por querer hacerlas tengo que pagar con mi vida, como muchos otros lo han hecho? Tengo 24 años y me dicen los mayores que aún me queda toda una vida por delante. Ojalá así sea, me gustaría. Y me gustaría también seguir creyendo por el resto de mi vida que vale la pena dejar un granito de arena para que mi país sea un mejor lugar para aquellos que hacen parte de él. ¿De verdad se merecen vivir entre noticias de violencia, masacres y corrupción? Tal vez si llego a hacer algo, no sea lo más reconocido en la historia de la humanidad. Tal vez no gane un Nobel, incluso tal vez pocos me recuerden. O tal vez no sea así. Tal vez soy mucho más de lo que hasta ahora he creído ser, tal vez soy capaz de mucho más de lo que puedo imaginarme. Si lo pienso, he llegado a hacer cosas de las que no me hubiera creído capaz hace dos semanas, cinco meses o siete años. Tal vez incluso tú, lector, te identifiques con algunas cosas que he dicho acá.

Soy un colombiano común y corriente. He tenido suerte y he tenido que pasar por situaciones que no le desearía a nadie. No nací rodeado de dinero, pero tengo una familia y siempre un plato de comida en la mesa. Agradezco por eso, porque sé que así mismo hay mucha gente que aguanta hambre a la misma hora a la que yo puedo decir que estoy satisfecho. Y esto me hace volver al mismo punto de partida: deja de quejarte, haz las cosas. Muchas veces quisiera hacer tanto por aquello que veo que está mal en el mundo… desde el niño que aguanta hambre en la calle y el venezolano que vende dulces en el Transmilenio, hasta los incendios en el Amazonas, un presidente racista en los Estados Unidos o los refugiados de Medio Oriente. Y me frustra a veces no poder ayudar a una persona que está sufriendo al otro lado del mundo.

¿Qué me impide entonces luchar por lo que sueño? La vida nos golpea, nos pone de rodillas, nos deja moretones, pero nadie que haya llegado a la cima lo ha hecho por rendirse.

A veces desearía poder hacer tantas cosas, pero luego me doy cuenta que no puedo hacerlo todo. No todo está en mis manos. Al final me doy cuenta que, aunque no pueda cambiar literalmente el mundo, sí puedo ayudar a que el mundo de otras personas sea mejor. Me doy cuenta que puedo darle la mano al que se cae, que si mi amigo montó un negocio puedo ayudar comprándole o compartiendo sus productos, y si me dejo de andar entre excusas, puedo ayudar a que cambie eso de lo que tanto me quejo. Que sí hay un cómo. Lo que yo haga o deje de hacer no sólo me afecta a mí, también afecta el presente y futuro de aquellos que me rodean. Si hubiera más personas que se atrevieran a hacer las cosas dejando de lado el miedo a fallar, tal vez, nuestra sociedad podría ser, al menos, un poquito mejor. Miro algo de historia y me doy cuenta que hubo personas que empezaron como yo, que la tuvieron muy difícil y llegaron lejos. ¿Qué me impide entonces luchar por lo que sueño? La vida nos golpea, nos pone de rodillas, nos deja moretones, pero nadie que haya llegado a la cima lo ha hecho por rendirse. Como me dijo alguien hace poco: la única causa perdida es la que se abandona. El que no intenta ya perdió.



Sobre el autor

Alejandro Sánchez

Editor, Escritor

Alejo, o Flaco, para los amigos. Ingeniero civil, miembro de la Sociedad Colombiana de Ingenieros y voluntario 4 años en AIESEC. Cuento con cursos en historia, ciencia, filosofía y religión. Amante de la vida, escritor apasionado. “Todo hombre es bueno a los ojos del Gran Espíritu” –Toro Sentado.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



Cargando comentarios...
Scroll to Top