Sociedad

Santa civilización

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Pensemos en el concepto general que se suele tener de civilización en occidente: automáticamente, por alguna razón, nos teletransportamos a Europa o a Estados Unidos. Vemos una Nueva York o un París, con enormes edificios y sus gigantescas autopistas. La gente come con cubiertos, tiene su carrito y no hay nadie pidiendo limosna en la calle; todo está en perfecto orden y cada persona anda en su cuento.

La pregunta ahora es: ¿Únicamente es civilizada la persona que cumple todas estas características, o se acerca lo suficiente a ellas? Parece curioso que en un país colonizado por Europa o los poderosos norteamericanos, la respuesta es afirmativa. De hecho, la perspectiva colonialista ha permanecido en el imaginario colectivo hasta nuestros días, a tal punto que para realizar un viaje de Bogotá a Yelimane (Mali), es necesario pasar primero por París, Ámsterdam o Madrid. En su afán por apoderarse del mundo, Europa se aseguró de implantar en las personas que la historia empieza cuando ellos llegan (por ejemplo, Sudáfrica), que las cosas se descubren cuando un europeo las ve por primera vez (América), o que los beneficios que brindan son los que garantizan mejor calidad de vida a las personas (como la triste historia de la tribu Onge). Jamás Europa nos contó que su sagrado proceso de civilización a las culturas “bárbaras” (como llamaban los griegos a todo aquel que no hablaba griego) incluyó el saqueo, el sometimiento y la destrucción de la memoria histórica de los pueblos.

Europa se aseguró de implantar en las personas que la historia empieza cuando ellos llegan y que las cosas se descubren cuando un europeo las ve por primera vez...

Tal es el caso de África, una de las regiones históricamente más explotadas y empobrecidas a causa del colonialismo europeo. No es coincidencia que las fronteras que existen entre los países sean en muchas ocasiones líneas rectas, ya que estas fronteras no representan las divisiones culturales, sino la repartición entre los diferentes países europeos por la explotación de los recursos naturales. Al final, estas fronteras artificiales solo generan conflictos internos en los países, como es el caso de Libia, que después de la caída de su dictador Gadafi en el 2011 reveló las fuertes divisiones culturales internas de un país que lleva un nombre impuesto por los italianos. Pero Libia no es el único territorio africano que ha sido víctima de la civilización por parte de los europeos. Mussolini decidió invadir en 1935 a Etiopía por no ver en ella “ningún rasgo de civilización”, y gracias a la gran superpotencia norteamericana se prolongó casi 50 años más la legalización del racismo en el Apartheid sudafricano.

Ante este proceso, entonces, Estados Unidos tampoco se ha quedado atrás. Desde hace ya más de un siglo se empezó a utilizar el gentilicio american (americano, en español) para referirse únicamente a los estadounidenses. La mismísima Real Academia de la Lengua Española señala que este gentilicio no debería asociarse a los Estados Unidos. De hecho, culturalmente existe una fuerte resistencia a utilizar americano para referirse únicamente a los estadounidenses, y esto se evidencia desde Pablo Neruda hasta Calle 13. Muchos latinoamericanos recuerdan con resentimiento las crueles intervenciones de los Estados Unidos en el continente, incluyendo, por ejemplo, las dictaduras de ultraderecha en nombre de la democracia durante la Guerra Fría. Y como si esto fuera poco, pasada la guerra, en la década siguiente se inaugura la Guerra contra el terrorismo, con el discurso del presidente George W. Bush respondiendo a los ataques del 11 de Septiembre, donde no solo señala que “la libertad (es decir, los Estados Unidos) está bajo ataque”, sino que además responde diciendo “Lo que ellos (Al-Qaeda) odian es lo que ven aquí. Un gobierno elegido democráticamente”. Como si fuera poco, menciona de forma bastante certera que “Usaremos cada arma de guerra necesaria hasta la destrucción del enemigo (la “red terrorista global”). Los estadounidenses no deben esperar una sola batalla, sino una larga campaña como ninguna otra que hayamos visto (…) Las naciones deberán decidir si están con nosotros o están con los terroristas. La perfecta declaración de guerra en respuesta a quienes la buscaban.

No ha sido únicamente Latinoamérica la afectada por el dominio de esta superpotencia, sino también países asiáticos como Vietnam, Pakistán o Afganistán.

La santa civilización encabezada por el todopoderoso Estados Unidos nos enseña una contundente lección de polarización y una perfecta ejecución de la democracia y la libertad con su mejor herramienta: las armas. No es sorpresa para quien conoce la historia, que no ha sido únicamente Latinoamérica la afectada por el dominio de esta superpotencia, sino también países asiáticos como Vietnam, Pakistán o Afganistán. Resulta curioso que tengamos una imagen extremista y peligrosa de países con culturas ancestrales, mientras que nuestros referentes de civilización se dedican a invadirlos y destruir sus legados para aprovechar sus recursos naturales, como ha sido el caso del medio oriente, cuyos derechos han sido vulnerados constantemente por las potencias occidentales con el fin de aprovechar los yacimientos de petróleo que se encuentran en la zona.

Después de analizar todos estos hechos, vale la pena reflexionar sobre nuestros “referentes” de civilización, que no sobra mencionar, han llegado a causar dos guerras mundiales con más de 60 millones de seres humanos asesinados por una completa locura por el poder, sin mencionar que son las superpotencias los mayores productores mundiales de gases de efecto invernadero. La idea de civilización y progreso debería ir acompañada por el respeto hacia las libertades individuales y la igualdad de oportunidades, como se menciona en el primer artículo de la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, algo que poco o nada han puesto en práctica quienes tanto lo promulgan y se enorgullecen de llamarse “la cumbre de la civilización”.



Sobre el autor

Alejandro Sánchez

Editor, Escritor

Alejo, o Flaco, para los amigos. Ingeniero civil, miembro de la Sociedad Colombiana de Ingenieros y voluntario 4 años en AIESEC. Cuento con cursos en historia, ciencia, filosofía y religión. Amante de la vida, escritor apasionado. “Todo hombre es bueno a los ojos del Gran Espíritu” –Toro Sentado.



El contenido de este artículo es propiedad de la Revista Cara & Sello



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