Sociedad

Yo no quiero parir

Tiempo estimado de lectura: 9 min
2020-11-12 por Laura Ventura

A veces suelo sentarme a pensar un poco, miro en retrospectiva y creo que no cumplo el propósito con el cual vine a esta vida. Empezando por mi lugar en la sociedad, soy mujer. Soy mujer, dos palabras que retumban en mi cabeza. ¿Qué tiene de bueno ser mujer? Nada, me respondo una y otra vez, veo a mis hermanas, a mi mamá, veo a mis abuelas y ratifico; nada bueno hay en ser mujer. Mi papá me dice: “me quedé esperando el varón”. Qué jodida su vida, ¿no? En este mundo miserable y apático, él tuvo la desdicha de ser parte de la creación de mujeres. Además que su apellido no tendrá mucha trascendencia, por haber engendrado mujeres y haberse quedado esperando el varón.

Aunque bueno, cabe mencionar que se quedó “esperando el varón” es mucho decir, tiene tres hijos hombres con su primera pareja. Quizá lo que me quiere decir es que le gustaría vivir con ellos y no recordar que celebró mi nacimiento en nombre de un hombre, soy un varón fallido, de no ser así le hubiese hinchado el corazón de felicidad a mi papá, mi mamá quizá la hubiese pasado mejor, no habría sufrido como lo hizo. Pero soy mujer. La vida difícil que tuvieron las mujeres con mi papá, quizá el problema no somos nosotras, quizá el problema siempre haya sido él.

Sigamos con mi lugar en la sociedad, esto no se trata del cínico de papá. Soy mujer, con una carga enorme que descubrí hace algunos meses, años quizá, las violencias y violaciones normalizadas a las mujeres de mi familia. No quiero sonar como “paranoica” y “dramática”, lo aclaro porque esas dos palabras me acompañan con frecuencia, desde que levanto la voz frente a conductas que la gente ha vuelto comunes. Mi útero pesa, está dañado, y no en el sentido infértil de este órgano, sino de mi conciencia sobre él, no me sirve de nada, hasta que lo regenere. ¿Saben ustedes cuántas décadas de sufrimiento cargo en él? Y sí, esta carga la lleva mi útero, es la fuente de poder, el punto cero, donde inicia la vida. Quizá exagere con mi lugar en la sociedad, quizá no importe ni aporte a esta, no sirve mi útero y es lo que me da o no el valor en la sociedad.

Imaginan, si la vida es difícil por sí sola, cómo será para quienes experimentamos episodios de violencia a lo largo de nuestra vida. Además, el ser mujer ya trae consigo un sinfín de cargas violentas por quienes nos rodean, hombres y mujeres. Claro, entre nosotras nos violentamos también. Por ejemplo, la abuela solía decirle a mi mamá que debía tenerle siempre a mi papá buena comida, calientita para que no se aburriera de ella. Ahora, mi mamá le dice a mi hermana que aprenda a cocinar, porque si no, qué hará cuando consiga marido. Claro, a mí no me dice esto, yo ya aprendí a cocinar, así que ya tengo marido asegurado ¡al menos! Qué difícil es crecer con la idea que valdremos como personas, en el momento que tengamos marido, mientras tanto, durante nuestra vida nos tenemos que preparar para ese “gran” momento. Y es que claro, porque tendría que quedarme “solterona”, aguantar críticas o burlas de mis primas las bendecidas de a tres hijos y además, no darles nietos a mis papás para que me lo recuerden y se lamenten durante los años que les quedan de vida.

Imaginan, si la vida es difícil por sí sola, cómo será para quienes experimentamos episodios de violencia a lo largo de nuestra vida...

Recordando las décadas de sufrimiento que cargo en mí, empezaré hablando de la abuela, mujer hermosa, carismática y comprensible, con mucho amor por dar y es que cómo no, tuvo 15 embarazos, dos bebés fallecidos y 13 jóvenes bien criados. Familia numerosa, entre más hijos mejor para el abuelo, su virilidad se reflejaba en el número de herederos que iba dejando a su paso. Pobre abuela, quizá solo quería unos dos hijos para que la acompañaran, pues no tenían para mantenerse a sí mismos y sí tuvieron esta cantidad de hijos. Además, el abuelo se gastaba la plata en sus borracheras, pero claro, imagino que presumía de su gran vida. Luego de ostentar y beber con los amigos, llegaba a la casa a pegarle a la abuela por razones que desconozco. Quizá por esto las palabras a mi mamá de “téngale buena comida, calientita para que su marido no se aburra de usted”. Ahora que lo pienso la abuela prevenía a mi mamá de sufrir golpes, no quería que mi papá no se aburriera, sino que no le pegara. Te equivocaste abuela.

A pesar de la buena comida, de las atenciones y la obediencia de mi mamá, ella fue ultrajada, golpeada y humillada. Sin razones aparentes, mi papá llegaba borracho hasta los tuétanos y mi pobre mamá en horas de la madrugada, resultaba más morada que un cultivo de lavanda (aclaro, esta comparación solo va por el color, porque de belleza, mejor ni hablar). Gritaba, suplicaba y lloraba mientras su agresor parecía no ver o ser consciente de sus acciones. Yo sufría, sufro ahora que lo escribo y lo recuerdo, hay imágenes tan claras en mi cabeza de ella sollozando, de mí observando. He hablado con muchas personas que se sienten incomodos al escuchar a sus papás tener relaciones sexuales, pero cuánto quisiera yo recordar a mi mamá sollozar de placer y no del dolor que sentía cuando era golpeada.

Aunque no me gusta hablar de buenas y malas mujeres, si tuviese alguna manera de definirlas, aseguro que ella sería de las buenas, de las mejores. Sufrió sin motivo, eso lo puedo asegurar. Ella dice que soportó tantos golpes por sus hijas, porque no podía mantenernos sola, no contaba con el apoyo de nadie, así que solo aguantó. ¿Ven mi carga? Sufrió por mí, al menos eso he querido creer para justificarla, sé que pone su peso en mí y alivianar su carga, me tranquiliza.

Aunque no me gusta hablar de buenas y malas mujeres, si tuviese alguna manera de definirlas, aseguro que ella sería de las buenas, de las mejores...

Llevo generaciones a cuestas, lo peor es que esto no termina. Según ONU-Mujeres, alrededor de 140 mujeres son asesinadas a diario a nivel mundial y más de la mitad de estas, son asesinadas por sus parejas. No logro contemplarlo, mi mamá hubiese podido ser una cifra más, un cruel y frío número que solo alimenta las estadísticas, quizá ni hubiese aparecido en el periódico, quizá hoy ya nadie la recordaría. Algunos podrían decir que eso no pasó, que ella está conmigo y ahora es feliz con mi papá, que no le ponga tiza al asunto y aunque es cierto, esto no se trata solo de ella. Pensemos en esas 140 mujeres que mueren víctimas de feminicidios a diario, puede que no haya sido mi mamá, puede que sean mis hermanas, pueden ser mis primas las bendecidas, puede que sea yo. Entonces ¿qué tiene de bueno ser mujer? Nada, me repito.

Es cruel ¿no? que siendo una persona joven, lo primero que relacione con mi posición como mujer, sea la posibilidad de morir por el hecho de serlo. Hay personas que son castigadas por atentar a las leyes, por robo, traición e infinidad de motivos, a nosotras nos tocó ser mujeres. Esto no lo comento con mi mamá, diría que exagero, que ser mujer es un privilegio, que traemos vida al mundo y que eso nadie nos lo puede quitar. Lo que sucede, es que a mí ya me opacaron esa posibilidad y aunque digan que los hijos son la realización de una mujer y que además son una “bendición”, no lo veo así. Ella misma me recalca que su sufrimiento fue por mi bienestar ¿de qué privilegio me habla?

Es cruel ¿no? que siendo una persona joven, lo primero que relacione con mi posición como mujer, sea la posibilidad de morir por el hecho de serlo...

No me puedo ver justificando acciones crueles, justificando conductas que me agreden, que atentan contra lo que soy, que han atentado contra millones de mujeres en el mundo. Acciones que han tocado mi propio ser, que he visto escondida bajo una cama por temor, siendo muy niña, recordándolas una y otra vez. No podría justificar lo que duele en el centro de mi ser, en mi útero. Oír o ver sobre alguna agresión hacia las mujeres, hace inevitablemente que me refleje en ellas, que refleje a las mujeres que han marcado mi vida, que sienta dolor por ellas, por mí. Mucho menos quisiera verme ni ver a mujeres, con argumentos tales como “es por mis hijos que soporto esta situación”, los hijos no deberíamos atravesar estas circunstancias. Por ello, yo no quiero parir, me pesa la vida.



Sobre la autora

Laura Ventura

Editora, Escritora

Escritora por gusto y pasión; me gusta pensar que alguien puede identificarse en mi escribir. Feminista en busca de respuestas, de entendimiento de la realidad social, especialmente del papel que juego allí. Hablando sobre la delgada línea que separa la cara del sello.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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