Sociedad

Los sonidos del posthumanismo

Tiempo estimado de lectura: 9 min
2021-03-25 por Hans Cornehl

Los cuerpos se están desintegrando; la desaparición del vestigio físico del humano de la escena pública atestigua el comienzo de lo que muchos ya han estado previendo: el posthumanismo. La era que va más allá del cuerpo, su total erradicación, inmerso en un mundo digitalizado superando la necesidad de las prótesis, las extensiones tecnológicas que realzan las cualidades corporales, por lo que el cuerpo alcanzó su potencial orgánico máximo, quedando solo su extrapolación completa a la máquina, la materialización de un mundo cartesiano: la contundente separación de la conciencia del cuerpo. Sin embargo, el posthumanismo lidia también con el desplazamiento del hombre de la historia, la pérdida de agencia sobre el destino del mundo. Un recorrido por la música nos revela su manifestación y sus consecuencias.

El deseo de la desaparición es latente en el capitalismo tardío, lo podemos notar en la estética que predomina en la música contemporánea: desde los inicios de la electrónica en la banda alemana Kraftwerk hasta la melancolía ensoñadora de Radiohead. Kraftwerk fueron pioneros en la instauración de los sintetizadores en la música pop, iniciando la artificialidad en la escena musical. Sus álbumes combinan mensajes que se sitúan entre la utopía y la distopía, avecinando la instauración de una nueva relación social que atraviesa diferentes dispositivos electrónicos. La música del grupo de cierta manera refleja este nuevo contexto tecnológico por medio de una estética que propende por el minimalismo y la repetición, despojándose de cualquier rastro de organicidad en su melodía. Esto lo podemos notar en su aclamado álbum Autobahn que celebra la velocidad y las autopistas con tonos optimistas y sonidos electrónicos simulando el paso de un automóvil a gran velocidad, repitiendo a su vez la palabra autobahn continuamente en la primera canción del álbum.

En este primer álbum, sin embargo, aún se pueden rastrear los vestigios de lo humano. De cierta manera, el automóvil es una prótesis que extiende las capacidades corporales, aguardando en él todavía el cuerpo visible que controla el dispositivo. El disco refleja precisamente esto; Kraftwerk combina el dinamismo y la naturalidad del humano con la monotonía de la máquina, una tensión que se evidencia claramente en el choque de las voces naturales con las robóticas entrando a su vez en contacto con los sintetizadores. Es lo que Foucault denominó cómo la articulación del cuerpo y el objeto -cuerpo-máquina-, en donde “El poder viene a deslizarse sobre toda superficie de contacto entre el cuerpo y el objeto que manipula, lo amarra entre sí”. Foucault y el primer álbum de Kraftwerk hacen parte de una época de transición en el que aún se deslumbra la dialéctica entre el cuerpo y la tecnología; las tensiones eran visibles y las líneas que los separaban se podían discernir. Con la entrada de los ordenadores y los procesadores, no obstante, se abre toda una dimensión tecnológica no antes vista, destruyendo las fronteras entre lo real y lo virtual. En Computer World, Kraftwerk explora las implicaciones de esta nueva realidad y naturalmente eliminan de las canciones el rastro de lo orgánico en todo el disco.

Kraftwerk combina el dinamismo y la naturalidad del humano con la monotonía de la máquina...

El proyecto musical de Kraftwerk generalmente muestra una curiosidad frente a los nuevos avances tecnológicos, jugando con las posibilidades que puede suscitar su introducción a la vida cotidiana: una obsesión por el futurismo y sus modelos sociales emergentes. La influencia sonora de la banda alemana todavía se puede escuchar, pero sin su carácter transgresor. En efecto, esta estética se ha incorporado en la escena musical casi universalmente eliminando, no obstante, las connotaciones alienígenas que se representaban en su época, una donde logró romper con el tradicional sonido del momento. Hoy en día la estética de Kraftwerk no se utiliza para transgredir con el presente y deparar el futuro, sino todo lo contrario: mirar con nostalgia el pasado y añorar una época en la que todavía se veía con cierta ingenuidad la tecnología. Al respecto Mark Fisher dice: “¿Dónde está el equivalente de Kraftwerk del siglo XXI? Si la música de Kraftwerk surgió de una intolerancia casual a lo ya establecido, entonces el momento presente está marcado por su extraordinaria acomodación hacia el pasado.”

Lo que Fisher nota es que el aura alrededor de la tecnología, su potencial emancipador como lo creía Marcuse y la Escuela de Frankfurt en general, se ha disipado, dando paso a una época que lo percibe en un tono más pesimista. Efectivamente, en la escena musical pos-Kraftwerk se empieza a cimentar un sentimiento de melancolía en el que se hace un duelo abstracto, un malestar generalizado inexplicable que adorna los paisajes contemporáneos. Como resultado, la escena punk con un sentimiento de rabia juvenil que se enfrentaba a la lógica del neoliberalismo emergente de los ochentas se empezó a disipar y su mensaje crítico se convirtió en un discurso superfluo debido a que el capitalismo, después de la caída de la Unión Soviética, se consolidó con mayor fuerza en todo el mundo, iniciando lo que Fisher denominó “capitalismo realismo”, la hegemonía absoluta del mercado. Esto coincidió con la emergencia de la informática abriendo paso hacia la nueva era digital que terminaría en desplazar el humano, abstrayéndose totalmente del mundo y del otro.

Se empieza a cimentar un sentimiento de melancolía en el que se hace un duelo abstracto, un malestar generalizado inexplicable...

De aquella coyuntura nació el post-punk, una nueva ola de sonido que subvierte la estética revolucionaria enfadada del punk y lo convierte en una expresión musical con una atmósfera melancólica y alienada, resultando en bandas cómo The Cure, The Smiths, Joy Division y Talking Heads. El derrotismo del género naturalmente emerge de la desaparición violenta de cualquier alternativa al capitalismo globalizado, manifestándose en la psiquis del individuo posmoderno, ya sea horror, depresión, soledad, aburrimiento, alienación, melancolía o todos los anteriores. La atmósfera del post-punk emana en general un sentimiento de impotencia, la espera de un cambio que se dé por un movimiento natural que resuelva las contradicciones internas de un sistema emocionalmente opresivo. Los humanos, por lo tanto, perdieron su acción en la historia, y a su vez, ésta perdió su ímpetu humanista que tanto movía a las personas en su determinismo por cambiar el curso de las cosas. Ahora andamos en una marea, dejándonos llevar por las olas a la espera de una mano que nos salve, “I’ve been waiting for a guide to come and take me by the hands” – canta desoladamente Ian Curtis en la canción Disorder. Quizá Zizek tiene razón cuando dice que la izquierda contemporánea es fukuyamista, obstinadamente firme en su duelo por la muerte de la historia.

En los hombros del post-punk se encuentra Radiohead, una banda británica que cambió por completo la escena del rock alternativo. OK Computer, el magnum opus de la banda, profundizó el mensaje que ya sus predecesores venían propugnando desde los ochentas, pero abriendo los espectros sónicos para incorporar con mayor claridad la intromisión de la tecnología en la cotidianidad. En cierto sentido, la banda mezcló el sonido robótico de Kraftwerk con el mensaje melancólico y alienado del post-punk, creando una visión distópica de la tecnología, una suerte de sociedad que se encarcela a sí misma y se enajena voluntariamente de su entorno, “the breath of the morning, I keep forgetting” - empieza la canción Subterranean Homesick Alien. En la misma se nota el deseo de desaparecer por completo, a la espera de que los alienígenas lo rapten en la nave y se lo lleven y que le muestren un mundo que en cierto sentido se ha olvidado, enterrado bajo los escombros del progreso. La canción termina con una resignación del cambio de mentalidad, llevando consigo la intención forzosa de separarse de su entorno bajo un optimismo falso, “they’d shut me away, but I’d be alright”.

Los posteriores álbumes de la banda exploran estos temas incorporando más sonidos experimentales con la diferencia de que el deseo de exiliarse se hace cada vez más latente, como si la profecía utópica delineada en OK Computer se consuma con mayor intensidad a medida que pasaba el tiempo. En Kid A, por ejemplo, hay una canción explícitamente titulada How to Disappear Completely en cuya melodía ensoñadora resuena el eco del desprendimiento mundano en la línea “I’m not here”. En el último disco, Thom Yorke empieza a romantizar la idea de la desaparición en la canción Glass Eyes, la idea de alejarse del frío y alienado entorno contemporáneo e inmiscuirse en la profundidad de las montañas boscosas encontrando una belleza que añoraba.

Estos temas se relevan a los sucesores que hicieron parte del post-punk revival, el movimiento que buscó revivir el entonces muerto post-punk con el fin de explorar a profundidad los temas que promovieron sus pioneros, siendo incluso más aptos y urgentes para el contexto contemporáneo. Esta revitalización se dio principalmente en Nueva York en la primera década del siglo XXI con la música de bandas cómo Interpol, The Strokes y The National. La estética se asemeja mucho a los primeros grupos del post-punk a finales del siglo XX, sin embargo, el canto y la música adopta un carácter más angustiante y paranoico, con momentos de catarsis: la manifestación abierta de sentimientos reprimidos. Es como si adoptase por momentos el carácter enfadado del punk con la pasividad del post-punk oscilando entre los dos, marcando una indiferencia entre una rabia direccionada y un malestar abstracto. El segundo álbum de The National delinea con mayor claridad esta tensión; en la canción Slipping Husband, donde Matt Berninger echa de menos una vida que nunca tuvo, inmerso en un aburrimiento que lo oprime, se descarga emocionalmente en la última línea de la canción a modo de sollozo cantando “Dear we better get a drink in you before you start to bore us.”

La música nos ayuda a comprender el aquejo del individuo en la era poshumana. Lo que empezó como una visión utópica de la tecnología terminó como una desaparición del humano de la historia. No se trata simplemente de una dominación tecnológica sobre lo humano, sino un desplazamiento de la agencia de la especie sobre el propio curso de la historia. Es por esta razón que en los temas que aborda la música finalizando el siglo XX y comienzos del siglo XXI se añora con tanta vehemencia la idea de retroceder y desaparecer, aceptando a modo de derrota y de enfado el destino incierto que nos conduce la historia. En cierto sentido, todos somos Howard Hughes, el millonario excéntrico que terminó su vida recluso en una pequeña habitación oscura viendo la misma película en repetición, “sin ocupar un lugar preciso, desea no ser identificable, y por encima de todo, no identificarse con nada. No es nadie porque no quiere ser alguien, y para ser nadie, hay que estar a la vez en todas partes y en ninguna. Este gusto por la ausencia ubicua lo satisface en primer lugar recorriendo a diversos medios tecnológicos.” – Nos dice Paul Virilio sobre la triste conclusión de la vida de Hughes, “el monje tecnológico”.



Sobre el autor

Hans Cornehl

Escritor

Un ser-ahí obsesionado por lo cotidiano. Me encuentro entre las cosas ocultas que intento develar por medio de la reflexión filosófica, geográfica y política. Soy estudiante de Ciencia Política, vegetariano y amante de los gatos.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



Cargando comentarios...
Scroll to Top