Sociedad

Ya no habrá más guerras

Tiempo estimado de lectura: 7 min
2021-05-20 por Hans Cornehl

“La guerra ya no es lo que era” alguna vez escribió Jean Baudrillard al cubrir la Guerra del Golfo, conflicto que para él nunca existió. No se trataba, sin embargo, de negar de facto la existencia de la guerra, como si no hubiera sangre derramada sobre el terreno, todo lo contrario, para Baudrillard los sucesos del Golfo Pérsico no fueron más que la culminación de una tendencia de las guerras contemporáneas televisadas, el recrudecimiento de la simulación: la violencia camuflada por información. Las guerras emigran de las profundidades del campo de batalla hasta las habitaciones de nuestros hogares bajo una aparición engañosa y quizás mortal para todos, distorsionando sus efectos y sus consecuencias. Lo que vemos a diario en nuestros dispositivos tecnológicos son los vestigios de la aparición de una no-guerra, un conflicto fantasmagórico sin tiempo y sin lugar que invade nuestra cotidianidad.

La televisión llevó la Guerra de Vietnam a los hogares, quizás convirtiéndose en la única guerra real que se haya transmitido en la pantalla pequeña. No resulta una coincidencia que el conflicto en el país asiático no pudo justificarse ante una televisación mundial sin precedentes, como consecuencia de la extensión de una conmoción pública que terminaría por obligar al gobierno de Nixon a retirarse del país. El fracaso contundente para el gobierno norteamericano en Vietnam no va a repetirse nunca más. Desde entonces, la inauguración de una nueva era televisiva de las guerras no se obstina tanto en alcanzar unos específicos objetivos estratégicos militares, sino que, más bien se convierte en una lucha por ratings, es decir, la guerra convertida en espectáculo. Los conflictos empiezan, por lo tanto, a adquirir un carácter dual, en tanto que su naturaleza se distorsiona al pasar por los filtros informáticos altamente controlados de los medios de comunicación, perdiendo su dimensión real.

La inauguración de una nueva era televisiva de las guerras no se obstina tanto en alcanzar unos específicos objetivos estratégicos militares, sino que, más bien se convierte en una lucha por ratings...

El apogeo de la guerra televisada llegó tras la caída de las Torres Gemelas, un evento sin precedentes en la historia moderna. La colisión de los aviones en los edificios, inmortalizada en imágenes desde todas las perspectivas inimaginables, no podía generar otra cosa que una profunda conmoción en los sentimientos de los telespectadores, un shock que marcaría todo un hito cultural en Estados Unidos. La impronta que dejó la caída de las Torres, un verdadero manifiesto arquitectónico, puso al desnudo, ante las imágenes televisivas que transmitían en vivo en todos los canales del mundo, la potencialidad simbólica de un hemisferio que se caía, la fuerza que marcaría la ausencia de dos figuras importantes en el corazón financiero mundial: “Aunque las dos torres han desaparecido, no han sido aniquiladas. Incluso en su estado pulverizado, han dejado atrás una intensa conciencia de su presencia.” – manifestó Baudrillard sobre el ataque del 9/11.

El inicio de la guerra contra el terrorismo fue transmitida en su totalidad: la caída de las torres, la reacción del ataque de Bush en un colegio y la invasión a Irak y Afganistán; un verdadero espectáculo televisivo. Siguiendo la misma lógica de Baudrillard, la guerra contra el terrorismo nunca existió, sería tan solo un flujo de información violenta puesta en escena ante un público global, una verdadera explosión de información mediática con una escenografía altamente minuciosa, convirtiendo el mundo en un teatro global que fomentaría la construcción de un nuevo orden mundial. La batalla contra el “terrorismo”, un nuevo enemigo que se definiría bajo parámetros intencionalmente ambiguos, sería la justificación para una reestructuración política masiva del hemisferio occidental, un cambio de discurso ideológico. En últimas, la guerra adoptaría un carácter dual radical: la confrontación que se manifestaba en el Medio Oriente era totalmente diferente a la que recibimos en nuestros hogares, un fantasma que se proyectaba en las pantallas, la no-guerra.

Esto, sin embargo, no es un panorama exclusivo de las guerras libradas por Estados Unidos. En Colombia, por ejemplo, más que ningún país latinoamericano, el discurso antiterrorista se sentiría con mayor fuerza con la elección del gobierno de Álvaro Uribe. Este último fue un gobierno dispuesto para telespectadores, en tal medida que su administración no hubiera sido posible en otra época diferente a la de su elección a principios del siglo XXI, ya que su principal arma de guerra fue la televisión: la ventana hacia la intimidad de la clase media y alta en el país. En efecto, las transmisiones de los medios locales convirtieron a Uribe en una figura mítica que lideraba con éxito la lucha contra el terrorismo local, permitiéndole transformar totalmente el ethos político e institucional del país sin mucha oposición.

La confrontación que se manifestaba en el Medio Oriente era totalmente diferente a la que recibimos en nuestros hogares, un fantasma que se proyectaba en las pantallas, la no-guerra.

Fue, sin embargo, una guerra que se libró en la televisión; el fenómeno de los falsos positivos, por ejemplo, si bien existieron antes de Uribe, fue solo en su gobierno que aumentaron exponencialmente. El fenómeno pudo reproducirse debido al mismo cambio de naturaleza que representó la guerra en el contexto de la hipertelevisación en el país, puesto que el control altamente centralizado de la información permitió la reconfiguración interpretativa de las estadísticas, haciendo del humano una abstracción, un dato numérico que se ajusta a los fines específicos del statu quo. De esta manera, los civiles pierden su calidad de civil, y se reconfiguran dependiendo de las intenciones del Estado, llevando naturalmente a presentarse como bajas guerrilleras en casos de operativos militares, lo que terminaría por afianzar el éxito de la Seguridad democrática. Es una suspensión radical del Estado de derecho: la línea cada vez más difusa entre el civil y el guerrillero, convirtiendo a cada habitante en un potencial enemigo del Estado.

La televisión, no obstante, está llegando a su fin y su fuerza parece estar disipándose. Hoy en día experimentamos el conflicto no tanto a partir de la televisión, sino por medio de las redes sociales que bombardean información de una manera mucho más descentralizada. La información ahora está siendo dispersada por una red de actores, perdiendo incluso el referente de la fuente original del suceso. El constante exceso de información sobre masacres, asesinatos, bombardeos, etc., logra insensibilizar al navegador pasivo y pierde incluso un verdadero significado trágico. No hay espacio ni tiempo para acoplar el evento en un sentido reflexivo y genuino, porque el carácter hiperveloz de la circulación lo entierra bajo montañas de información en constante actualización. Son ciclos informáticos que se desgastan rápidamente y se consumen en una mirada, las guerras aparecen y se desvanecen, asumiendo una naturaleza espectral.

El constante exceso de información sobre masacres, asesinatos, bombardeos, etc., logra insensibilizar al navegador pasivo y pierde incluso un verdadero significado trágico.

Las fotos y los videos publicados de masacres, asesinatos, abusos, etc., parecen no significar mucho ya que lo hemos visto casi todo. No hay día que pase en el que no sea anunciado en Twitter una masacre sin una verdadera repercusión social palpable: su indignación se desgasta en su totalidad el mismo día. Se hace cada vez más complejo asociar imágenes violentas que se publican con una guerra real que se está librando en el campo e incluso en la ciudad, ya que nunca ha existido una distancia tan marcada como la tenemos ahora con los lugares que sufren esa violencia. Parece ser que no hay guerra en absoluto, solo información e imágenes sobre ella, y que, por tanto, jamás habrá otro conflicto que padezcamos en carne y hueso.



Sobre el autor

Hans Cornehl

Escritor

Un ser-ahí obsesionado por lo cotidiano. Me encuentro entre las cosas ocultas que intento develar por medio de la reflexión filosófica, geográfica y política. Soy estudiante de Ciencia Política, vegetariano y amante de los gatos.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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