Política

Progresismo y xenofobia: las maromas políticas de la izquierda

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Imagen tomada de: La alcaldesa de Bogotá levanta críticas por relacionar a migrantes venezolanos con la inseguridad.

Bogotá es la ciudad con la mayor percepción de inseguridad en el país. 8 de cada 10 bogotanos sienten que la seguridad se ha deteriorado en los últimos meses, siendo las mujeres el grupo poblacional que más inseguro se siente. En los primeros meses del año pasado, producto de las medidas implementadas por la Alcaldía en medio de la pandemia, la tasa de la mayoría de los delitos se redujo significativamente para luego volver a presentarse un aumento. El grueso de la opinión pública buscó culpables en los mandatarios, principalmente en Claudia López, quien encabeza la administración distrital.

De manera sorprendente López adoptó un discurso discriminatorio y xenofóbico que, según ella, no contiene odio, sino que busca explicar el aumento en las tasas de inseguridad. Clásica fórmula en política (del politics en inglés): un problema público que el gobernante no puede resolver o que producto de la incomprensión de la ciudadanía en el problema deja horizontes de tiempo muy cortos para lograr resolverse efectivamente. La ciudadanía busca culpables en sus gobernantes que le traen a estos costos políticos. Y en una maroma al mejor estilo de la realpolitik el gobernante transfiere los costos a otros actores. Álvaro Uribe con las FARC, Marine Le Pen en Francia con los migrantes, en medio de la guerra fría con todo aquello que pareciera ser comunista, Donald Trump con los latinos, los Tutsis en Ruanda, son ejemplos de esta estrategia política. La creación de un enemigo interno depositario de todos los males, cúmulo de todo lo que está pervertido y a quien se le puede endilgar todas las responsabilidades.

Sin embargo, no se trata de una obnubilación colectiva de los políticos, sino de un engaño burdo y descarado. Aunque la propaganda y un discurso atractivo pueden favorecer, realmente se basan en un sentimiento compartido por un porcentaje importante de la ciudadanía que, por estar basado en odio o discriminación, suele ser discreto. Utilizar el odio y la xenofobia contra el otro es exitoso para un político, en su afán de salir de un escollo producto de su gestión o de las condiciones políticas del momento, porque abanderan una percepción, un prejuicio que pocos son capaces de decir explícitamente. Claudia López no inventó la xenofobia, pero es ella quien la está explotando políticamente. Hasta acá, en términos de política, no es algo inusual, aquí ni en otro lado. Lo novedoso del caso colombiano no es tanto el odio y la discriminación (emociones tristes, las llamaría Mauricio García Villegas, que han sido una constante en nuestra historia), sino quien lidera esta causa: una progresista que proviene de los sectores más populares. Proclamada como alcaldesa por ser una esperanza precisamente a los más débiles y excluidos en el sistema, López tomó una postura propia de las derechas más radicales en Europa o Estados Unidos. Una postura que es propia de sectores políticos que justifican su odio en valores tradicionales, como la defensa de la nación, de lo autóctono y la desconfianza natural hacia el otro.

Naturalmente se habría esperado que este discurso lo adoptara la criolla extrema derecha. Sin embargo, la coyuntura la tomó en el peor momento: gobernando. Es Iván Duque quien ha liderado la integración de los migrantes venezolanos a través del reciente estatuto de migración (L. Chamorro, para esta misma revista, planteó considerables escepticismos a este estatuto). Atacar ferozmente a quien se busca defender a través de una iniciativa que ha sido aplaudida por la comunidad internacional no resultaría provechoso. ¿Acaso el cambio de enemigo interno, de las FARC a los ciudadanos venezolanos, no habría sido una reinvención de Álvaro Uribe, reinvención tan necesitada en este, su peor momento político?

Claudia López, por la situación política actual, encarnó la xenofobia. En medio de una ciudad que ha sufrido los impases producto de la pandemia, con una ciudadanía en medio de la zozobra, el desempleo y la incertidumbre, los venezolanos parecen un buen chivo expiatorio para depositar todas las incertidumbres e inconformismos que puede dejar la administración de López. En otra entrada, basado en estudios nacionales e internacionales, plasmé cómo la migración y la delincuencia no necesariamente van de la mano. La posibilidad de un aumento en las tasas de delincuencia (siempre insignificantes) se produce cuando el migrante no percibe ningún costo en cometer un delito. Percepción que puede aumentarse cuando su estatus migratorio no está definido. El problema es mucho más complejo e intuyo que la alcaldesa no lo desconoce. Optó por el camino más simple, propio de la clase política tradicional: culpar al otro.

No me disgusta López, considero que líderes con una percepción distinta de los problemas sociales es necesario. Pero pocos advierten el daño que se avecina para la ya malherida democracia colombiana con discursos como los que abandera López ¿en un par de años no podríamos tener un outsider en el poder solo por haber capitalizado eficientemente el odio hacia los migrantes y presentarse como la mejor solución para "resolver" el problema? ¿Qué costos institucionales tendrán, a futuro, la xenofobia en Colombia? Aún estamos a tiempo.

Claudia López es la última fase del drama que se ha convertido la situación en Venezuela para la izquierda colombiana y latinoamericana. En un primer momento, en el auge de la revolución chavista, un apoyo abierto y decidido. Al inicio de la crisis, entre el 2008 y 2012, un apoyo aún decidido, pero con reservas. En un tercer momento, cuando la crisis ya era evidente, un apoyo tímido o un atónito silencio. Nos pedían concentrarnos en nuestros problemas internos, ya de por sí preocupantes, como para estar malgastando energía y atención en problemas ajenos. Venezuela fue, en su momento, para algunos sectores de la izquierda, tan sólo una cortina de humo. Nos pedían, sin generalizar, dejar la "miopía política" que no permitía ver la situación nacional. Cuando la crisis se desbocó, cuando ya no era un problema de otro país, sino también de Colombia, de todo el continente, y se produjo el segundo flujo migratorio más alto del mundo y actualmente se encuentran cerca de 3 millones de ciudadanos venezolanos en el país, y casi 400 mil en Bogotá, su respuesta fue: ¡venezolanos rateros, lárguense a su país, aquí no los queremos! ¡Qué horror! ¡Este es el progresismo que dice estar con los más débiles!



Sobre el autor

Juan José Fajardo

Editor, Escritor

Politólogo, eufórico al decirlo. Estudio con amor y paciencia a Colombia, ese país que entró con angustia a la modernidad, a través de su arista más triste: la violencia. Le sigo entregando mis mejores horas a lo que mas amo, aunque no me deje plata; me va a matar el descaro. El camino que escogí no lleva a Roma, como dice E. H.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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